Dos imágenes
Ya no queda nada,
excepto dos deshilachadas imágenes migrantes del tiempo,
cuando con amargos pasos vienes del pasado
y te ocultas, silenciosa,
entre la ingente multitud de fantasmas que me acechan.
La primera.
Estás agazapada en mi sueño,
remueves con una mirada sola
el limo doliente de la noche,
y no hay forma de tocarte,
no hay forma de llenar de dedos ásperos tu cuerpo
porque te desvaneces, te desvaneces siempre
cuando el sueño termina porque te desvaneces,
cuando apenas la mano se rebela
y estira las uñas hacia la oscuridad
y se repliega avergonzada en mis ojos abiertos.
La segunda.
Reapareces, más tarde,
tensa y triste,
con los ojos aún anclados en el sueño,
con tu uniforme de colegiala,
reapareces, digo, en las hordas matutinas de los colectivos,
cuando caminas hacia el centro despacio,
y me levanto, soberano destruido por los años,
y destejiendo las redes del temor y del frío
te cedo mi lugar, o intento hacerlo,
pero una mujer se adelanta,
una mujer muy otra, muy ajena,
y coloca su cuerpo apresurado donde estuvo el mío,
mientras yo desesperado te busco y ya no estás,
te bajaste nomás en alguna esquina
inventada por tu apuro,
por tu venganza de las primeras horas del día.
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