Ahí viene mi abuela. Lo supe por que siempre que se va la luz, son sus alpargatas las que rompen el silencio en el que quedamos sumidos y es el destello de su vela la que nos abre de nuevo los ojos. Alcanzo a ver en la penumbra con el rabillo del ojo, las negras intenciones de Gilberto de esconderse como de costumbre y saltar sobre mi abuela para descargarle un gran susto. Me descubro negando con la cabeza y sonriendo. Se que va a pasar, el brincará y como siempre mi abuela ya se habrá quitado sus cajas de dientes y abrirá sus ojos de la forma descomunal como lo sabe hacer y sorpresivamente antes de que Gilberto pueda hacer algún gemido, ella le mostrará su cara de muerto y el saldrá trasquilado. ¿Ven? Ahí están los dos. No se por qué lo hace él, creo que le gusta esa cara que hace mi abuela. A mi me gusta saber que mi abuela, a pesar de sus años, todavía sigue siendo tan sorprendente como cuando era niño. Esa forma tan suya de ser es la que me ha hecho a mi ser lo que soy, más que la cascarita de ganao de mi papá. Ah, mi abuela. Luego reposa la vela temblorosamente sobre la mesa mientras siguen sus carcajadas acompasando las nuestras, saca del bolsillo de su delantal el par de cajas y se las acomoda en su gran boca de nuevo. Ahora si es mi abuela, la bonachona. Por todo esto me encanta que se vaya la luz, es un anhelo, cada noche y como es tan común en esta región, Dios me hace el milagrito bien seguido. Luego arrastra pesadamente sin querer que yo le ayude, su mecedora desde su habitación hasta el pasillo y se acomoda, no sin antes recoger el tejido de crochet que siempre termina en carpetas que inundan todas las mesas de la casa. Ella las cambia cada ochos días, tiene cientos de ellas. Es graciosa la forma en la que se ve sentada sobre su silla, casi siempre con media enagua por fuera, sin la menor vergüenza. Todos nos acomodamos con la ruana bien envuelta, esperando la pregunta que sabemos que va hacer: ¿quieren que les cuente un cuento? La primera que pone el grito en el cielo es Clarita que con un "si" muy agudo esconde los nuestros, muy emocionada. Mi abuela y su sonrisa se mecen tranquilamente mientras que sus índices luchan entre si entretejiendo, luego de pronto para su labor y se inclina hacia nosotros abriendo sus ojotes.
- Por allá por el año de 1949, hacia el mes de mayo, toda la región venía siendo azotada por el miedo. Nadie salía más allá de las 6 de la tarde. Todos corrían rapiditíco para sus ranchos a guarecerse. Yo tenía como unos 28 años, su papá todavía no había nacido y sus dos tíos eran bien chiquiticos. Yo ya había quedado viuda del papá de ellos y estaba solita con mis dos chinos prendidos de la falda. Eso si, como ya saben me tocó bien duro para sacar a esos guámbitos adelante. Eso me tocaba moler como ninguna por ahí en la vereda. Bien temprano me levantaba yo y recogía los huevos de las cuatro gallinas que teníamos, solo ponían tres, a veces ninguna. Luego me envolvía la ruana y salía a exprimirle la ubre a la Toña que para esa hora estaba arrancando el pasto del pedacito de tierra que teníamos. Era bien temprano por que todavía estaba oscuro; luego de sacarle la leche al animal, me ponía yo en la tarea de guardarla en las botellitas que me traía Lucho para luego yo venderla. Me atornillaba bien apretado el sombrero y salía con mi canastita y adentro, las botellas para ir a venderlas al pueblo, dejando desayuno listo y parte del almuerzo preparado. Me gastaba en venderlas una hora exacta, porque siempre doña Odilia la de la farmacia, sabia que yo pasaba bien temprano por la leche; luego don Cipriano el carpintero y así como a ocho personas, cuando la Toña se portaba bien. Cuando yo volvía los verriondos chinos ya estaban llenándose de tierra las costillas. Yo entraba y servia el chocolatito que volvía a calentar y las arepas con su buen pedazo de queso. Entonces luego de dejar bien taqueados a los hijos, los sacaba caminando hasta donde mi comadre Consuelo y allá se los dejaba, mientras yo me iba a trabajar a la casa de la señora Carmenza toda la tarde. Cuando volvía, recogía a los chinos, sin almorzar porque la comadre no me les daba ni un caldo y me los llevaba pal rancho pa' que llenaran tantico el buche. En tantas andanzas que me tocaban, escuche decir a don Jeremías que por ahí andaban diciendo que habían visto muy seguido en la noche a un perro negro que se paseaba por allá por la quebrada , hacia el lado de cascadita. Que Don José se lo había encontrado de frente hacia como dos noches y que el condenado perro la había mirado y le habían brillado los ojos colorados que tenia. Decía que era el perro mas grande que había atisbado y que cuando pudo recobrar el aliento supo para que le servían las patas. Y no fue solo Don José el que lo vio también fue la vieja Sonia, la encargada de la hacienda mayor. Yo se que no debería pero me dio un fresco , la historia esta, que a ella se le había mandado encima el berraco perro y la vieja con sus alpargatas y las enaguas arremangadas al pescuezo corría como nunca jamas le había tocado hacerlo. La pobre vieja dizque corría y volteaba a ver al bendito perro y con cada mirada ella lo veía mas grande. Y cuando se vio perdida se tiro al suelo y se cubrió la cabeza con los brazos, esperando lo peor, pero cuando levantó la cabeza no había nada. Igual no le importo y agarro de nuevo sus enaguas y se fue cono alma que lleva el diablo, bueno, casi de verdad se la lleva.
- Yo no creía esas vainas pero igual me daba mucho miedo, que no hay que creer en las brujas pero que las hay las hay. Preciso uno de esos días la señora Carmenza le dio una infección estomacal y me toco acompañarla y darle agüitas de hierbas y calditos para que medio se sintiera bien. Me cogió la noche ahora tenia que caminar hasta donde mi comadre, atravesando el camino donde decían se la pasaba el perro negro. Que mas podía hacer, tenía que recoger mis chinos. Entonces de nuevo me atornille el sombrero, me cubrí con la ruana y me dispuse a salir.
- Eso yo caminaba con una tembladera. Yo que me burlaba de la vieja Sonia y ahora me tocaba a mí la carraqueadera. Caminando vi a lo lejos dos lucecitas rojas, la luna estaba bien redonda arriba iluminaba todo pero esa parte del camino estaba bien oscura; aparecían y desaparecían sin moverse yo que los vi a lo lejos empece a caminar mas despacio pero no me detuve. Olía bien raro, un olor fuerte que nunca había sentido solo oía mi respiración agitada pero mis pies no se detenían. No se porque como a dos metros pude ver la forma del perro que me miraba acercarme con los ojos bien abiertos. Empece a arrastrar las alpargatas pero no me detenía pensaba pasar por un ladito y hacerme la que no lo había visto. El bendito perro me miraba fijamente y no se porqué empezó a jadear como si fuera conocida. Así hacían los perros de Don Jaime cuando en las madrugadas me veían acercarme al cercado , me miraban y luego jadeaban porque sabían quien era yo, entonces pense que este seguro era uno de los perros de Don Jaime ; pero yo todavía estaba lejos del rancho, como iba a estar por aquí el perro de don Jaime. Además este era negro muy negro, no se veía bien de lo negro. Pense que podía ser un perro callejero nada más y que la luz de la luna era la que la hacía brillar de esa manera sus ojos. Caminé despacito, por si las moscas, no fuera que de verdad sea el diablo y por confiada terminara llevándome. Ya pasando por su lado vi como el perro, jadeando se acercaba a mi, pero no corrí, camine despacitico y el bandido perro empezó a caminar a mi lado. Me mordía el labio inferior y me llene de fuerzas. Seguí mi paso pausado pero ese animal seguía allí a mi lado. Aligeraba el paso y él también lo hacía al tiempo. Sentía que me leía el pensamiento. Intente con la valentía que me salía del corpiño, bajar con la mirada para enfrentarme a sus ojos rojos, inmutables mientras que caminaba a mi lado. Era seguro que no era cualquier perro de por ahí, estaba junto a mi por alguna razón y esos ojos coloraos no eran nada angelicales. Mis años y lo duro que la vida había sido para mi, no me hizo cobarde. Así que, me detuve y con palabras entre cortadas le dije:
- De parte de Dios o de parte del diablo.
- Y esperando que el perro me hablara cerré los ojos y me concentre a escuchar. No oí nada. Entonces, sin abrirlos dije - ¿qué quiere de mí? Y todavía pasó más tiempo sin oirse una sola palabra. Decidí abrir los ojos y dirigí mi mirada hacía donde por última vez había visto al perro. Cuando pude enfocar, vi los pies de un hombre. Era pulcro, sus zapatos brillaban en la oscuridad en la que estabamos. Y sus pantalones eran limpios, no parecía que fuera llegado de algún sitio cercano de por ahí. Hasta los hacendados más ricos que vestían ropas caras se empolvaban con los areneros que se forman en estos caminos. Pero este no, estaba limpio, sin un pequeño grano de polvo sobre su tela. Subí tímidamente la mirada y pude reconocer un cinturón de un material tan extraño que duré un tiempo en reconocer que era como el cuero, pero era un cuero de un animal extraño. No parecía el cuero que usábamos por ahí en la región. Una camisa que no mostraba tener ni los botones que mostraban las camisas de los mercaderes de la plaza. Una chaqueta de un material que nunca había visto. Luego pude verme reflejada en sus ojos profundos, oscuros y lánguidos. Me miraba y todavía me parecía que estaba jadeando. No me asuste, la verdad esperaba algo mucho más espantoso. Sino fuera por que el presente fuera el mismísimo diablo, lo vería como un galán de esos que sólo ven las señoritas hijas de las matronas de las haciendas. Había en él una belleza nada común. Su piel era parejita, no tenía ni una sola marca. Sus ojos medio rasgados y sus labios gruesos y carnosos. Mi miedo parecía transformarse en gusto, este pensamiento me sobresalto. ¿Estaba entrando en el juego del diablo? ¿Acaso su poder se filtraba más allá de mis propias sensaciones? Entonces el hablo - ¿Cómo te llamas?
Era la pregunta menos esperada en ese momento, el diablo con todo su poder frente a mi y sólo me pregunta que ¿cómo me llamo?, luego el dijo - No soy el diablo, soy un simple demonio - Otra vez me dejo asombrada, sin decir una palabra el sabía que estaba pensando y me dijo - sólo es uno de los poderes que tengo de muchos otros como el de cambiar de forma sin tanto escándalo. Evitando que se me adelantara le dispare una pregunta - si ese es uno de sus poderes debería saber como me llamo.
- Claro que lo se, pero había creído que era la única forma de poder escuchar tu voz, aunque no lo creas tus ideas suenan como tu voz pero es mucho más armónica tu voz.
Pense - no hablare más, así solo podrá saber de mi a través de la forma que menos le gusta. Tiene todos los poderes que quiera tener, pero no tendrá el poder para llenarse de gusto con mi voz. El dijo - Eres muy valiente, aun sabiendo que soy un demonio intentas retarme con tus pensamientos, pues bien, creo que es una reacción obvia y por ser la primera vez que me aventuro a hablar con un mortal, la dejaré pasar así nada más. Muy bien Ernestina, se todo de ti y creo que este conocimiento es el que me ha hecho deshacerme de todo lo que me impedía hablar con un mortal. Debo decirte que el que se sincere de esta forma con un humano como tu, está condenado a sufrir las inclemencias del infierno de los demonios, ya te podrás imaginar como es. Exacto, es así como lo has pensado. No quiero ser más el que tiene el poder sobre los demás. Eso sólo me ha dejado soledad, y de tanto convivir con humanos he adquirido la necesidad de compañía. Al comienzo, cuando empece en este menester siempre vivía feliz de ver las caras de sorpresa de los simples mortales, mis administrados. El miedo sólo se puede compartir aquí, en la tierra. Es un nuevo producto que empezó a regir desde el siglo XVIII, el de intentar rectificar caminos, evitando que los humanos llegaran al infierno. Se que no es lo que piensa todo el mundo, que somos nosotros los encargados de arrastrar las almas hasta el infierno para su castigo. No, no es así. Empezamos con lo que muchos denominaron leyendas, que aún ahora todavía existen. Pero vendrá el tiempo en el que ya ni las leyendas puedan surtir efecto para evitar su caída y el miedo vendrá de ustedes. Pero bueno, ese no es el tema. Algunos otros demonios se dedicaron a permitir, a través de ustedes mismos la llegada al infierno. La verdad es que cuando llego el siglo XVII, el infierno estaba abarrotado de almas y no cabía una más, ni existía demonio que permitiera el castigo necesario para que las almas se arrepintieran de sus delitos. Entonces en el siglo XVIII nos tocó evitar que llegarán, lo que ha hecho para este siglo que el infierno sea nada más que una burla. Muchos se imaginan que es un sitio donde pueden hacer lo que quieran, que tendrán lo que ellos han llamado las mujeres diablas que son más voraces que las mujeres de la vida fácil de aquí. Mi encargo era asustar tanto a mis administrados, que ellos mismos reversaran los caminos de delito y volvieran a la vía correcta. Empece con un hombre que pretendía enrolarse en las filas del ejército alemán. Luego a una mujer que quería castigar la infidelidad de su hombre arrancándole lo que para ella era suyo. Ahora me asignaron un territorio en donde al parecer quiere nacer uno de los frentes de la violencia que dentro de diez años se hará incontenible. Ese al que tú llamas Don José va a ser el cabecilla de la violencia de esta región. La verdad me canse de todo esto. Si queremos evitar la sobre población de almas en el infierno y a la final se queda todo en un intento, por que los benditos hombre siempre tan tercos terminan cayendo en el abismo. Y si soy claro esto no es lo que de verdad me ha hecho cambiar de idea.
Su voz fluía a mi como si fuese un manantial claro que me traspasaba. Era extraño, ese hombre que se suponía tenía el poder de un demonio, ahora sacaba de lo más interno de él, la sensación celestial de la sinceridad y se sentía como eso, un ave negra y chillona cambiada a un ángel azul y brillante. - La verdad es que he observado al hombre y su esencia desde que me han enviado aquí. Esa facultad de asustarse, el miedo del que soy yo el dueño, ese miedo los hace recapacitar, el miedo es la vara que castiga y corrige el camino. El miedo a pesar de hacerles sentir débiles, cada vez los hace mejores. Eso a lo que tú llamas tentaciones que repites cada vez más en semana santa leyendo ese libro que llaman Biblia, esas tentaciones no son más que el miedo que aquel hombre tuvo que sufrir para encaminar sus pasos, para saber cual era el camino. ¿Lo ves? Puedo yo ser más poderoso, pero son ustedes los únicos que pueden ser mejores. ¿Cómo crees que puedo yo ser mejor?, asustando a alguien hasta la muerte, no lo creo. Quiero eso, quiero sentir miedo, quiero temer mi muerte, quiero correr de mi, dejar todo atrás de mi y tener la ilusión de que algún día podré tener algo mío, que sea mi esfuerzo, que sea lo que yo quiera.
Mientras que este hombre me hablaba así y yo lo observaba boquiabierta, pensaba, ha aprendido más de lo que pueda aprender un hombre en un millón de años. Pero es un demonio y ha cambiado mi miedo a la confianza de ser a la que se le descubre un secreto que a nadie más se le ha develado. Yo, Ernestina, humilde, pobre y sin ningún futuro estaba parada frente a un demonio que sentía lastima de si mismo. Algo pensé que no estaba bien y el me dijo - si, tienes toda la razón de dudar. Al fin y al cabo soy un demonio y es mi misión hacer confiar a la gente para que después caiga dentro de su confianza y pague por su debilidad. Pero ahora no es lo que hago y pensarás, si no es lo que hace entonces ¿por qué ninguno de los que dice él que vendrán a castigarlo ha llegado a dictar su sentencia sobre nosotros? Existe una escala de poder en el infierno, al comienzo siendo un simple demonio con los mismos poderes que hoy tengo delante de ti, tenía que ser vigilado por un superior, ahora después de cumplir muchas misiones, yo soy un superior y puedo cumplir misiones sin que las cabezas teman que soy infiel. Eso es una ventaja, pero sólo me ha servido para sentirme cada vez peor.
Luego mi miro a los ojos con ese negro intenso de los suyos y me dijo - Ernestina, ya no puedo más, no quiero ser más el demonio que pretende cambiar vidas sin hacer nada por la propia. ¿Entiendes? Quiero ser simple, quiero ser un humano como tu.
Sus manos subieron lentamente a la cabeza mientras que parecía buscar en el suelo un lugar para acurrucarse. ¿Cuánto tiempo ha trascurrido hasta ahora? No tengo idea pero creo que no pasa de la media hora. El esta sentado allí a la vera del camino y yo aferrada a mi ruana no sabía que hacer. Sentí compasión de él. Creí que era sincera su intención de conversión y como decía el padre en la iglesia, sí pueden cambiar el camino de alguno que lo ha perdido es deber de todo cristiano corregirlo. Y es así como extendí mi mano hacia su hombro y me arrodille a su costado intentando acompañarlo en su dolor. No era un llanto, era un silencio desgarrador, un silencio que nunca podré describir, un silencio que nunca más volví a sentir.
Le prometí con mi voz, que cada día volvería a verle sin falta. Que yo haría por él lo que estuviera a mi alcance para que lograra convertirse en un humano. Mientras que caminaba de nuevo hacia la casa de la comadre, pensaba en la sonrisa que me regalo cuando me despedí de él. No era la de un demonio. Sentía una atracción especial por aquel hombre y creía que era la oportunidad que me estaba dando de ser diferente a todas las que yo conocía. Llegue con una mirada diferente por que cuando me vio la comadre me dijo - Pero que la trae tan contenta, si le brillan esos ojos como dos velas en plena noche sin viento. Que ¿se mejoró la patrona o es que encontró un hombre por el camino? Esa última frase de la comadre me estremeció y le dije que no era nada, que no debía preocuparse y me observó como con la mirada de aquella que sabe lo que me había pasado y me sentí desnuda, luego me dijo algo que no pude olvidar - Recuerde comadre, el que es nunca dejará de serlo. Y me entrego a mis hijos. Mi comadre diciéndome eso, era extraño, como si supiera con quien había hablado esa misma noche. Mientras que caminaba con los hijos, observe la luna y descubrí que iba ahora más temprano que lo que sospechaba y recordé a aquel demonio que parecía haberme dado un regalo.
Al día siguiente, después del trabajo, lo vi a lo lejos recostado sobre un guayabo, esperándome. Y siguió hablándome de sus intenciones de dejar la vida a la que se había restringido hasta ese tiempo. Intentó disimular su poder de telepatía y me convenció. Cada cosa que decía se acomodaba tan sospechosamente y preciso en el instante en que lo sentía el cambiaba rápidamente, cada vez que sucedía eso, tenía la idea de que era demasiado evidente o era muy estupido, el sólo me miraba con una sonrisa y me decía - a pesar de ser una campesina sin educación, tienes la inteligencia que muchos de los doctores de la región, envidiarían.
Estos acercamientos se sucedieron cada día. Yo los aceptaba con la intención de convertirlo a un católico, claro empezando por transformarlo en hombre. Un día me preguntó - ¿tu crees que no creo en Dios? Si yo soy lo que soy por él. No existe en el infierno más creyente en Dios que el mismo diablo, y es por sus movimientos que los hombres se arriman más a Dios. Esa mala fama no es gratis. ¿Recuerdas a judas? ¿Aquel que muchos dices “traicionó” a su maestro? No hacía más que verificar las profecías y cumplir con los encargos de Dios. ¿Qué hubiera sido de Jesús sí ese hombre no lo hubiera traicionado? ¿Crees que la soberanía espiritual de la ahora goza no ha sido fruto del trabajo y el sacrificio de nosotros los que traicionamos? Lo miré mientras sostenía la Biblia en mis manos.
- No quiero más eso – me dijo si quitarme sus ojos de encima – Siento la enorme necesidad de liberarme de todo esto. Así no lo quieras, asumo tu idea de que yo soy el demonio que no sabes nada de su historia. No necesitas acercarme a mi realidad por que yo la tengo cada día muy presente. Ayúdame a alejarme de todo. No pienses que me convertirás en un ateo, piensa que me liberarás de todo lo que para ti es necesario. Seré un hombre y no se como me desprenderé de todo esto, no se si alguien ha logrado liberarse, pero yo lo haré así desaparezca en el intento.
Sentado frente a mi, iluminados por la tenue luz de la luna, pude reconocer su necesidad de llanto de sus ojos estreñidos. No había sudor, ni una gota de agua dentro de él. Su cuerpo que no existía, quería sufrirlo. Sabía yo que a pesar de que era demonio, su palabra no valía, pero de verlo tan sencillo, tan sereno y a la vez tan decidido, no dude en sus palabras. – ¿Sabe que debería hacer? Acérquese a la iglesia y despídase.
- ¿La iglesia? Allá yo ya he estado.
- Pero no lo ha hecho pensando en Dios como su jefe, el que gobierna sus acciones finales.
- Si lo he hecho – me dijo- aunque siempre lo hice pensando en hacer mis actividades, intentando tentar a curas, a mujeres que se decían católicas y observando a otros que se sientan con descaro frente a las imágenes que adoran sin recordar los pecados cometidos varios minutos antes.
- Ahora debe hacerlo por usted, entréguese a la idea de abandono. Dígale con su pensamiento que ya no pertenece a su grupo, que ahora es libre.
- Bien, lo haré.
- Yo misma le seguiré hasta la entrada de lejos. No quiero que los del pueblo piensen que estoy con un hombre diferente al Parmenio, mi difunto esposo.
Al otro día fui temprano a la plaza y simule desde la puerta estar comprando frutas, frente a la plaza que en el otro extremo dejaba ver la entrada a la iglesia. Al levantar la mirada, después de escoger algunas naranjas, pude descubrir su figura de pie, en todo el centro de la plaza, observándome. Me incomodó por que no se apartaba de mi, me intente ocultar detrás de un racimo de plátano sin dejar de observarlo. Agacho la mirada y me dio la espalda, caminó lentamente hacia la entrada de la iglesia y lo traspaso sin detenerse. Dejé todas las frutas en su puesto y me encaminé con paso rápido hacia la iglesia. Al pararme frente a la puerta me detuve, me quede un tiempo allí. Sentí tras mío la llegada de un grupo de señoras que sin querer me terminaron empujando al interior. Cuando me vi por fin sin la compañía de esas desagradables señoras del pueblo caminando muy despacio, busqué la figura del hombre que se suponía debería estar en frente del altar, pero no lo vi allí. Paseé mi mirada sobre todos los que estaban en la iglesia pero a el no lo encontré. De repente sentí tras su voz susurrándome al oído – te esperaba. Me gire pero no lo vi. Empecé a sentir miedo allí de pie y mientras recuperaba la visión del altar, lo vi salir detrás de unas de las columnas, mirándome y caminando hacia el altar. Lo vi pararse en frente y quedarse allí. Pense que podría ayudarle con mis pensamientos. – adelante, inclínese, muestre que le tiene respeto, dígale que usted reconoce su poder y que esta decidido, a través de ese poder, convertirse en un hombre.
Lo vi arrodillarse mostrando con algo de duda y permaneció arrodillado durante algún tiempo, el suficiente para descubrirme a mi de pie y observada por las personas que me rodeaban. Decidí sentarme en una de las bancas y esperar a que saliera.
El hombre se levantó después de permanecer un rato allí y luego caminó hacia mi. Justo cuando iba a mi lado desvió su mirada y prosiguió sin detenerse, seguí mirando hacía adelante, pero no pude esperar mucho y decidí voltearme. Ya no estaba, no había nadie tras de mi. Las personas que me observaban ya no estaban. Salí corriendo de la iglesia mirando para todas partes.
Esa noche no me dijo nada, hablamos de muchas cosas diferentes. Al final de nuestra reunión sólo atino a decir - Estoy mucho más cerca a ti. Yo baje mi mirada y salí corriendo de allí.
Pasaron muchos días de espera y noches de intentos y cada uno de ellos hacia crecer en mi la idea de verlo. Pensaba que tal vez estaba siendo manejada por algún tipo d maleficio que el demonio me estaba haciendo, pero el mismo me dijo que cualquier demonio sólo podía personificar un humano, más no tenía poder para influenciar sus acciones ni pensamientos. Ojalá eso no haya sido una mentira. Lo veía y me sentía tan bien reflejada en sus ojos, me sonreía y pensaba que era a mí a la única que podía sonreírle. Lo veía sentado en la oscuridad de la noche y sentía que sus manos me tocaban, aunque jamas tuvo la intención de hacerlo.
Un día me dijo - Ayer te vi en la plaza central del pueblo.
- ¿Me vio? ¿cómo? ¿por qué?
- Te vi con tu canasta y tus botellas de leche, te hable, te toque.
Lo mire con los ojos muy abiertos y no pude decir nada, ni si quiera pude cerrar mi boca. El pánico me invadió.
- No te asustes Ernestina. Mis intensiones no van más allá que de sentirme vivo a través de ti.
- ¿y cómo hace eso?
- Ayer fui el hombre que casi la atropella con su cicla. Antes de ayer fui la vieja que te confundió con su nieta. Lo he hecho desde el primer día que te vi y ahora es tan necesario. Discúlpame, se que no te agrada pero no quiero hacerte daño, mis trabajos no deben durar más de tres días y tu no eres uno de ellos.
Al otro día, mientras caminaba hasta el pueblo y recordé sus palabras. Sonreía, me emocionaba la idea de que el estuviera detrás de cualquiera con el que me cruzara. Ese día creo que todos pensaban que me había vuelto loca. Salude, sonreí, hable con cada uno de ellos. Lo veía a él hasta en las palomas de la plaza, en todos los que se me acercaban. En la noche el no me dijo nada.
Un día me dijo - ayer te robe un beso
Además de mirarlo con los ojos como un platón, me puse como un tomate, el sonrió.
-fui uno de tus hijos. Los besas en la frente al dejarlos donde tu comadre. Aproveche que Lucho se dedicaba a correr tras las gallinas en el corral y me aparecí, corriendo el riesgo de ser descubierto. Recibí tu beso cerrando los ojos, sin embargo vi como tus labios se acercaban, rosados, tersos, brillantes. Que bien hueles Ernestina y tus manos son suaves. Cómo me hubiera gustado que me llenaras la cara de besos.
Al otro día cuando vi a mis hijos, los levante uno a uno del suelo y los abrace. Llene de tantos besos como caricias les cabía en el cuerpo. Los ame el triple. No me arrepiento, a pesar de que pueda sonar medio pervertido.
Un día el me dijo - Ayer te acaricie.
Yo le sonreí descaradamente.
- Ayer fui agua y memorice tus poros, fui viento y conté cada uno de tus cabellos, fui arena y bese tus pies.
Al otro día sentí cada cosa, cada detalle sobre mi piel. El viento, El agua hasta la que tome, la humedad de la Toña, la neblina de la madrugada, todo. El me hizo descubrir la vida en un solo día.
Una noche, mientras me hablaba de un tal Mussolini, la noche se torno silenciosa y extraña. No oíamos ni el chirriar de las chicharras. El me miró y no había visto tanto pánico reflejado en sus ojos. Luego de entre los matorrales, luces se acercaban hacia nosotros. Eran muchos perros negros con ojos brillantes. Me sentí perdida y el sòlo atinó a esconder su caraentre las manos. Uno de ellos empezo a sonar como a hojarasca bajo los pies y como intentando levantarse, empezó a crecer, hasta llegar a tres metros del suelo y luego comenzó a bajar. Se convirtió en otro tipo, mucho más bajito que el primero y con ojos saltones. Volteó a mirar al demonio que permaneciò inmóvil. Le dijo – Ya he perdido la práctica en esto. Usted sabe que hago aquí y sabe por qué tomo esta forma y hablo en esta lengua. Sabe cuál es su destino y el de ella. Pero antes le voy a decir lo que espera saber. Si, ella llego a amarlo. Si, hubiera dado lo que fuera por que usted consiguiera ser quien quería ser. Si, hubiera permanecido a su lado toda la vida. Y usted Ernestina, si, el la ama como nunca a nadie a odiado. La ama y la amará. Usted le dio lo que él quería tener. No necesitaba nada más, pero en el furor de su emoción, olvidó que nadie escapa a mi mano. Ahora usted y él verán en pocos minutos como su futuro cambia. Contra usted, Ernestina, no puedo hacer nada, ya ni nos teme, pero si contra el. Sabe como se llama? Iscarel, tiene titulo noble en el reino. Recuerde muy bien su nombre, por que sòlo con el lo podrá reconocer. Será lo que quería ser, hombre, pero con cierto detallito que lo limitará. No será nada fácil, hombre y ciego, y en un sitio muy lejano de aquí. No, todavía falta algo más, será hombre ciego y no recordará nada, pero sí llega a escuchar su nombre de labios suyos, y este es mi toque romántico, volverá a saber uién es y recobrará el amor que hoy esta perdiendo, con lamisma intensidad que ahora.
Y luego se rió de una forma que invadió sin piedad toda la montaña, tan fuerte que los ojos de Iscarel, perdidos en un adios silencioso, se desvanecieron. Luego, asustada, desperte en mi cama, junto a mis hijos y era la misma hora de la acostumbrada levantada de cada mañana.
Yo que era el que al parecer estaba más despierto, con la ventaja de ser el mayor del grupo y tener la mente abierta, le pregunte a mi abuela – ¿Y te fuiste a buscarlo?
Ella me miró y me dijo – No
- ¿Por qué?
- Por que tenía dos hijos que cuidar
- Pero… abuela, ¿no estabas enamorada?
- ¿Enamorada? Claro, pero no arriesgaría lo que tenía en ese momento por ir a buscar a alguien que merecía ser castigado.
- Abuela, pense que harías algo por él.
- Pues, eso debí hacer, si.
- ¿Y por qué no lo hiciste?
- Mire mijo, usted solo lo va a saber, había quedado embarazada
- ¿Qué?
- Si de su papá, otro demonio igual. Tenía que salir igualito a su papá, que bien bandido me hizo sufrir y todavía sobre el hecho me deja un chino que, siendo el menor, desde muy chiquito me sacó canas.
- Volvió la luz y me decubrí boquiabierto y rodeado por niños dormidos. Mi padre, que había subido me encontró allí atolondrado y me dijo –que le pasa mijo?
No le dije nada, sòlo lo mire sorprendido, incapaz de reconocer a mi padre como hijo de un demonio. Y yo, ¿yo que era? El hijo de otro demonio como dijo la abuela. Mi padre se me quedó mirando y se echo a reir – la abuela ya le contó la historia del demonio. Me la contó y los personajes eran mis hermanos. Creo que ya no tiene edad para escuchar los cuentos de la abuela. Sólo falta que ella le cuente la historia de las hadas muertas.
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