Su madre se inclino sobre ella y le ofreció el alimento que traía y que había tardado todo el día en conseguirlo. Ella bien lo sabía, era la última vez que vería a su hija, que vería a Verdad. Verdad fue la más especial entre sus hijos, nunca necesito nada, por tanto no le exigía nada. Jamás se dijeron adiós, no hizo falta.

Voló como solo lo haría alguien que sabe que jamás dejaría de hacerlo, calló como solo lo hacen los que han olvidado como hablar.

- Oye tú ¿Qué haces en este lugar tan sola? ¿No te encuentras lejos de tu rebaño? – Dijo el lobo, a la oveja descarriada – ¿Qué buscas?
- Al águila – Respondió con toda la candidez de su infancia.
- Yo la vi ayer y hasta es mi amiga. Si me acompañas, podré mostrártela y hasta podrás hablar con ella.

La profesora aquel martes lamentó, no haberles contado la historia completa – No la conocía – pero ya la oveja, no era más.

El águila Verdad, hace mucho tiempo fue cazada por un hombre y desde entonces reposa impotente en un museo, con el cuerpo rigidizado por el hierro, el algodón y el olvido.