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El Reloj de Arena.
Con los verdes retoños llegó el primer romance a su juventud temprana y así de pronto sus amaneceres fueron una recreación constante de sus dulces sueños.
En la primera tarde del verano le entregó su alma intacta en un suspiro y atesoró a cambio su sentida promesa de retorno. Le dijo que sería poco antes del caer de las hojas y le dejó un bello reloj de arena como simbólica prenda de su juramento.
Primaveras y otoños desfilaron en trémulos y lentos vaivenes sin la llegada del amante.
Por las tardes se sentaba junto a la ventana con los ojos puestos en el horizonte mientras sus manitas blancas jugaban y besaban la pequeña joya tan preciada.
Una traicionera ráfaga de viento otoñal hizo rodar el relojito y del alfeizar cayó al jardín, la lluvia en pequeños torrentes le arrastró a un rincón oscuro cubriéndole de trozos de hojas secas y dolorosamente le separó para siempre de su esperanzada dueña.
El amarillo del almanaque hizo que las primeras canas le sorprendieran en la espera, el tiempo le fue ahogando en un oscuro devenir interminable que le hizo largas y apagadas las miradas y viejas las mudas lágrimas.
De sus labios huyeron las palabras al olvido y ya jamás fueron pronunciadas, sus risas fueron esparcidas en silencio por un viento que nunca volvió.
Su frágil memoria rescató solo antiguos y fugaces recuerdos que tomó como rehenes para una vida que apenas esbozó.
Ni en la desesperación de su agonía sintió el amargo sabor del desamor, su refugio fue un apacible mutismo dentro de un capullo de reposada demencia donde sus certezas siempre cicatrizaron las dudas que nacían en el sangrar de su alma atribulada.
Se fue una tarde luminosa con la mirada soñadora y extasiada, en el último instante su mente enamorada le hizo vivir plena su añorada fantasía.
Jamás supo que existía una tumba abandonada en un remoto cementerio con los viejos restos de una cruz… cubiertos de hojas secas.
Le sonrió con los ojos llenitos de ayer…
Y Los muchachos del barrio la llamaban loca.
Fragmentos de melodías cantadas por:
Joan Manuel Serrat y Amaya Uranga.
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Texto agregado el 08-09-2003, y leído por 2603
visitantes. (6 votos)
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Lectores Opinan |
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10-09-2003 |
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El reloj sepultado bajo las hojas secas son la más bella imagen de este relato suyo, señor de los cuentos, mientras leía no pude apartar de mi mente aquel reloj que se detuvo justo allí, en el amor, en la memoria de quien lleva la espera como único camoni para no desfallecer. Me anoto con 5. Felicitaciones. Shakespeare |
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09-09-2003 |
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Que bello y dulce se antoja, es un remansio de paz de un espiritu puro, se te mira el interior como si estuvieras bajo un lente, no dudo que asi es te lo dice un observador coleccionista. Felicidades sigue siendo como eres. gatelgto |
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09-09-2003 |
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"si dejo correr mi sangre en estas venas seguramente encontraré más de olvido que de estancia. Si olvido la distancia entre los pies y la cabeza no habrá cansancio que me aparte del correr de mi vida.Si me aparto seguramente no guardaré del viento su sutil anhelo." Me ha encantado este texto, soy ya fiel lectora del tremendo Falcón, un abrazo aitana |
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08-09-2003 |
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arena, arena, viento, rafagas, lluvia, pelotas de tierra... excelente Falcon! Gabrielly |
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08-09-2003 |
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Mi buen ingeniero, aseguro que se ha resuleto magnificamente. un texto de esas caractreristicas antes que nada debe de sonar sincero, y el de usted lo es. su prosa corre, limpia tranparente, señalando cada momento
un abrazo
ruben sendero |
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