En ese matrimonio las cosas andaban mal. Jeremías, cuyo nombre le calzaba a la perfección, se quejaba siempre. Todo era oponerse a los deseos, hechos y actitudes de su mujer. Las protestas de habían convertido en algo así como un deporte fastidioso y molesto.
¿La comida? Demasiado cruda o demasiado cocida.
¿Las verduras? Un poco sosas o muy saladas.
¿Fideos? Una pasta o definitivamente crudos.
¿El pastel? Muy blando o muy duro.
¿Arroz? Muy compacto o excesivamente granado.
¿El flan? Totalmente meloso o poco dulce.
¿El vino? Agrio o sin estacionar.
¿Las frutas? Verdes o podridas.
Con semejante persona en la casa, Emma pasaba su vida tratando de darle con el gusto mientras reprimía las ganas de darle con un palo en la cabeza por molesto.
Ella, sin darse cuenta y ante la catarata de críticas, había comenzado a dudar de todas sus acciones. Tanta protesta, tanto mal humor, hacía que muchas veces se mirara en el espejo para comprobar si se reflejaba su imagen, o si era otra persona la que veía en la luna, diferente a la de siempre.
Exteriormente era la misma, pero por dentro las dudas la corroían.
El pelo: ¿Trenzado o suelto?
El vestido:¿Corto o largo?
La casa:¿Limpia o sucia?
EL calzado ¿Sandalias o zapatos?
Las uñas ¿Largas o cortas?
Quejas de un lado, inseguridad del otro, el matrimonio andaba mal sin dudas. Casi no se hablaban y si lo hacían era para disentir.
Emma estaba tan harta de todo que cada vez cocinaba con menos ganas.
Un día particularmente desagradable, en que los desacuerdos llegaron al colmo, ella nerviosa, volcó sin querer un frasco de sal gruesa en la comida, que quedó salpicada de cristalitos brillantes. Mientras dudaba si tirarla o no, su protestón esposo miró el plato y muy malhumorado gritó ¡Lo único que me falta, yo no como vidrio!
En Argentina el dicho "no como vidrio" se usa para decir que no se toma de tonta a una persona...que no se la engaña.
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