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La Cacería

Un pequeño arbusto me oculta del miedo, la textura es algo afilada, el viento es perfecto para el encuentro y la Luna dilatada como mis pupilas hacen oportuna mi cacería. Mi olfato cada vez mas agudizado se encuentra alerta de una posible víctima que emane el terror por sus poros. Cada deseo, cada reflejo, cada mirada puedo sentirla como si fuera mía, solo espero, sin apuro, espero que la inocencia se presente, relaje, serene; y agazapado en mi guarida la ternura se despoja de mi cuerpo para abatir al débil. Quiero saciar mi hambre, mi gula, mi lujuria, mi asco y así jugar con mi títere inmaculado, desmembrándolo parte por parte, miembro por miembro y poder descansar en paz.
El se acerca, desconoce mi presencia, busca su libertad en un campo abierto, su ingrata felicidad me provoca odiarlo sin razón. Pobre desgraciado, no imagina su muerte, su destino es aliviar mi sed, no puede escapar de él, ni yo del mío.
De un salto salgo de mi escondite, me lanzo a la carrera. Él me ve, gira su cabeza, sus ojos me muestran el terror. Que placer sentir el miedo. Empieza a escapar, corre en zig-zag, salta, sus piernas débiles tiemblan y su corazón late como si fuera a explotar. Creé poder escapar, lo dejo, le doy un poco de ventaja, me alejo. Me mira mientras huye y se ve felicidad en su rostro.¡Gloria!, ha escapado a su destino. ¡Victoria!, ha vencido al enemigo.
Vuelvo a correr, a toda velocidad, cada parte de mi cuerpo se eleva sobre la tierra, me acerco cada vez más. Él acelera su marcha, siente otra vez la muerte en cada paso, sabe que es su final. Estoy a sus espaldas, casi puedo tocarlo, huelo su pánico, siento placer, juego con su abismo, me divierte verlo escapar. Tengo hambre. Salto sobre él, sobre su frágil lomo se quiebra. Me mira, sus ojos están desorbitados, sus latidos lo lastiman, pelea en vano y se entrega a su paz. Lo mido, observo su cuello y le clavo mis colmillos tan profundo que se desgarran sus tendones, la sangre salta y salpica todo alrededor, esta caliente, roja, espesa, sabrosa. Su cuerpo jadea una vez mas y se desploma contra la tierra, sus ojos se cierran, sus patas se relajan, su corazón se detiene. Ahora es solo otro conejo muerto que calma mi hambre y alarga mi existencia.
Con su sangre derramándose en mi rostro, levanto mi cabeza y aúllo agradeciéndole a la Luna.-

FIN

Texto agregado el 08-09-2003, y leído por 230 visitantes. (0 votos)


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