Amparo abre las cortinas dando paso a una luz suave y aprovecha para renovar un poco su tristeza, ese hueco en medio del pecho que no se llena con un cigarro, una copa de vino, cuatro besos de amante o una ópera prima. Se queda contemplando nada en el horizonte y esa nada hace que incline un poco su cabeza también triste y algo despeinada pero con los ojos hermosos y sus labios radiantes.

Pega su mentón al pecho mientras acaricia su nuca tratando de rememorar detalles de ese sueño. Repite en voz baja el nombre que invadió su mente desde la almohada, en voz baja para que su acompañante de izquierda, de odios y de años no pueda escucharla.

Traza círculos en la habitación frente al espejo y se detiene un poco para evaluar la firmeza de su cuerpo, desnudo, moreno, usado para el sexo en horas anteriores. Levanta con ambas manos los senos, un poco de dolor despide el movimiento pero prueba otro ángulo visual para seguir con la auto-observación. Están bien; han caído poco desde los 20, siguen firmes imponentes y duros. Los pezones siguen siendo la recompensa de dos bellos montes que no conducen a la cima sino al cielo. El abdómen para la edad, es envidiable para muchas mujeres de la época y una que otra de la edad de su hija.

Amparo da un giro a su cuerpo para mostrar su trasero al espejo y lo encontró hermoso como siempre, una cintura pequeña, una cadera en aumento, fuerte y bien tapizada, recordó uno de los piropos ordinarios de Andrés que tanto la había hecho reir cuando le dijo que para hacerle el amor a ese culo no necesitaba ‘pipicito’ sino un pincel.

Su marido empieza a despertar con los horribles gestos que ella ha memorizado en veinte años de vida en pareja, y prefiere buscar pronto la bata para vestir el cuerpo que acaba de salir victorioso a la rigurosa prueba del espejo.

***

La cocina está vuelta una mierda. Abre la puerta y el gato salta de la tina de leche con los bigotes delatándolo y antes de que Amparo pudiese expulsar el grito correspondiente, el felino ya estaba en el tejado, vencedor y sin hambre. Pronto bajarán los hijos y francamente ya se acabaron las recetas y las innovaciones culinarias, se decide entonces por un ‘omelett’ y sus manos se entregan a los platos mientras su mente se pierde a saltos en el recuerdo de esa imagen y esa voz que tanto la desvelan.

– Mierrrrrda!!! Me enamoré.

Arranca violentamente el delantal y se aleja al baño impactada y con las manos frías. El agua sigue corriendo en el lavaplatos y el fogón queda a la espera con una llama baja pero paciente. Se mira furiosa en el espejo y se da una bofetada con fuerza tal, que los ojos quedan empapados listos a dejar caer la primera lágrima... luedo dice: Andrés, y efectivamente cae la primera lágrima, escoltada de una segunda, y una tercera y llora un charco y un lago y un océano...
Luego trata de perdonarse y opta por salir como si nada. En la cocina su marido lava los platos y sus hijos la observan desde la mesa, apuñaleando a la madre con unos ojos inquisidores y pensó rápidamente: 'cría cuervos y te partirán el culo’. Paco cierra la llave y se sacude las manos para contestar el teléfono que ladra por quinta vez, pero amparo hasta ahora se percata y aprovecha el movimiento de su esposo para agachar la cabeza y salir de nuevo del paredón improvisado que resultaba ser la blanca cocina.

Se dirige rápidamente al ventanal de la sala y sin darse cuenta empieza a morder la uña de su pulgar derecho. Está a punto de llorar, pero se reprime por un hombre que se acerca y la saluda con la mano a través de la persiana. Ella responde subiendo la cabeza lentamente. De pronto sus manos caen y la boca queda abierta y el corazón latiendo como bombas y la respiración se agita más a cada paso y el hombre se pega finalmente a la ventana y le diche: hola.
–Andrés– responde. –no puedes estár aquí, no sabes que mi marido puede matarte si te descubre? Eres un crío, recuerda que puedo ser tu madre. Anda, vete de aquí, que no quiero volver a verte... amparo siguió hablando desesperada con los ojos cerrados pero sin lágrimas...andrés la toma suavemente de la quijada y le da un beso de hielo. –No te preocupes, él no vendrá, sólo he venido a despedirme–. Ella cierra de nuevo los ojos y se da vuelta. Camina con prisa hacia la cocina donde la recibe su esposo y le entrega el auricular: –es para ti la llamada, de no sé qué país, de no sé qué ciudad, que no sé cuál Andrés...–
Ella toma el teléfono, traga saliva y pregunta –qué pasa con andrés?–
–Murió hace cinco minutos– responde una voz desconocida al otro lado de la línea.
El auricular huérfano da vueltas puesto de cabeza y
Amparo entendió cómo pudo andrés llegar hasta la sala para ese beso. Amaro entendió que ese hueco duraría para siempre. Amparo supo que había sido amada como nunca y desde ese día empezaron a marchitarse sus ojos, sus caderas, sus labios y sus senos.