El silencio inunda un pasillo que finaliza con una puerta de madera de dos hojas. La puerta se abre abruptamente; el silencio es roto por el vociferante estruendo de la multitud que sale del salón. Al fondo un hombre solo, extiende una vara plegable que utiliza como guía para caminar, la aprisiona entre el cuerpo y su antebrazo mientras que recoge de su escritorio tres libros. Agarra con su mano izquierda el extremo plástico de la vara y avanza. A la mitad del pasillo, su camino es interrumpido por una estudiante que lo interroga.
- Doctor Angel, quisiera hacerle una consulta.
- Dígame señorita Ramírez, en que la puedo ayudar.
- ¿Usted cómo hace para saber con quien habla?
- La práctica señorita... ¿Esa era la consulta que quería formularme?
- Nooo, perdón... Sí Zenón de Citio decía que el ser humano tenía que independizarse del mundo exterior, ¿también se refería a tener que vivir en completa soledad, sin contacto alguno que entorpeciera el desarrollo de la felicidad?
- El sólo expone su punto de vista de como vivir la vida. No especialmente a "independizarse del mundo exterior", más bien a practicar la virtud, es decir, su voluntad, la voluntad humana sobre las pasiones mundanas. Si quiere conseguir más información sobre él, busque también a Crisipo, puede encontrar más información.
- Gracias Doctor Angel.
La señorita Ramírez lo ve alejarse con una intensa mirada de admiración en sus ojos.
Arturo Angel camina parsimoniosamente, a la velocidad que su ceguera le permite. Atraviesa calles llenas de gente desprevenida y despreocupada que corre con todo el afán a sus espaldas. Al llegar a su casa, rutinariamente saca su llave del bolsillo interno de su saco de paño, introduce la parte dentada en la cerradura y gira tres veces hasta lograr que la hoja de la puerta ceda. Sube por las escaleras con la habilidad que los años le han regalado. De nuevo otra llave es introducida y otra puerta es abierta. El bastón es recostado en el perchero; la gabardina que colgaba de su antebrazo, sobre el sofá, seguida por el saco de paño habano; los zapatos recostados cuidadosamente al lado de la poltrona, para evitar accidentes. El fogón a base de gas es abierto y sobre el un recipiente de metal. Sus pasos lo guían hasta el escritorio que siempre ocupa, después de una ardua jornada de trabajo; sobre el escritorio, la fotografía de Jenny, su difunta esposa, que siempre acaricia sin poder verla; una máquina de escribir el "dialecto" braille; un "lápiz" para escritura braille y libros, todos en escritura braille, algunos de escritura tradicional se apilan en la repisa al lado de una pequeña escultura de "El Quijote". Se acomoda en una crujiente silla, que por su desvencijamiento, muestra lo trajinado de su uso cotidiano. Su dedo se extiende sin mover la cabeza para referenciar su intención. Se posa sobre una tecla de un moderno equipo de sonido, accionando la función de CD. El silencio es roto por una voz aguda de opera que armoniza con los movimientos mesurados de Arturo Angel. La plenitud de la calma inunda los cuatros sentidos agudizados por la falta de la vista. El sosiego es roto por un estrepitoso ruido; el teléfono replica. Arturo despliega su cuerpo hacia el lugar que él conoce como el dispuesto para ese aparato inoportuno.
- Aló!!
Una voz dulce descubre una mujer del otro lado de la línea.
- ¿Disculpe señor, por favor, Jenny?
- ¿Jenny?
- Si señor...!
- No señorita, ella ya no vive aquí.
- ¿Ya no vive ahi?.... ah…, usted podría decirme a ¿dónde podría encontrarla?
- No, a ella ya no se le puede encontrar más.
- ¿Cómo así?
- ¡Si!, lo que pasa es que ella murió.
- ¿Qué? ¿Ha muerto?? ¡No puede ser...!
- Si, lastimosamente es así.
- Y.... ¿usted quién es?
- ¿Yo?...Soy su viudo, Arturo.
- Hay que pena, no sabía que ella se había casado. Disculpe mi imprudencia.... ¿Arturo?
- Si, Arturo, no se preocupe.
- Y... ¿hace cuanto murió?
- Hace ocho meses. Disculpe, ¿usted quién es?
- A si, mi nombre es Angela, soy amiga de Jenny, desde que era una niña. Tenía muchas ganas de saludarla y saber como estaba. La última vez que supe de ella fue casualmente hace ocho meses... ... yyyymmm, ¿cómo murió?
- Bueno, ella padecía de un fuerte dolor abdominal que antes sentía muy leve y que fue aumentando con el tiempo; se mando revisar por un médico y le descubrieron cáncer..... Pero... ella ya lo sabía antes de morir, ¿nunca le comentó?
- La verdad, no, nunca me dijo que estaba enferma.
- Pues, a pesar de todos los esfuerzos médicos y quimioterapias, no se pudo hacer mayor cosa por que estaba muy avanzada la enfermedad.
- Aaay, noooo, me imagino lo que tuvo que sufrir Jenny....
- La verdad fue un tiempo muy difícil, entre dolores y salidas al hospital con todos los percances que se sufre con el tratamiento de la quimioterapia, en fin... - Arturo da un suspiro de nostalgia y resignación.
- ¿También para usted debió ser muy duro...?
- Yo me ocupé de cumplir lo mejor que pude con todas sus necesidades, permanecí el mayor tiempo posible a su lado, al igual que su hermana y su madre que muy seguido venían a visitarla,.... pero la verdad en esos momentos, y puede sonar algo cruel, yo prefería que se muriera y no que siguiera sufriendo de esa manera...
- Si, es muy duro ver sufrir a un ser cercano y querido...
- Si, ella era muy especial para mí...
- Discúlpeme Arturo, me gustaría saber más de ella, pero la verdad es que cuento con un tiempo muy limitado por mis actividades. Me gustaría volver a charlar con usted, si es posible, tal vez volver a llamarlo si no le molesta....
- Claro, no se preocupe, puede llamar cuando usted quiera... Angela.
- Muchas gracias, Arturo.... entonces yo le vuelvo a llamar, gracias...
- Que esté muy bien...
Arturo cuelga el auricular, sus pensamientos lo vuelven a inundar, y el recuerdo de Jenny, tan cercano todavía, humedece en un hilo su mejilla.
Recupera súbitamente el tiempo presente, y sus dedos temblorosos comienzan a moverse vertiginosamente sobre el teclado de la maquina de escribir.
Tres días después, de nuevo sus pasos guiados por su lazarillo de metal, se confunden con los de los estudiantes, a los que enseña filosofía. Se encamina taciturnamente por las calles una y otra vez recorridas. Antes de llegar a su residencia, entra, como era costumbre los miércoles, en el supermercado, siendo saludado por Don Ramiro, el tendero.
- Don Ramiro, ¿cómo le ha ido?
Señor Arturo, ¿cómo está usted?
- ¿Qué me cuenta? ¿Cómo le va con las ventas?
- Ahí bien, para no preocuparlo. ¿Viene a hacer su mercadito?
- Si señor, ¿Los tomates están en el mismo lugar, Don Ramiro?
- Si señor, todo esta en su sitio, siga y escoja, sin compromiso.
Arturo avanza a los anaqueles ya conocidos por él. Escoge los víveres que por lo general lleva para su alimentación. Mientras recoge de un anaquel inferior, dos libras de papa, escucha la misma voz que el día anterior había oído por la línea telefónica.
- Tranquilo, yo estoy contigo...
Una voz muy leve que se mezclaba con los muchos ruidos de la calle y el interior del almacén; no estaba dirigida a él, lo sabía, iba sonando con los conocidos altos y bajos de alguien que va pasando a su lado. Pensó: - ¿Será Ángela? Esa voz es inconfundible.
Por la falta de la vista, su oído había logrado efectuar las funciones de reconocimiento que antes ejercía con el ojo en un cien por ciento.
- No, no voy a preguntar si es ella. Tal vez se desilusione al saber que yo soy un inválido.
Se sonrojó, al descubrir dentro de él, un hondo y escondido interés hacia ella. Su bochorno se transforma en resentimiento hacia él, por caer de nuevo en la trampa de la vergüenza de verse ciego y el temor de no ser aceptado. Sin perder tiempo se acerca a Don Ramiro.
- Don Ramiro, ¿La persona que acaba de salir, cómo es?
- ¿La persona que acaba de salir?
- Si, la que acaba de salir.
Don Ramiro, lo mira extrañado, pero al recordar el comportamiento que era normal en Arturo le responde sin titubeos.
- Bueno, era un señor como de setenta años. Antes de que usted entrara tuvo un ataque de tos, que me asustó, pense que se me iba a morir aquí adentro.
La sorpresa invadió a Arturo.
- ¿Un anciano? ¿Está seguro?
- Si claro.... ¿Quién pensaba que había sido?
- ¿No era una mujer?
- No, era un hombre.
- ¿Seguro?
- Si, claro, muy seguro.
Arturo se incorpora sorprendido y reanuda su labor, frente a los anaqueles.
Dos días después, luego de llevar casi dos horas escribiendo un libro de su autoría, en escritura braille, el sonido estrepitoso del teléfono, le volvió a inquietar. Rápidamente extiende su brazo sobre el auricular y lo coloca en su oído.
- Aló.
- ¿Arturo?
- Si, ¿Ángela?
- Si, soy yo. Me descubrió rápido.
- Si, es que tengo buena memoria auditiva.
- Ah, y... ¿Cómo está?
- Bien, bien, muchas gracias.... ¿y Usted?
- Bien, gracias. Que pena volverlo a molestar. Espero que no lo interrumpa.
- Noooo, tranquila. Sólo estaba escribiendo, nada más.
- ¿Escribiendo? ¿Y que está escribiendo?
- Un libro de filosofía.
- Ah, usted es filósofo.
- Bueno filósofo, propiamente dicho, no. Soy profesional en el estudio de la filosofía de todos los tiempos que es distinto.
- Ah, ¿un estudioso de la filosofía?
- Si, mejor así.
- Jenny debió estar muy orgullosa de ser su esposa, ¿no?
- Ella fue un importante apoyo para mí.
- ¿Y me imagino que usted para ella también? Recuerdo que era muy insegura. Fui víctima de uno de sus ataques de histeria.
- Bueno, yo creo que en un convenio para compartir la mayoría del tiempo con una persona, los dos entregan y reciben por igual. Ella me dio todo el apoyo para que yo saliera adelante y yo, con toda modestia, ayude a reafirmar su carácter y también llegué a apoyarla en sus estudios.
- ¿Ustedes fueron muy felices entonces?
- Nunca me arrepiento de haberla conocido. Ella fue lo mejor que me ha podido pasar. Ella era mi motivación para vivir.
- chévere que la quieran a una así. Y... ¿Qué ha pasado después de la muerte de Jenny?
- ¿Qué ha pasado?
- Si, ¿ha encontrado a otra persona?
- ¿Una mujer?
- Si, una novia.
- No, la verdad es que no me quedaron muchas ganas de buscar otra que reemplazara a Jenny.
- Bueno, no como para que la reemplace a ella, sino por compañía.
- No, la verdad es que no he tenido oportunidad alguna de conocer a alguien que me interese.
- Pero eso no quiere decir que no exista alguien que le pueda interesar
- No, yo creo que si llegará alguien a interesarme, existirá un lazo tan fuerte que inevitablemente yo deba aceptar... estoy consciente de eso.
- ¿Quién podría interesarle Arturo?
- No se, tal vez dependa más bien de, a quién podría yo interesarle.
- Y ¿por qué duda que le pueda interesar a alguien? Yo con sólo oírte, pienso que eres una persona muy interesante.
Arturo siente como un calor incómodo le recorre de los pies a la cabeza.
- He…, Bueno... Muchas gracias.
- No, en serio.
- Bueno, tú... también me pareces muy interesante - Una sonrisilla nerviosa Arturo escucha de parte de Angela.
- Je je, He…, yyy... ¿has pensado, después de todo este tiempo de estar sumido en tus actividades, disponer algunos minutos para conocer a alguien?
- Bueno, sin querer, lo estoy haciendo contigo...
Un silencio corto estremece a Arturo.
- Sabes, yo te vuelvo a llamar. La verdad es que me gustaría conocerte mucho mejor, ¿te parece?
- Claro, cuando tú quieras.
- Bueno, entonces hasta una nueva oportunidad.
- Hasta luego.
- Chao.
Se congela por un minuto en esa posición. Arturo no se había percatado del sudor frío que corría por su frente y espalda. Como un choque fuerte, llega a él el recuerdo de su invalidez, y lo que es peor, del desconocimiento de Angela. Siente como la impotencia lo acongoja. Piensa olvidarlo, se relaja y sus dedos, paulatinamente su acostumbrada movilidad.
El día siguiente, al recorrer las habituales calles, algo extraño lo inquieta. La voz reposada de Angela, casi como un susurro, lo hace estremecer.
- Mi mano esta sobre ti...
De nuevo intenta ubicar la fuente, siguiendo el tono que el viento le trae. Siente la presencia de la fuente a un paso de él, estática. Despliega su brazo, mientras que un hilo de voz se le escapa.
- ¿Ángela...?
En seguida, la voz de un hombre de algo más de treinta años, le responde.
- Disculpe, esta equivocado.
- Ah, perdón.
Arturo aturdido por haberse dejado llevar por su sentido de oído que últimamente le ha engañado, se aleja rápidamente. Después de avanzar unos dos o tres metros, un chirriar de llantas suena a sus espaldas y el sonido monótono de la calle, es estrepitosamente roto por gritos. Él, asustado se aleja del lugar.
Al día siguiente, al ir sentado de un bus, de vuelta a su vivienda, el viento le lleva una nueva desazón. El susurro de nuevo de la voz de Angela, lo despierta abruptamente de un leve adormecimiento que tenía.
- No Tengas miedo.....
El susurro esta tan cerca de Arturo, que inseguro por sus continuos errores, se somete a su miedo y evita exteriorizar cualquier sentimiento de inquietud. Además la proximidad de Angela y su desconocimiento de la falta de vista de Arturo lo amarro más a su postura firme.
Ese mismo día, en la tarde, sentado frente a su escritorio y en su labor cotidiano, una nueva llamada lo intriga.
- Aló.
- Hola Arturo, ¿cómo estas?
- Hola, Angela
- Tal vez te parezca muy pronto, pero la verdad es que no pude aguantar las ganas de saludarte otra vez.
- No te preocupes. Yo también deseaba escucharte de nuevo.
- ¿De verdad?
- Si, es extraño y hace mucho tiempo no lo sentía, pero contigo, siento haberte conocido desde antes.
- Bueno, la verdad es que tal vez si nos conocemos.
- ¿Cómo?
- Si, tu relación y la mía con Jenny, pudo haber hecho, al menos, rozarnos en algún momento.
- Si, tal vez tengas razón.
- ¿Sabes algo?
- ¿Qué?
- Me gustaría que nos viéramos hoy.
El miedo a esa posible circunstancia, hace temblar a Arturo, que confundido responde con monosílabos.
- Este.... Bue.... Es qué....
- Tranquilo. Sólo nos vamos a conocer, el tiempo dirá que puede suceder.
Arturo calla, intentado recuperar las fuerzas que le habían dejado.
- A mi también me gustaría conocerte, pero ¿no te parece que es muy pronto?
- ¿Pronto, para conocernos? Pero tu conoces gente a diario, ¿qué tiene de malo que conozcas a alguien más?
- Si, tienes toda la razón...
De nuevo un silencio se cuela entre los dos.
- Bueno, esta bien. Dime tu, ¿adonde y a que horas?
- ¿Conoces la Plaza Lourdes, frente a la iglesia de Lourdes?
- Si, claro, allí nos casamos con Jenny.
- Que casualidad... ¿me imagino que no hay inconveniente por eso?
- Nooooo, esta bien allá, y ¿a qué horas?
- ¿Te parece bien a las ocho?
- ¿A las ocho de las noche?
- Si a las ocho de la noche.
- Pues, sí.
- Listo, entonces nos vemos allá, ¿bueno?
- Si claro.
- Hasta la noche Arturo.
- Hasta la noche.
La decisión estaba tomada. El sonido regular del aparato lo despertó a la realidad. Estaba paralizado. No sabía si había procedido correctamente o era un error.
- ¿Que hice?.....
...¿Qué voy a hacer? Muy posiblemente ella al saber que soy ciego, me va a dejar y yo no estoy dispuesto a un dolor para el que creí estar curado. Pero si no lo hago, tal vez nunca sabría que pudo haber pasado. Además yo no soy así. Siempre me he enfrentado a mis miedos y la mayoría de veces he salido adelante. Si Jenny me oyera se reiría de mi; ella siempre me apoyo en lo que yo me proponía, en esta ocasión ella también estaría conmigo y se que está conmigo. Listo, ya no más. Está decidido, voy a ir.
Arturo verifica el tiempo en su reloj de pulso, con la yema de sus dedos - ¡Ya son las siete! ¡Apenas tengo una hora para llegar!
Apresurado tropieza con las cosas que sabe, están ahí. Recoge del sofá el saco de paño y la gabardina. Del ropero cercano a la puerta saca el bastón lazarillo y se enfrenta a su destino.
Sus pasos apurados lo llevan de la Troncal de la Caracas hacia la trece. Su miedo le hace chocar contra otras personas en la calle. Una vez alcanzada la trece cruza la sesenta y tres hacia la otra acera. Se detiene a esperar a cruzar la trece, mientras que consulta su reloj con sus dedos - ¡No puede ser! ¡Ya son las ocho!
Imprudentemente cruza la calle. Un vehículo frena haciendo chirriar sus llantas y el bastón lazarillo vuela por los aires.
Arturo se encuentra parado entre una grupo de gente que lo rodea - ¡Puedo ver! ¡Puedo ver!
Perdido sin saber que ha pasado. Todos los allí presentes observan hacia el suelo, Arturo sigue las miradas y descubre detrás de él, a él mismo en el pavimento. Un hombre grita - No tuve la culpa, el salió y no pude frenar.
Impetuosos, los acontecimientos cabalgan a su alrededor como estampida. Sus sentidos ahora están embotados a tal punto que la alegría de volver a ver se empaña con el reconocer que allí parado, sólo ha presenciado su propia muerte. En su confusión no acierta a oír la tenue voz de Angela, que le llama.
- Arturo.... ¿Arturo.....?
Arturo gira sobre sus talones y tras de él, un mujer absolutamente hermosa, vestida de negro, lo observa con ojos de compasión.
- Eres cumplido Arturo. Soy Angela vengo por ti.
|