Anoche me encontré con mi amigo Pablo, este no estaba muy bien. Sentía que era el hombre más infeliz del mundo. Había sido engañado. Aquello que tanto amaba y respetaba acababa de sembrar el temor en su corazón. Sentía que ya no podría volver a amar sin que la sospecha lo invadiera de miedos. Lo miré a los ojos, le dije que fuera a su casa, cerrar sus ojos y dejara que el tiempo y el silencio marcarán sus pasos.
No podía quedar al margen de lo que le sucedía a mi amigo; era necesario involucrarme, así que tomando algunas palabras de “El Profeta”, de “El Principito” y otras yerbas, le escribí este consejo en una carta:

Cuando el hombre ama sin prejuicios el camino de sus sentimientos comienza a transitar los lugares más inescrutables del corazón. La vida comulga nuestro espíritu haciendo que cada partícula de nuestra respiración sea el motor de esos sentimientos.
Nadie puede ni debe querer conducir el amor, simplemente debe dejarse conducir por él. Entregarse, es hacer que el amor haga su voluntad y aceptar que existen circunstancias que nos llevan a encontrar el amor prefecto. En el amor no puede existir el temor porque el temeroso se aleja de la perfección perdiendo de vista el centro de toda la existencia.
Cuando el amor nos invade es necesario tener presente que en ningún momento de nuestra vida podemos decir: amo, Dios está en mi corazón sino más bien, amo, pues vivo en el corazón de Dios .
Hay veces que el dolor nos lleva a tomar decisiones que ni el hombre mismo comprende porque las toma. Esa incertidumbre hace que aquella seguridad que creía poseer se desvanezca ante la primera contrariedad. Y los ecos del temor nos enredan, nos confunden…nos encierran en nuestro ego. Es allí cuando perdemos de vista lo esencial y dejamos de lado la esencia de las cosas. Y cuánto más dudas allanan nuestro corazón, más temeroso se torna nuestro amor.
Es necesario comprender que cuando uno ama, lo demás llega por añadidura; pues amar implica sacrificio. EL sacrificio de saber que en algún momento de nuestra vida algo debemos dejar. Amar, implica resignar, ya que no existe amor que no resigne hasta su propia vida por la felicidad de otros. Es imposible imaginar el amor fuera del amor porque el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
¿Cuántas veces hemos amado hasta las lagrimas y el miedo hace que ocultemos nuestros sentimientos más genuinos? Pues digo algo: “El llorar no hace débil al hombre, el no saber llorar por lo que se ama, si”.
¿Cuántas veces el dolor de alguna palabra nos embriaga de ira apuntando de nuestro ser la palabra perdón? Sabio no es aquel que nos perdona luego de sufrir un gran dolor si no aquel que aún herido por los clavos de la indiferencia, nos dice: “Ya has sido perdonado pues no sabia lo que hacías”.
Podría enumerar un sin fin de circunstancias que nos lleven a temer en los momentos más difíciles de nuestra vida, pero es necesario y muy importante decir que no es hombre aquel que no duda y siente temores. Por ello cuando el amor llame no escondas tus oídos al dulce timbre de su voz. Cree cuando te hable aunque su voz sea tenue, pues el amor cuanto más silencioso más nos enaltece. Puede que nos eleve y nos crucifique; puede que nos una y nos desgarre; puede que nos oprima y nos libere; puede que nos embarre y nos moldee pero sólo él es quien nos guiará hacia la fuente del conocimiento puro y quien transforma nuestra vida.
El amor da todo de si y toma todo de si. Carece de poseedor y poseído. Para el amor, el amor es todo. Es el principio y el fin. Es inútil mirar la vida sin la lente del amor porque el amor, amigo, ve a través del corazón y el corazón ve más allá de las cosas.
No se si después de leer esto supo qué hacer con sus miedos; lo que si se, es que yo comprendí cuán importante es no tener miedos a la hora de amar y saber que quien no sacrifica no aprende el verdadero sabor de la felicidad .