El concierto estaba fijado para las doce pm (las veinticuatro para algunos). Todos los citados estaban impacientes, pues, según lo hablado, esa noche sería el debut de la mayoría. Por eso, desde temprano afinaron sus violas, violines, violonchelos y contrabajos, previo cambiar alguna cuerda, no fuera a cortarse en el momento crucial. Los bronces lustraron sus instrumentos; trompetas, saxos y trombones brillaban como el sol. Las maderas ajustaron la afinación y las boquillas, el fagot y el oboe no podían dar notas en falso jamás. Todo estaba en condiciones para una gran noche,
Los músicos trataban de controlar la impaciencia, y empleaban su tiempo en acicalarse. Ellos se pusieron corbata , ellas un lazo verde en el pelo.
Sabían que otros se presentarían y que la competencia iba a ser dura, pero el director les dijo que ellos tenían una preparación excepcional y que él había dirigido tantos conciertos al aire libre que el de hoy sería un éxito.
-No es lo mismo dar un concierto en un teatro cerrado con buena acústica, que al aire libre – pensaba Marcos, alias “el dire”. Debo ubicar en primera fila a los más seguros, en los laterales a los de mejor oído, al centro los que desafinan un poquito, así cuando yo dé el “la” todos arranquen perfectamente.
-Los instrumentos estarán en aquella plataforma…- se interrumpió ¿y si llovía?
Echó los malos pensamientos afuera de su cabeza, el día había sido claro, el sol se escondía como una bola ígnea y la luna aparecía plateada y bella.
Lentamente pasaron las horas previas. A las once se reunieron en el sitio previsto y de allí partieron hacia el lugar del concierto. Llegaron con tiempo para ubicarse cada uno en su lugar sin apuro. Afinaron de nuevo sus instrumentos los músicos, carraspearon los cantantes del coro dando el “la”, el director marcó tres tiempos, alzó los brazos, movió la batuta y… se escuchó el más escandaloso, fuerte y agudo MIIAAAAUUUU que los vecinos jamás oyeron.
Desde balcones y ventanas volaron cajas de leche, frutas, verduras, botellas llenas y vacías, algún zapato, una que otra lata de conserva y chinelas en abundancia.
Los gatos, tranquilamente, guardaron sus instrumentos y sacaron bolsas de todos los tamaños que previsoramente habían llevado, cargando rápidamente las vituallas y objetos que les tiraron.
Mientras regresaban a sus casas, iban haciendo cuentas, lo recogido les alcanzaba para vivir unos quince días.
El próximo “Concerto grosso” lo harían frente al Hotel Ritz. Allí generalmente, les tiraban alimentos y objetos de mayor calidad, ¡a veces hasta caviar! Claro que los envases eran de vidrio y los chichones dolían. ¡Pero era un riesgo que valía la pena!
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