Siempre que escuchaba a sus amigos hablar del amor y de las pasiones emocionales que se disparaban en sus corazones cuando estaban cerca de la mujer de su vida no podía evitar sonreír de un modo cínico mientras sentenciaba al amor como el culpable de los males del mundo. Fumaba impasible sus cigarrillos mientras argumentaba incesantemente todos los factores negativos de aquella enfermedad crónica humana que era el amor. Siempre dispuesto para calificar de absurdas todas aquellas necesidades emocionales que hacían de las personas seres débiles y vulnerables, se aferraba a sus propias experiencias personales para confirmar sus teorías, y sostenía que nunca más volvería a cometer el error de enamorarse. Nadie lo creía capaz de volver a amar. Todos veían en él la cruda incapacidad para amar, y se compadecían de semejante castigo.
Y sin embargo parecía feliz. Lo observaban y siempre sonreía a su alrededor, como una persona a la que la vida tratase bien. Parecía difícil de creer como alguien con la incapacidad de sentir amor de nuevo podía sin embargo sentirse tan absolutamente feliz, tan plenamente convencido del maravilloso privilegio de estar vivo.
Pero ellos no sabían que, cuando estaba solo, John observaba las estrellas mientras alguna lágrima intrusa se deslizaba por su cara hasta caer al suelo. Daba largos paseos solitarios por la playa en plena noche, clavando sus mirada en las tintineantes luces de los barcos allá en el horizonte, preguntándose si algún día podría volver a amar. Paseaba bajo la lluvia, sintiendo como la fina capa de agua limpiaba su alma de los pecados que sus palabras representaban cada vez que renegaba del amor.
Era un romántico, e incluso los grandes sufrimientos que le había producido el amor en el pasado le parecían meras gotas de agua en el inmenso océano de felicidad que representaba poder amar, aunque solo fuera por un segundo, a otra persona y ser correspondido. Todas las lágrimas derramadas quedaban enterradas bajo la deliciosa sensación de una caricia espontánea, disfrazada bajo la sonrisa de una persona que te amaba. Todas las noches de insomnio deshojadas por el mero roce de unos labios sobre los suyos propios, hablando sin palabras de la gloriosa divinidad del amor.
Cualquier dolor era poco en comparación con la infinita y deliciosa expresión de felicidad que resultaba ser el amor, y el lo sabía. Uno y otra vez insistía en estrellarse contra ese muro de negación ante sus amigos, quizá edificando una barrera de protección que resaltara su imagen de invulnerabilidad, pero en su interior era incapaz de ganarle esa batalla al corazón. Sabía que no existía nada más grande que el amor, y lloraba su perdida día tras día, aun alimentando la esperanza de volver a conocerlo, disfrutarlo y sufrirlo con la misma intensidad con la que pudo hacerlo la primera vez.
Y sigue observando las estrellas, paseando bajo la lluvia, y ocultándose en la noche en largos paseos nocturnos por la playa, mientras espera que las tintineantes luces q rompen la oscuridad, más allá del romper de las olas, le susurren un día al oído que al fin ha llegado su momento de volver a amar.
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