Dicen que las gatas maúllan solo cuando quieren fingir hondos pesares, pero una mañana descubrí lo torpe que hemos sido al creer en esto tan ciegamente. Digo esto por lo que hoy siento, por aquella que me enseño el valor de esta verdad.
Le conocí un día de abril, un día normal par mi caso, un día en que no esperaba nada de la vida, entre llovizna de un aburrido día, ella se acerco sigilosa, tímida y empapada por la lluvia, yo pretendí seguir mis ancestrales instintos, mostrándole mis caninos amenazadores y agrandando con un poco de aire mi pequeñez.
En cambio, ella posaba seductora y frágil ante mis amenazantes armas, se acerco a mí sin pretender mojarme, me hizo sentirme vulnerable ante su arremetida, pero la lluvia torrencial no me permitía salirme de mi espacio, nada podía hacer para alejarla de mi sin lastimarle, pero percibirla así tierna, dulce, frágil y sin mostrar signos de intolerancia hacia mi, creó en mi pensar, el que ambos solo buscábamos un refugio de la fría y húmeda noche, que en medio de tan fuertes aguas nadie nos vería estar tan juntos, y que además que podría perder, era la primera vez y por supuesto seria la ultima.
Poco después la lluvia agravo, intimándonos a refugiarnos uno en el otro, sentía pena por ella y creo que ella por mi, hay estábamos, solos y abandonados a nuestra suerte, tan juntos como nuestras pieles los nos permitían, sin fijarnos en nuestra hereditaria enemistad, entre una hermosa gata y un pequeño perro.
Pasaban las horas, el imperturbable frío se hacia costumbre, ella empezó a maullar, mientras yo en mi nocivo silencio, le observaba, me sentía extraño, realmente muy extraño, al juzgarme atraído por su confianza, valentía y dulzura para conmigo.
Sentía mucho miedo de mostrar lo mismo, me hacia sensible y me colocaba en riesgo de cometer una equivocación irreparable.
Sin embargo el frió venció mis suspiros y caí rendido en un profundo sueño, mientras aun le escuchaba a ella maullar.
Para cuando desperté, ya era de mañana, ella reposaba entre mi vientre y mis patas, logre levantarme sin moverme mucho para no despertarle, y en medio de aquella tenue luz, le observe tan hermosa, frágil para mis ojos, pero fuerte para vivir, no sentía miedo ni vergüenza, ella era un ser, no un asunto de especies.
Yacía hay, vulnerable a mis garras perrunas, podía sentir el poder de tener su vida entre mis manos, pero como hacerle daño a quien cuido de mi aquella noche lluviosa y fría, a aquella que me enseño a callar mientras ella maullaba mi oculto dolor de sentirme vulnerable, ella fue para mi esa gélida noche, un ángel…
Hoy en día, ya no correteo gatos, ni ladro a la oscuridad, en cambio presto mucha atención a los maullidos de las gatas, que de ser cierto, están orando
entre sus maullidos el dolor, las esperanzas y los sueños, que los perros callamos por pena de ser escuchados.
Amor prohibido, recuerda que aunque mis ladridos no son para espantarte sino para encontrarte, estaría muy feliz de repetir ese día bajo la lluvia, mi ángel…
Junio 16 del 2005
Carlos Alberto Diaz Reales |