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Los juguetes desahuciados

Lo recuerdo como si la clase se hubiera quedado vacía de nuevo y allí tras la formica verde del pupitre quedaras sólo tú. Solos, apurando un intermedio entre historia y ciencias, deseando apedrear a una sirena inoportuna —tenías buena puntería y estilo para hacerlo—. Del resto casi no quedó nada, apenas tres recreos memorables y la foto grapada de alguien que no fui en un libro de calificación con las matemáticas y las agallas cateadas.

Lo que aún retumba hasta el estremecimiento son aquellas calles estrechas y empinadas que bajábamos corriendo —a gusto contribuimos a desgastar siglos de adoquines—; tu risa golpeando en la piedra azul de las fachadas de un casco histórico con ventanales trancados a tus proclamas; el corazón en la garganta al llegar a la plazoleta y el miedo que ya no me daba entrar por la verja hacia el banco que miraba un kiosco con las revistas atadas a la puerta —tan extenuadas como nosotros—. Planeando, entre guiños, un asalto. El botín de pastillas de goma robadas, los surcos dulces de tu mano y la guagua que perdíamos una vez más. Por aquel entonces unos en tricornio disparaban al aire, mientras los pecos sonaban por la radio —qué dislate— No sabes como odio esa música —Me dijiste—. Y no, no vimos salir los tanques a la calle pero lo leímos y nos apretamos más el uno contra el otro.

Me acuerdo de tu camiseta blanca con el escote de tres botones transparentes, las pecas en tu piel y tu pelo de muelles en el que me imaginaba enredando los dedos. El olor que traías y tus ojos vivísimos, eso sí que lo recuerdo bien.

Luego la vida se deshizo de nosotros, mató a mi padre y a ti me alejó en una mudanza precipitada. Igual que quedaron los juguetes desahuciados, una cajonera o el felpudo, contraídos en la posición que los tiraron, amontonados como escombros junto al portal, agarrotados igual que tu mirada al arrancar aquel camión. Siempre tuviste más coraje que yo, no aceptaste nada que me recordara. Debí tomarte el ejemplo. Atado como otro mueble más me dejé transportar sin pronunciar una queja, siquiera un crujido, hasta el sofá tuvo el valor de quebrarse por el camino y no aceptó la mano absurda de esta partida. La conmoción borró cualquier intento de empatar el desatino, esperaba que el desgarro enmoheciera tu imagen, me mentía. Ahora con el tiempo he vuelto a lugares donde se paró, con el absurdo de unas trizas en los bolsillos y una foto. Nunca regresé a aquel parque, para qué. Allí no estarás tú, allí no estaré yo.

Texto agregado el 21-06-2005, y leído por 806 visitantes. (25 votos)


Lectores Opinan
16-02-2007 hey, que bueno!!!lamento haberte descubierto tan tarde, pero ya seguirè leyendo. Mis felicitaciones el-parricida-huerfano
13-12-2006 mucho de salon... y señoras aburridas releyendo el tiempo muerto.... bah! lo que no saben hacer con sus vidas: De eso se trata la escuela, no? Quintana
09-12-2006 Un hermoso escrito que me dejo recordando y algo triste sigrid
05-12-2006 Me encantó.***** lesu
15-06-2006 Melancolía, eso esta en tu texto por todas partes, muy bueno, bien escrito. gamalielvega
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