Quiero pensar que sigo viviendo
en cómodas mensualidades,
que si multiplico incógnitas
es para vivir en palestinas de hojaldre,
para ser más intenso que el norte magnético,
para plantar más arco iris en los humedales
del desaliento.

La realidad es como un ruiseñor del sueño,
se tiende promiscua
con el sexo abierto,
y no hay sino ciento de seres
que te estrechan la mano
en pura cal viva,
y hay otros que tienen la tierra por comestible,
y otros que salen del anonimato
con piedras en la boca
y hambre en los zapatos.

Quiero patrias de juguete,
legiones de hormigas
enamoradas de los túneles a aire abierto,
no cerrar los ojos
porque no sueño,
y construir de nuevo los alfabetos,
huir de los nombres propios
y de las biblias desalmadas,
de las fronteras entre los cuerpos,
de las palabras metálicas
que descalabran los riñones.

Atlántidas de carne y hueso,
tangibles como los pechos de una madre.
Eso es lo que quiero.

Salir, extender los brazos
y desinfectarnos.
Saber que nadie puede llamarse
sino por el tacto.