A Malebranche se le ocurrió mientras disfrutaba de un alegre paseo por el río una divertida y alocada historia. Imaginó a una serie de científicos ambiciosos que habían dedicado toda su vida al estudio del funcionamiento del cerebro. Un día decidieron llevar a cabo un ambicioso experimento, cruel y despiadado, pero no había otro sentimiento en estos viscerales científicos que el del amor pasional hacia su ciencia. Raptaron a un vagabundo, y llevándolo a su laboratorio secreto le seccionaron el cerebro. Éste lo conectaron en un recipiente que permitía mantener con vida todas las funciones cerebrales, a su vez, todas las conexiones neuronales las vincularon a un superordenador que podía registrar y computar todos los procesos de un encéfalo humano. Tal era la tecnología del artilugio, que el cerebro recibía influjos y estímulos, de modo que el vagabundo, ignorante de lo sucedido podía experimentar que vivía en las calles como era habitual. Si se le ocurría levantar el brazo, inmediatamente el ordenador hacía actuar a los neurotransmisores y así el sujeto experimentaba con total normalidad como el brazo se le levantaba. Todo un prodigio científico.
Pensó Malebranche también para añadir más interés a la historia que igual que el ordenador podía hacer creer al sujeto que tenía cuerpo, a la vez podía borrar recuerdos y como no, inventar un sinfín de sucesos e historias, modificar la memoria y recrear todo tipo de situaciones. De modo que, al vagabundo le borraban la memoria y le implantaban una nueva. Creada mediante fractales y otras fórmulas complejas el ordenador era capaz de crear personalidades y recuerdos de vida. Así, pasaba a verse a sí mismo, de hecho como se había visto toda su vida (aunque no era real), y podía disfrutar de un días soleado, paseando junto a la orilla de un río, e inventando una alocada y divertida historia de ciencia ficción sobre unos científicos locos que extirpaban el cerebro de un errante vagabundo y lo conectaban a un superordenador.
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