Una vez tuve un mejor amigo, su nombre era E.M.A.K. Nuestra amistad era como ninguna otra. Éramos unos niños cuando nos conocimos, en realidad, él nunca dejó de serlo.
Cómo fue que empezó nuestra historia no es lo importante, pues era una amistad que escondía un amor, puro y nuestro porque sabíamos que aunque nuestros compañeros de salón nos molestaran siempre con que si éramos novios, sólo él y yo sabíamos la verdad. Hoy que lo recuerdo, sé que eso que se comparte entre 2 y nadie más puede ser lo más preciado en esta vida.
Tamal y atole, así éramos los dos. Esto no es una burda analogía, en realidad así era. El era mi Tamalito y yo, su Atolita. Con él viví de todo, de todo lo que unos niños de 12 años pueden descubrir. Desde nuestro primer baile en una fiesta, hasta la primera vez que trepé a un árbol (el árbol frente a su ventana) y con él jamás sentía miedo, pues aunque se reía de mí, siempre me protegía. Podía escaparme con él a hacer nada por las tardes, podía descubrir el lugar exacto de mi ombligo.
Fueron pocas las veces que me sentí en sus brazos, pero aún teniendo 13 pude una vez estar completamente envuelta en él y sentir como su voz rozaba mi oído, todavía hoy puedo recordar y vivir lo feliz que fui esa noche y todos los días siguientes que soñaba despierta con aquel momento.
El descubrió las tres estrellas en mi frente, sólo él lo ha hecho, mi cinturón de Orión le pertenece. Así podría escribir tantas páginas como hojas tienen 3 diarios míos, llenos de ocasiones especiales que viví con mi tamalito. Como la tarde en que nos dijimos los secretos de nuestras vidas, la verdad de nuestros padres… pero jamás el secreto que los dos guardamos en nuestros corazones, ese amor que los dos sentíamos.
Siempre pensé que era como si nos hubiéramos conocido ya en otra vida, que él era para mí y yo para él. Había noches en que los 2 nos contábamos de nuestros hijos y que seríamos como uno algún día.
Así pasamos 6 años juntos, disfrutando de nuestro juego de querernos sin que nadie supiera y fingiendo que ni nosotros mismos sabíamos. Cada día nos mirábamos y sólo con las miradas podíamos hablar, que en sueños podíamos vernos y es verdad, era una comunicación mágica.
No pude evitar lo que ustedes deben imaginar ya. Llegó la tarde en que al fin, después de conocer todo el uno del otro y no me refiero a lo físico, sino a lo que realmente importa, nos besamos. No estoy segura si ese beso fue el que inició el fin, o ya estaba escrito en ese cinturón maldito que llevo en la frente, pero empecé a seguir mi camino hacia la Medicina y él hacia las notas de la música electrónica. Lo que antes compartíamos era completamente diferente a lo que ahora cada uno gustaba y buscaba. Dejamos de entendernos él uno al otro, a mí me parecía que el amor que sentía de su parte se había perdido en algún cajón de su cuarto. Aún al final, aún cuando lo dejé de ver, aún hoy todavía lo quiero, no con el amor secreto que era, sino porque él tiene un pedacito de mi corazón, de mi vida.
Hay días en los que deseo verlo. No sé si la vida nos vuelva a encontrar. Por eso, ahora le escribo y le digo que muchas gracias por todo lo que viví con él, que aún hoy lo recuerdo, que no he conocido mejor amistad que la nuestra y que aunque no fuera recíproco lo que escribo, no cambio nada porque ha sido lo más bello de mi infancia.
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