El lápiz a pasta apareció tirado sobre el césped del parque. Un joven enamorado trazó con él un corazón sobre la piel de su niña y colocó su nombre y el de ella dentro de ese dibujo algo contrahecho. Luego la besó apasionadamente en la boca y el lápiz regresó a su lecho de pasto y hojas húmedas, junto al colorido envoltorio de un caramelo. Un tipo de nariz aguileña se agachó más tarde para recoger aquel lápiz y luego de garrapatear unas cuantas líneas en su libreta, los guardó a ambos en el bolsillo interno de su raída chaqueta, el que terminó por transformarse en un largo pasadizo por el que viajó el lápiz hacia un agujero que lo devolvió a la libertad del parque. Libertad que se vio amagada cuando un niño de seis años por lo menos, lo recogió para trazar en un cuaderno destartalado que portaba algunas rayas ininteligibles. Luego sacó la hoja y se la extendió a una mujer que lo custodiaba a corta distancia. Ella le miró con dulzura y simuló leer algo en ese descalabro de líneas. –Acá pusiste Mamita te amo ¿No es verdad?- dijo con voz musical la mujer y el chico le sonrió feliz, formándoseles unos encantadores hoyuelos en sus mejillas. El lápiz rodó por el piso y quedó a buen recaudo bajo una hoja seca derribada por las brisas otoñales. Más tarde, una joven de aspecto triste, recogió la hoja, reparó en el lápiz y sentándose en un banco del parque, lo usó para escribir un poema de amor en la quebradiza hoja. La mantuvo por unos instantes entre sus dedos largos y delicados, un par de lágrimas brillaron como gemas sobre la rugosa superficie, los labios de la muchacha se curvaron para soplarla con suavidad y esta circunvoló unos cuantos metros con su mensaje a cuestas, cayó a una poza de agua y allí se mimetizó con otras hojas tan desamparadas como ella. La joven se dio media vuelta y se fue con la tristeza acomodada a sus precarios hombros. El lápiz entretanto permaneció en el banco hasta que un mozuelo trazó un par de injurias sobre la superficie raída y más tarde haciendo palanca con sus manos y rodillas, partió el lápiz en dos, derramándose parte de la tinta sobre el asiento. El muchacho se alejó más tarde indiferente, silbando una canción de moda mientras el lápiz se desangraba lentamente. Al rato, una mujer se sentó en el banco y al reparar en el objeto que se vaciaba a su lado, lo tomó con sus manos amorosas y lo guardó entre unas servilletas en el fondo de su cartera. El lápiz sentía que su vida se apagaba lentamente y dormitando entre las suaves hojas se preparó para su fin.
Ya en su humilde domicilio, la mujer extrajo aquel lápiz o lo que quedaba de él y comprobó que estaba absolutamente vacío. Cuando sacó las servilletas de su cartera, casi se desmayó al ver dibujado con manchas azulosas el rostro de su marido recientemente fallecido. Ella guardó con amor aquel trazo póstumo de aquel lápiz y atesoró después sus restos dentro de una cajita de cartón. Entonces se escuchó un suave suspiro y más tarde un silencio de muerte se hizo dentro de esa caja…
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