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EL ORIGINAL PECADO ORIGINAL



“EMPERO la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo á la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió á la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto comemos; Mas del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, porque no muráis. Entonces la serpiente dijo á la mujer: No moriréis; Mas sabe Dios que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable á los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”


Génesis 3:1—6



“Dice Que la culebra le aconseja que pruebe la fruta del árbol,
y que el resultado será una magnífica, fina y noble educación.
Yo le dije que también traería consecuencia:
introduciría la muerte en el mundo.”


Mark Twain (Diario de Adán, diario de Eva)




ESCENA 1:
Eva descansa recostada en un árbol y entra la serpiente.


—Hola, Evis.
—Hola, Serpis, ¿cómo estás?
—¿Qué haces? —preguntó la primera.
—Nada, mija, aquí luchando con este pelo. ¿No ves lo reseco que lo tengo?
—Ay, Evita, qué bobita eres. Se ve que no conoces las bondades de la sábila. Dile a tu marido que te haga un extracto; a lo mejor termina inventándose un buen champú o un rinse para el cabello.
—No sé de dónde sacas tantas palabras y cosas tan raras que nosotros no conocemos, Serpi.
—Eso es verdad, mija. A ustedes sí que les falta mundo y de pasito mucha sabiduría. ¿Y sabes por qué?
—No, dímelo tú —respondió Eva con expectativa.
—Por no saber alimentarse adecuadamente —dijo.
—¿Cómo así? Nosotros comemos de todo cuanto ha colocado el Señor en el paraíso.
—¿Estás segura de que de todo? —preguntó con sorna la serpiente.
—Sí —respondió Eva algo extrañada.
—¿Y, entonces, por qué no han probado los frutos del árbol que está en el medio del huerto?
—Pues, porque de ese árbol el Señor sí nos prohibió que lo comiéramos —dijo Eva con seriedad.
—Pues, sabes, Evi, yo sí he comido de ese árbol y por eso, día a día, tengo más y más conocimiento.
—¿Sí? ¿De verdad lo has comido? —preguntó Eva con curiosidad y en tono bajo y reservado a la serpiente.
—¡Es delicioso! Hum..., con sólo recordar su sabor se me hace agua la boca —dijo relamiéndose con su filuda lengua.
—¿Y qué te ha dicho el Señor? —preguntó intrigada Eva.
—A mí nada. ¿Acaso me lo había prohibido? —dijo vanidosa.
—No puedo creerlo. Me parece que sólo lo dices por darte ínfulas y volverte engreída conmigo.
—Pues allá tú si me crees o no, Evita; pero, la verdad, gracias a ello comprendo muchas cosas del mundo que sé te gustaría mucho algún día conocer.
—¿Cómo qué cosas? —preguntó con obvia curiosidad Eva.
—¿Sabías que afuera del paraíso hay más hombres y mujeres como ustedes?
—¡¿Qué, qué?! —preguntó con sorpresa Eva, abriendo sus grandes ojos.
—Sí, mija, como lo oyes. Allá hay hombres guapísimos y mujeres tan lindas que parecen reinas o princesas.
—Eso sí que es una mentira tuya, Serpi. El Señor dijo que nosotros éramos los reyes de la creación, que habíamos sido creados a su imagen y semejanza y que nos enseñorearíamos sobre los peces del mar, las aves de los cielos y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra —explicó con seguridad Eva.
—Sí, sí, mi niña, eso es historia sagrada para mí y ya lo hemos discutido antes; pero, no sé por qué (todavía lo desconozco), allá afuera hay gente que vive en otro paraíso distinto de éste, pero igualmente chévere.
—¿Cómo así chévere? ¿Qué significa chévere? —preguntó intrigada Eva.
—Pues, que allá la pasan de lo mejor. Por ejemplo: las mujeres se arreglan con vestidos bonitos, usan joyas, cremas para la piel, zapatos lindísimos para no caminar descalzas, se arreglan las uñas, van al estilista, se hacen masajes, liposucciones, mascarillas, etc. Y, después, hombres elegantes en modernos carros las invitan a fiestas, bailes, restaurantes; las llevan de paseo y les regalan perfumes, joyas...
—No puedo creer lo que oigo —dijo Eva, interrumpiéndola—. Eso es sólo imaginación tuya, y ¡vaya que imaginación tienes!, Serpi. Eso no puede ser posible. ¡Me moriría! —dijo Eva embelesada.
—Pues cuando quieras te llevo para que lo compruebes por ti misma, amiga. Tú decides —dijo la Serpiente con aire de suficiencia y dejando el anzuelo servido—. Y ahora me voy, mija. Esta noche en el mundo de afuera es la premiación de los Oscares y no me la puedo perder por nada en la vida. Chao, Evis, nos vemos. Me voy a arreglar un poco, estoy hecha un desastre... —dijo la serpiente mientras se alejaba contoneándose de manera coqueta y vanidosa, mientras llamativamente hacía sonar sus cascabeles.


ESCENA DOS:
Eva que había quedado sobrecogida y perpleja por lo revelado por la serpiente es visitada sorpresivamente por Dios.


—Buenos días, Eva —dijo Dios apareciendo como una luz resplandeciente.
—Buenos días, Señor —contestó Eva algo turbada.
—¿Cómo amanece la flor más exquisita del paraíso? —dijo Dios con cariño.
—A Dios gracias bien, Señor —respondió Eva ruborizándose.
—Te he visto últimamente muy conversadora con la serpiente —dijo Dios con tono casual e indiferente.
—Sí, Señor, ella es buena amiga y tenemos siempre varias cosas de qué hablar. Además, como Adán se la pasa tan ocupado en la huerta, no tengo con quien charlar, y ella viene y me hace compañía.
—Ten cuidado, Eva, la serpiente es muy astuta y podría llenarte la cabeza de cucarachas y llevarte a tener malos pensamientos que después dañen tu corazón —dijo Dios en tono paternal.
—No, Señor, no se preocupe Usted —dijo Eva tratando de explicarse—. Nosotras sólo hablamos de cosas de mujeres y hasta ahora nos hemos entendido bien. Ella conoce perfectamente este lugar y me cuenta de todo lo que ve, nada más —explicó Eva sin mayor detalle.
—Bueno, mijita, gracias por confiar en mí y contarme tus asuntos personales; pero, ahora te dejo, pues voy a echarle un vistazo a Adán; a lo mejor necesita mi ayuda celestial. Cuídate mucho, tesoro —dijo con ternura Dios y se despidió como si ignorara lo acontecido. Acto seguido, y tal como llegó, se esfumó.


ESCENA TRES:
Adán es visitado por Dios en la huerta.


—Buenas tardes, Adán —saludó con gentileza Dios.
—Buenas tardes, mi Señor —respondió Adán con respeto.
¿Cómo van las cosas, muchacho? ¿Necesitas que te colabore en algo? —preguntó Dios con espíritu cooperador.
—Muchas gracias, mi Señor, pero por ahora me defiendo bien con todo; aunque, la verdad —enfatizó Adán—, me gustaría realizar mi trabajo más rápido, pues quiero agradarlo a Usted cada día más.
—Eso está bien, mijo —dijo Dios complacido—. ¿Y qué tanto te ayuda tu mujer? —le preguntó luego Dios—. Recuerda que ella debe ser compañera idónea en todo para ti —agregó Dios con seriedad.
—Pues, para serle sincero, Señor, ella es buena y me colabora en lo que puede; pero, no cuenta con suficiente fuerza y resistencia para estas faenas. A cambio, suele darme algunos consejos y hasta muy buenas ideas. Mire, por ejemplo, Señor —se explicó Adán—, esta mañana me pidió que le hiciera un champú de sábila...
—¡¿Un champú?! —Interrumpió sorprendido Dios—. ¿Qué cosa es eso, Adán? Jamás en toda mi eterna existencia había escuchado tal palabra.
—No se sorprenda, Señor —dijo Adán sonriendo—, es apenas un producto natural para el cabello, que le dará brillo, volumen y sedosidad a éste, ya que se le está resecando y hasta con brotes de horquilla. Una de esas pequeñas tonterías que de cuando en vez le da y que no me cuesta realizar para hacerla feliz —complementó Adán muy orgulloso.
—Hum, entiendo —dijo el Señor con recelo—. Mejor te dejo porque me voy para reunión de Consejo con la Santísima Trinidad. Que tengas buena tarde, muchacho —y salió Dios con inusitada prisa.
—Adiós, Señor, que mi Dios lo acompañe —dijo Adán levantando su mano en señal de cordial despedida, pero Dios había desaparecido como un rayo.


ESCENA CUATRO:
Reunión de la Santísima Trinidad.


—Buenas noches, Señores, los he citado con carácter urgente a esta reunión para tratar un tema muy serio.
—Sí, ya estamos del todo enterados. Recuerda que somos omnipresentes.
—¿Y qué opinan, entonces, del asunto? —preguntó Dios-Padre con solemnidad—. La serpiente está taladrando el cerebro de Eva y muy posiblemente, si sigue así, termine por convencerla.
—¡Acabemos con la serpiente! —dijo eufórico Dios-Hijo—. Para mí sería muy fácil terminar con ella o echarla fuera del Edén. Yo...
—Calma, calma —dijo Dios-Espíritu con ánimo conciliador—. Quizá debamos darle tiempo a las cosas. Pienso que todo cuanto hemos creado es bueno y no debemos aún preocuparnos. Nuestra creación posee su propia dinámica natural y no tendría sentido alguno que la controláramos sistemáticamente como a un robot programado que sigue rutinas y procesos mecánicos sin tener capacidad de autodeterminación. De lo contrario, el mundo en nuestras manos sería como un juguete para niños que se distraen moviendo fichas o soldaditos de plomo a su real antojo y sin un digno propósito ulterior. Démosle a la humanidad —continuó con su sabia argumentación— la capacidad de autogobernarse siguiendo principios éticos, morales y, sobre todo, espirituales que les inculcaremos y sembraremos en su cuerpo, mente, alma y espíritu. Quienes no sigan esas pautas perecerán; quienes sí, gozarán eternamente del paraíso y de nuestra gracia y bendición celestial.
—Amén, y que así sea —dijo Dios a una sola y potente voz.


ESCENA CINCO:
Adán y Eva en su cueva.


—Hola, amor, ¿cómo estás? —dice Adán al llegar a casa después del trabajo.
—Bien, negrito, ¿y a ti cómo te fue? —responde Eva saliendo a darle un beso en la mejilla.
—Pues, hoy fue un día duro pero hermoso como todos —dijo Adán satisfecho—. Ya casi voy terminando con la extenuante tarea de ponerle nombres a todos los animales; sin embargo, aún son muchos y no se me ocurren nuevas denominaciones. Además, debo memorizarlos bien para luego no confundirme al llamarlos —dijo Adán suspirando y dejándose caer sobre el sofá de la sala.
—Eso sí que es un camello, mijo —dijo desprevenidamente Eva mientras se iba para la cocina a servir la comida.
—¿Camello, dijiste? —se quedó pensativo Adán—. ¡Bravo, mujer! Ese será el nombre de un animal muy raro que tiene dos jorobas y que soporta muy bien las altas temperaturas. ¿Y tú cómo vas con la clasificación de las plantas del paraíso? —preguntó Adán condescendiente.
—Voy bien, amor. He conseguido una oportuna ayuda en la serpiente que ha recorrido este lugar de norte a sur y de Este a Oeste. Además, ella, a más de saber de botánica, ha resultado ser una muy sensible amiga —concluyó Eva con una agradable sonrisa en sus labios.
—¿Con la serpiente? —preguntó prevenido Adán—. ¿Sabes, chiquita?, ella no me cae muy bien del todo. Es como de doble personalidad. La veo muy escurridiza y desconfiada. Cuando la llamo es la única bestia que me hace reparos y me pregunta que para qué la quiero y siempre me hace polémica y busca enredarme con su lengua. Los demás animales son sumisos, obedientes y humildes —dijo Adán subiendo el tono, pues Eva ya estaba en la cocina y le pedía que le hablara más alto.
—Me parece muy raro, ¿sabes? Ella conmigo es súper. Además, es muy inteligente —continúo Eva—. ¿Sabías que ya ha comido del árbol prohibido...?
—¡¿Cómo?! —gritó ofuscado Adán, acercándose a Eva—. Ningún animal debe tampoco comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Si no podemos nosotros menos ellos. Es una orden del Señor y debemos cumplirla al píe de la letra. No ves que al comer de ese fruto podríamos ciertamente morir. ¡El Señor nos lo ha dicho! —sentenció enérgico Adán.
—¿Y si a cambio de morir nos hacemos más inteligentes y conocedores de verdades que no nos han sido aún reveladas? —preguntó Eva sin interés en obtener una clara respuesta y, sí, más, con la intención de sembrar dudas en alma de Adán.
—¡Sandeces, mujer! —exclamó Adán—. ¿De dónde sacas esa idea ridícula de volvernos más sabios e inteligentes? —preguntó Adán incrédulo ante las palabras necias de su mujer.
—Pues he escuchado muchas cosas del mundo que yo no conocía y que la serpiente asegura haber visto. Déjame contarte...


ESCENA SEIS:
Adán sale temprano a la huerta a buscar a la serpiente.


—Por ahí escuché que andabas buscándome, Adán. ¿Para qué me necesitas, en qué puedo ayudarte? —dijo la serpiente mostrándose humilde y servicial.
—Cierto es, y necesito hablarle seriamente —dijo Adán, mientras con gesto autoritario le exigía a la serpiente que se sentara para conversar—. Mire, serpiente —le dijo Adán—, estoy muy molesto por la andanada de chismes, cuentos e historias con que le ha llegado a mi mujer. Ahora ella me viene con la idea loca de la existencia de un tal y susodicho mundo paralelo al de este paraíso terrenal y está deslumbrada y no piensa en nada más.
—No deberías molestarte, Adán... —trató de decir la serpiente.
—Que no me gusta que me tutee, se lo he dicho. Le exijo me respete, serpiente —dijo Adán en tono grave.
—Bien, mi señor, como a usted más guste —dijo la serpiente con gesto solemne y hasta burlón—. Si al menos me escuchara y me permitiera explicarle, quizá luego usted, con su criterio y gran inteligencia, podría determinar si es válido o no lo que yo conozco de primera mano —dijo con malicia.
—No me interesan sus cuentos, serpiente. Y no veo cómo me interesarían... —dijo Adán con un dejo de duda que la serpiente aprovechó con astucia.
—Yo lo he visto a usted, mi señor, luchar a diario con esta inmensa huerta y veo cuánto trabajo debe ejecutar prácticamente solo y sin ayuda de nada ni de nadie. Si al menos supiera lo fácil que esto se realiza allá en el mundo civilizado, sus problemas se acabarían. Trate apenas de imaginar lo siguiente —le dijo la serpiente—: allá hay herramientas y máquinas industriales como bulldozer, palas, picas, retroexcavadoras, martillos y un sinfín de inventos modernos con la fuerza de más de 500 caballos al servicio suyo con sólo accionar un botón o una simple palanquita. ¿Lo ve, usted, señor?
—Eso me suena a pura ciencia ficción, serpiente, y presiento que usted tiene la cabeza caliente y con fiebre, pues esto no es más que un delirio de verano —dijo Adán asombrado ante las imágenes insospechadas que inexplicablemente acababa de ver por cuenta de la serpiente.
—Usted mismo podrá verificarlo cuando quiera, señor. Yo los puedo llevar a los dos para que conozcan eso y mucho más. No sé por qué el gran Dios no se los ha presentado por sí mismo. Es algo egoísta de su parte y no me explico por qué los quiere tener aquí como a cavernícolas aislados del verdadero mundo de los hombres y las mujeres (aquí entre nos, unas mamacitas) que afuera existen en perfecta armonía y en una sociedad próspera y con igualdad de oportunidades para todos —dijo la serpiente con tono de político promesero y mendaz.
—No, ya no más, serpiente venenosa. Váyase de mi vista y mejor no se aparezca más por aquí. Sus palabras son empalagosas y me confunden y no quiero desobedecer al Señor, nuestro Dios, que ha sido justo y bueno con nosotros dándonos este hermoso paraíso donde nada nos falta.
—Bueno, ya lo veremos, jefe. Algún día me darán la razón —dijo por último la serpiente mientras simulaba marcharse cabizbaja y derrotada.


ESCENA SIETE:
La serpiente busca a Eva y trata una vez más de convencerla.


—Hola, Evita, qué bonitas jardineras has plantado hoy —saludó la serpiente buscando la atención de Eva.
—Hola, mi Serpis, ¿dónde andabas?, quería hablar contigo —dijo Eva con cierta ansiedad y gran afecto.
—Vengo de hablar con Adán y te cuento que es bastante cabeciduro. No tiene ni un poquito de curiosidad por saber lo mucho que se pierde con su tremenda terquedad. La verdad —dijo indiferente—, prefiero ni tocar más el asunto con ninguno de ustedes. Dejaré para mí solita este maravilloso descubrimiento y hasta estoy pensando seriamente en marcharme de acá —dijo la serpiente con desdén y con la mirada triste y descorazonada.
—¿En realidad te irías, Serpi? —preguntó Eva, compungida.
—Sí. Creo que ya está decidido..., a menos que... —dijo con premeditada parsimonia— quizá tú lo intentaras conmigo —dijo la serpiente buscando que Eva cayera en su trampa.
—Pues, para serte sincera —dijo Eva—, anoche al rato que hablé con mi marido me quedé desvelada imaginando cómo sería ese mundo glamuroso y lleno de fantasía, y pensé que este paraíso, si bien es hermoso, es también algo monótono, lo confieso. Hasta lo perfecto llega a cansar y no ser suficiente, no me preguntes porqué —seguía diciendo Eva—. Hay días que esperaría sucediera algo distinto, pero, no; todo está pasmosamente ordenado y conforme a los designios de Dios. Y no es que yo esté contra su sagrada voluntad. ¡No, Dios me libre! Mas no tenemos mayor capacidad para elegir una vida diferente y con más emoción y riesgo, ¿me comprendes, Serpi? —dijo Eva descargando su corazón ante la serpiente que la miraba expectante y congraciada con lo que escuchaba.
—Te comprendo bien, amiga mía —y se acercó para abrazarla—. Yo sé que el mundo de afuera es la respuesta que andas buscando. Ese mundo es para los que quieren desafiar los límites sin temer a los riesgos, pues una vida sin emoción es una vida pobre y vacía —argumentaba sagazmente la serpiente, en tanto Eva con los ojos cerrados era transportada a ese paraíso ignoto—. Eva —dijo la serpiente sacándola de su visionario sueño—, sin duda esa es la oportunidad que estabas esperando para que tu vida sea distinta y plena. Es muy fácil, amiga, no hay nada más sino que probar del fruto del árbol dizque prohibido, ni siquiera hay que comerlo todo, aunque es deliciosísimo, y con ello se te abrirán los ojos para contemplar ese maravilloso paraíso idílico —dijo la serpiente con toda la capacidad de convencimiento de que disponía su hábil lengua.
—¿Sabes, Serpi? Estoy decidida a hacerlo y ya me daré mis mañas para que Adán, al igual, nos acompañe. Yo sé cómo hacerlo —dijo Eva con una mirada cargada de emoción y ansiedad, nunca antes conocida.
—Bien, Eva, yo misma me encargaré de conseguir el fruto para que el Señor Jehová no te vea por allá. Luego, en un lugar secreto que conozco, la comerás y de inmediato –te lo puedo asegurar- descubrirás el paraíso paralelo al del Edén del que ya hemos platicado. Esta misma noche aprovechando la oscuridad lo traeré y mañana a esta hora donde nace el río Eufrates nos encontraremos. Mira a ver si logras convencer a tu esposo. Yo creo que él quiere hacerlo, pero necesita de un poderoso respaldo para ello. Y quién mejor que tú para dárselo: su amada, bella y atractiva esposa. Lo que yo haría con tus caderas —le dijo insinuante la serpiente—. Acto seguido se despidió: Nos vemos, mija. No te arrepentirás —le reiteró guiñándole el ojo—. Has tomado la mejor decisión de tu vida —dijo muy contenta la serpiente mientras que por primera vez en su vida se deslizaba escurridiza por el suelo entre los espesos arbustos del paraíso.


ESCENA OCHO:
Eva seduce a Adán, pero Adán cree que fue él quien la sedujo.


—Hola, amorcito, ya llegué ¿Dónde andas? —gritó Adán desde la entrada de la cueva con tono alegre y más cariñoso de lo habitual.
—Por aquí, mi vida, contestó Eva desde el fondo semioscuro de la cueva. En un momento salgo. Te tengo una sorpresa —le dijo.
—¿Qué sucede, chiquita, tú nunca actúas así? ¿Además este olor tan fragante y especial..., hum...? ¿De dónde lo has traído? Me parece agradable —dijo Adán mientras se sentaba en el sillón de madera que había construido ese día para su esposa.
—Mi vida, cierra los ojos —le dijo Eva—. No los abras sino hasta cuando yo te lo pida. ¿Me lo prometes?
—Bueno, está bien. Pero no sé qué te propones, mujer. Jamás te habías comportado así. Siento que eres otra.
—Sí, exacto. Soy otra, y a esa otra la vas a querer mucho más —respondió Eva con voz sugerente y melosa, al tiempo que se acercaba al sumiso Adán que esperaba ansioso su cercanía.
—¿Tú me amas, Adán? —preguntó Eva susurrándole al oído.
—Por supuesto, mujer —dijo Adán tratando de tocarla con sus manos, pues éste no abría todavía los ojos a la espera de la orden de su mujer.
—¿Y si me fuera de aquí, me extrañarías mucho? —preguntó Eva más coqueta que nunca.
—Ahora sí no te comprendo —dijo Adán abriendo sus ojos y viendo a su mujer ataviada con flores y ramas en el cuerpo. ¿Qué es ese atuendo tan extraño? ¿Por qué te cubres? Si así, natural como eres, me gustas muchísimo —dijo incrédulo Adán ante lo que sus ojos veían.
—Es que estoy aburrida con ver todo igual, amor. Quería sorprenderte con algo distinto que nos sacara de la rutina —dijo Eva con voz de niña consentida y enrollándosele a Adán en el cuerpo—. ¿O es que no te gusta que sea cariñosa y atenta contigo, ah..., dime..., cosita rica...?
—Un momento, compañera. Espera. Vamos por partes —dijo Adán deteniendo los avances seductores de su mujer—. ¿Qué fue eso de irte de aquí? ¿Para dónde? ¿Por qué? ¿Con quién? —preguntó precipitadamente Adán, separándose de su mujer.
—Pues, estoy decidida a marcharme con la serpiente para el mundo paralelo. Tú verás si me acompañas o te quedas solo —contestó Eva apartándose un paso más y dándole la espalda a Adán.
—Amor, ¿qué es esa tontería del mundo paralelo? Ya veo que la serpiente te ha lavado el cerebro —dijo Adán acercándose de nuevo a ella y abrazándola con cariño.
—Mi vida —contestó Eva mirándolo a los ojos—. ¿Qué nos cuesta intentarlo? De seguro que si es mentira no veremos nada y cuento acabado. ¿Ves, cielo? Vamos y satisfacemos la curiosidad y punto. Todo quedará entre nosotros, amor. Hasta yo misma, de no ser cierto, buscaré que echen del paraíso a esa serpiente por mentirosa y chismosa. Te lo prometo, cielito. Anda, dime que sí —dijo Eva besando con dulzura a Adán que no supo en ese momento qué contestar.
—Hablemos de eso después, negrita. Más bien por qué no probamos este cómodo sillón que diseñé para ti. Hace rato que no nos consentimos uno al otro... —le respondió Adán con la mirada llena de deseo contenido por su joven y bella esposa.
—Pues si no me acompaña con esta idea tendrá que de ahora en adelante calentarse usted mismo. Y vaya de una vez probando su sillón, porque lo que es en lo sucesivo voy a dormir sola —dijo Eva al tiempo que corría hacia el fondo de la cueva gimoteando y llorando desilusionada.
—Mujer, mujer, no seas así. Mira que eso que pides es muy peligroso y no quiero que le fallemos al Señor —dijo Adán siguiendo a su mujer hacia la alcoba.
—¡No me toque, Adán! —dijo Eva enfática—. A usted le falta más hombría para tomar sus propias decisiones. Déjeme sola... —dijo hiriendo el orgullo de Adán y cerrando la puerta del dormitorio.
—Evita, cielito mío —le dijo Adán al cabo de un rato de estar afuera pensando—. En parte yo también he tenido curiosidad, pero me cuesta aceptarlo; pues he querido ser fuerte ante esa tentación. Sin embargo, creo que podemos intentarlo y si no hay nada, como tú dices, asunto concluido y que no se vuelva nunca más a hablar de ello, ¿está bien, morochita? —dijo Adán en tono conciliador y condescendiente.
—Gracias, mi vida —contestó Eva, abriendo súbitamente la puerta—. Eres un sol, un bizcochito, un turroncito de azúcar, un papazote... —le contestó Eva rodeándolo con sus largos brazos y besándolo apasionadamente...


ESCENA NUEVE:
Adán y Eva comen del fruto prohibido.


—Bueno, aquí estamos todos, mis amigos. Veo que has logrado convencer a Adán —dijo la serpiente mirando a Eva cuando ésta llegó al punto convenido del encuentro acompañada por su esposo.
—Sí —dijo Eva sin rodeos—. Pero apúrate antes de que nos arrepintamos. A esta hora al Señor le gusta caminar por ahí y no nos sentimos muy seguros haciendo esto.
—Tranquila, Evita. No va a pasar nada. A estas horas ÉL debe estar dándose una siesta y ese cuentico de que morirán es carreta. Además, recuerden que a mí no me pasó nada —–dijo para darles confianza—. Por el contrario, sabe Dios que el día que coman de este fruto, serán abiertos sus ojos, y serán como ÉL, sabiendo el bien y el mal. Es pura envidia —les dijo la serpiente al tiempo que le alargaba a Eva el codiciado fruto prohibido para que de él comieran.
—¡Qué sabroso, Adán! Es lo más delicioso y maravilloso que nunca antes probara. Toma tú también, amor —dijo Eva, dándole a degustar a su marido, quien, sin vacilar, comió.
—Sí, muy rico —dijo Adán, empalagado—, pero, al instante, ¡Oiga, serpiente rastrera! —gritó confundido Adán restregándose los ojos—. ¿Qué nos ha dado a comer, maldita? Ahora descubro que estamos desnudos y sentimos vergüenza por ello. Ven, Eva, cubrámonos con estas hojas de higuera para que nadie nos mire —dijo con afanoso celo y temor, Adán. En eso oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire fresco del día.


ESCENA DIEZ:
Adán y Eva son castigados por Dios.


—¿Dónde estás tú, Adán? —llamó con severidad Jehová Dios.
—Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí entre los árboles del huerto —respondió Adán.
—¿Quién te enseñó que estabas desnudo, muchacho desobediente? ¿Has comido del árbol del que yo te mandé no comieras? —preguntó Dios.
—La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí —respondió Adán tratando de disculparse.
—¿Qué es lo que has hecho, mujer? —preguntó Dios a Eva.
—La serpiente me engañó, y yo comí —contestó Eva queriendo a su turno inculpar a la serpiente.
Y Jehová Dios dijo con severidad a la serpiente:
—Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. La serpiente, al no encontrar ni a un ratoncito al que echarle la culpa, optó por quedarse callada para siempre.
Luego el Señor mirando a la mujer esto le dijo:
—Multiplicaré en gran manera los dolores de tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti.
A continuación, dijo Dios al hombre:
—Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé no lo hicieras, maldita será la tierra por tu causa, con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás —sentenció Jehová Dios, al tiempo que les hacía unas túnicas de pieles para vestirlos y arrojarlos de inmediato del paraíso, el cual guardó colocando a la entrada del Edén querubines con espadas encendidas que cuidarían el camino hacia el árbol de la vida impidiéndoles que alguna vez regresaran.


ESCENA ONCE:
Adán y Eva fuera del paraíso.


—¡¿Es este peladero el maravilloso paraíso prometido, mujer?! —gritó Adán con mucha rabia—. Si ves, mujer —continuó vociferando—, en lo que hemos parado por culpa de tus malditos caprichos —dijo Adán a Eva mientras ella marchaba tras de él, triste y en silencio—. Nunca más volveré a hacerle caso en nada. En nada, ¿me oyes? En nada —sentenció Adán muerto de la piedra.
—Eso ya lo veremos —contestó Eva, pero Adán por seguir refunfuñando no la escuchó.
—¿Qué dices, mujer? No me hables entre dientes. Habla claro —gritaba Adán, apurando el paso para buscar con premura su primera puesta de sol en la tierra.
—Nada, cielito, nada —respondió Eva volteando a mirar hacia la serpiente que fiel se arrastraba tras ella. Al éstas cruzar sus miradas cómplices, se guiñaron el ojo...


FIN


Pieza para Teatro

Autor: Gerardo Cardona Velasco
Fecha: Bogotá, Junio 15 de 2005

Derechos Reservados.

Texto agregado el 21-06-2005, y leído por 1304 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-06-2005 ajja, muy bueno brillante. juanitaR
 
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