Chispa era un perrillo blanco, no recuerdo ahora la raza (si es que alguna vez la supe), no era más que un cachorro que parecía encenderse cuando lo llamabas agitando su cola como si fuera la mecha. Chispa me mordía los bajos de los pantalones y me mordía los zapatos y los pies y luego me lamía las manos y a mí me gustaba acariciarlo. Una vez Chispa se meó en el salón y fui corriendo al cuarto de baño para intentar limpiarlo todo con papel higiénico, pero lo que hice fue enfangarlo aún más, mi madre se puso rabiosa y sacó la zapatilla, fue Chispa quien recibió los zapatillazos yo un tirón de orejas por intentar protegerlo de tan mala manera. La vez siguiente (y más culpa que mía ninguna, yo lo saqué de la galería porque quería jugar con él), viendo el fracaso del papel cogí la fregona, entonces pensé que debía de haberlo hecho muy bien, pues mi madre no dijo nada esta vez, se limitó a mirarme y me acarició la cabeza, aunque emitió un gruñido cuando Chispa llegaba a por su trocito de cariño.
Siempre merendábamos juntos, y lo mismo: un vaso de leche con magdalena, yo en la mesa y él en el suelo, después, a veces, me escabullía y me ponía a ver Barrio Sésamo sin él, pero es que estaba harto de que le ladrara a Espinote no dejándome oír. Y cuando acababa corría hacia él, había estado gimiendo y arañando con su patita la puerta del patio; mi madre, impasible, jamás le abría. Recuerdo que una vez, en mitad de la noche, no sé cómo, se metió en la casa y robó una zapatilla mordiéndola entera, me imagino que se sintió como David cuando derrotó a Goliat, pensando esta vez he vencido yo. La verdad es que no hizo ningún ruido, se ve que no quería que nadie interrumpiera su venganza, porque no fue sino hasta la mañana siguiente cuando encontramos la zapatilla descuartizada en mitad de la cocina y a Chispa, que al principio no respondía, bajo mi cama.
Algunos días Chispa me acompañaba al colegio y luego mamá se lo llevaba, pero fue entonces cuando a ella le empezaron los dolores de cabeza y ya iba yo solo, la primera vez orgulloso, que ya iba yo solo al cole. Doña María del Mar era la maestra y un día estuvimos recogiendo piedras para luego pintarlas y otro nos fuimos de excursión a la playa, mamá vino también y comimos un bocadillo de tortilla a la francesa apoyados en una barca, a la que le habían dado la vuelta y parecía como si estuviera acostada de espaldas. Después hizo algo de viento y a mamá se le voló el pañuelo de la cabeza y yo me reí mucho. Cuando volvimos a casa Chispa estaba muy triste, apenas jugué con él ese día.
Era noviembre, estaba en la fila, haciendo cola para la lectura y me pareció ver a Chispa en el patio del colegio, ladraba, parecía estar muy asustado, pero me tocó el turno y cuando terminé ya no estaba, quizá yo lo había imaginado, lo había confundido con otro perro, hubiera prestado más atención si hubiera sabido que sería la última vez que lo viera. Al principio no entendí por qué ese día fui mi padre a recogerme, ni por qué me abrazó tan fuerte; lo que vino después me parece ahora solo un mal sueño, del que recuerdo poco, solo los besos húmedos de lágrimas de mis tías. Encogido de pánico solo tuve valor para preguntar a papá dónde estaba Chispa.
Fin
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