Historia de un disco de 3 ½

Esta es la aparentemente tonta historia de un diskette 3 ½ de marca conocida, hecho en Japón, con etiqueta virgen, orgulloso en extremo por la información que contenía. Cuando ningún humano era testigo, este diskette no paraba de incordiar a sus vecinos sobre sus cualidades memorables: “Yo no se cómo es que con todo lo que tengo dentro mío, nuestro jefe no me encierra en su gaveta con llave, ¡soy tan importante! Y no me merezco esto de estar rodeado de clips, papeles, diskettes jubilados, y hasta esos creídos CDs que se creen tan especiales”

No faltaba el objeto de escritorio que de aburrido le respondía: “¿Y qué tienes tu que es tan importante al fin y al cabo?” a lo que invariablemente este vanidoso decía: “¡claro, como se supone que lo importante es para que todos lo sepan, mejor no lo grabemos y digámoslo todo a gritos, ¿no?”

El hecho es que un día apareció una guapa señorita que se puso a ordenar todo en la oficina y he aquí que el vanidoso se vio apilado en medio de decenas de diskettes, algunos incluso ¡sin etiqueta alguna!. “No, no es posible como puede haber humanos tan idiotas, como me pueden poner a mi en medio de esta vulgar chusma, como no van a saber lo que contengo...” gritaba en su idioma este disco ególatra.

Para zozobra de nuestro conocido, la pila de diskettes quedó sin atención por varios días en un costado de una gaveta llena de archivadores. Una tarde apareció muy agitado el jefe ya familiar para todos y al encontrarlos, se puso nervioso a buscar y solo cuando encontró a nuestro protagonista, suspiró aliviado; lo tomó, le dio un sonoro beso y se fue con el inmediatamente a su computador apretándolo impropiamente en su exaltación.

La verdad es que todos quedaron estupefactos: era cierto, ese hablador era muy especial, y pensar que ¡no le creyeron nada! La sorpresa de todos hizo que prestaran particular atención a lo que hacían con el: intentaron abrir el único archivo que contenía, no pudieron hacerlo, lo escanearon buscando errores, encontraron sectores dañados –el apretón de un momento atrás-, trataron nuevamente de abrir el archivo, lograron rescatar buena parte de los datos, pero al reconocer el daño en los sectores, grabaron la información rescatada en el disco duro, sacaron al diskette vanidoso de la ranura y lo arrojaron al basurero, ¡no sin antes deformarlo con la palma!

Ya en el fondo del basurero este infortunado se encontró ingratamente sorprendido, con otro diskette manchado de café y una enorme bola de chicle mascado. Sintiendo inminente su muerte gritó: “¿Tenia sentido todo? ¡No! ¿Por qué llegué a creerme importante si este era mi fatal destino?” Antes de morir alcanzó a escuchar al chicle “¿y este, por qué tanto sufrimiento, quién se creyó y por qué?” a lo que le respondió el diskette manchado: “no importa, todos somos valiosos solo por un instante; este pobre no se percató que volverse importante es tan casual como dejar de serlo”.

El hecho es que sí existe un paraíso celestial y es válido hasta para los diskettes arrepentidos: en ese mas allá, donde no se reconoce a Microsoft como dueño de nada, este diskette -ya habiendo aprendido a ser humilde- llegó a ser el favorito de Santa Tecla y ahora guarda importantes datos celestiales.
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Oscar Achá (19-VI-2005)