No intentes encontrarla difusa entre las otras, no mires a la esquina, no. Tampoco la hallarás en la sala de ese sitio con luces rojas, donde has ido por ella. Habrás de preguntar a alguna de las que allí estén, y te dirán que hoy no ha venido, y tú les dirás mi nombre y que yo te envío. Verás que se consultan, se codean y a desgano una te conducirá a la última puerta del largo corredor. Antes de dejarte, de seguro te dirá que no es tan buena aquella que fuiste a buscar, y tú no le creerás, porque yo te he dicho que sí lo es.
Llama a su puerta y aguarda. Cuando ella te abra, entra y salúdala amablemente. Por favor, trátala bien, con dulzura, que no es un objeto ni es cualquiera. No te abalances sobre ella desesperado, más bien relájate y déjale el mando. Acéptale un trago, dos. No mires el reloj, que va con tiempo. Disfruta sus masajes, su contacto, sus besos, desliza tus manos por sus contornos y deténte en sus caderas, remontando su espalda luego. Recuéstate con ella y déjala hacer, piérdete en sus cabellos, absorbe su perfume. Verás que será cálido y placentero, nunca desaforado y vacío, que de esos encuentros sobran.
Y luego, cuando estén revueltas las sábanas y vacías las botellas, no hallarás dentro de ti ninguna culpa, ningún deseo de marcharte, sino que te quedarás observando el ir y venir de su mano sobre tu pecho. Te hablará entonces, quizás reflexiva, quizás risueña, ¿quién puede saberlo?, pero te hablará y te contará cosas sin sentido, y te hará reir…
Y entonces, mi querido amigo, creerás lo que han creído todos los que han franqueado la última puerta del corredor: creerás que estás enamorado. No podrás explicarlo, “en una noche no se enamora la gente”, dirás, pero sabiendo que ella se ha quedado con una parte de ti.
Y no querrás mirar el reloj, le tendrás miedo. Estirarás el tiempo, disfrutando cada instante, porque sabes que ella nunca repite un hombre.
Y cuando ya no haya excusas y te resignes a marchar, de lo que te pida le darás el doble. Te dirá que has sido inigualable, el mejor y el más tierno, y tú te lo creerás. Quizá te sientas vacío, pero quédate tranquilo, que luego de un tiempo desaparece, y de la despedida sólo queda en tu cabeza el beso que te dio antes de cerrar la puerta.
Y volverás a tu soledad, o a tu mujer, si la tienes, y esa habrá sido la mejor noche de tu vida, con la dama más habilidosa de la tierra, dueña de un corazón cinco estrellas, cálida y sencilla.
Y a otro le hablarás de esto y le dirás “Tienes que conocer a la Magdalena”.
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