Siempre me ha entusiasmado viajar. Y por esas casualidades de la vida, hace unos años, me vi envuelta en un viaje de aventura en 4X4 por el Alto Atlas.
Cuando llegó el gran día, nos reunimos en Málaga a las cinco de la mañana con las legañas aún pegadas y el corazón a la expectativa.
Tras colocar nuestro exiguo equipaje sobre las bacas de los todo terrenos, de forma casi mágica ,con las primeras luces del alba, avistamos Ceuta y un poquito mareadillos del trayecto, cruzamos la frontera.
Llegamos a desayunar a Chaouen, donde, en el bazar, tomé el mejor batido de plátano, naranja y almendras que he probado en mi vida. Con los ojos borrachos de añil, nos aprovisionamos de los aderezos necesarios para nuestro mimetismo.
Pañuelos, chilabas y babuchas, cobraron protagonismo en nuestras mochilas.
Bien acoplados en nuestros “cómodos vehículos”, cantando, continuamos hasta Tounfite, primera parada de reposo .Una familia bereber nos abrió las puertas de su casa donde nos alimentó el cuerpo con un delicioso couscous, y el alma con su sencillez y simpatía.
Antes de clarear, tatuados de henna , con turbante y gafas de sol, comenzamos a remontar el río Tourha , mientras atrás quedaban las risas y carreras de la chiquillería.
Sumergidos en la magnitud de los bosques de cedros, llegamos a Anefgou donde el dolor de huesos se alivió a la vista del “Tajin” que nuestra familia anfitriona repartía con buena charla y vasos de té reparador.
Al día siguiente, una vez más en nuestros vehículos, que ya parecían un hotel de cinco estrellas, llegamos a Imichil, pueblo lleno de sorpresas.
La primera, el haman . ¡Un baño en condiciones!,o eso parecía.
Primero los hombres. Las mujeres esperábamos pacientemente nuestro turno.
Allí me ocurrió una de las experiencias más surrealistas que he vivido.
Tuvimos que entrar solas, el haman era como penetrar en una catacumba. Desnudas, tan sólo armadas de valor y geles , dispuestas a disfrutar de jarritos de agua tibia...De golpe se fue la luz. Tras los gritos iniciales de pánico y sorpresa, tratamos de mantener la calma y dominar la situación. Dándonos la mano, avanzamos hacia la puerta y… ¡Sorpresa! ¡Nos habían cerrado por fuera!. Aporreamos, y al rato apareció Amed portando unas velas. ¿Quién era la guapa que salía como Dios le trajo al mundo a recogerlas?
Como en Fuente Ovejuna nos lanzamos a la caza y captura del rayito de luz. El muchacho, no se habrá vuelto a ver en otra igual: 5 locas desnudas de sopetón, enjabonadas y tiritando, nada menos que en la tierra donde ver el tobillo de una mujer es casi una perversión.
A la mañana siguiente fuimos invitados de honor en una boda bereber. Aún resuenan en mis tímpanos esos chasquidos tan especiales que emiten las mujeres expresando su alegría. Nos engalanamos lo mejor que pudimos, agradecimos la invitación a la turbada novia y al orgulloso novio y bailamos junto a ellos.
Retomamos nuestro viaje atravesando inmensos valles .Descendimos, aguantando el vértigo, de Imichil a Anergui, ante las impresionantes vistas sobre le cañón de río Assif-Melloul para penetrar en el cañón del río y por un camino selvático y sobrecogedor llegar a Douar Agoudin. Esa noche la gran luna de agosto nos abrazó, emocionados ante el cielo bereber.
Mientras los más osados iniciaban una larga marcha, mi pareja y yo nos quedamos en la Zahouia donde la hospitalidad y buena charla del alcalde convirtieron esa jornada en inolvidable. Intercambio de recetas, un poquito de historia, visita cultural al pueblo y muchos vasos de té.
Un nuevo día amaneció y tras visitar las cascadas de Ouzoud, volvimos a experimentar el placer de la inmensidad.
Allí arriba, donde la nada es todo, donde los colores se sirven en una paleta indescriptible, al son de la música que emitía la radio de los coches, todos bailamos. Dejándonos mecer por el aire, respirando el atardecer…!Qué sensación!
Con el espíritu embriagado, llegamos a Marrakech. El contraste fue brutal, tras el silencio y profundidad de las tierras bereber, el bullicio de la gran ciudad. Y ¡por fin una cerveza! .Cenamos en la plaza Jemma F´Na. Nos sorprendimos con los encantadores de serpientes, recorrimos el bazar, penetramos en la zona de los tintes y de los curtidores, compramos souvenirs como típicos turistas… y tras la última triunfal cena de despedida emprendimos el regreso .
Triste, porque todo lo bueno se acaba pronto, llenos de aromas, recuerdos... y un poquito más sabios tras habernos impregnado de la cultura de ese pueblo valeroso, de penetrantes ojos, de alma y corazón dadivosos.
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