LA TIA LULU
Esa tarde lo haría. Entraría a la pieza de Lulú. Mamá me lo tenía prohibido, pero no me decía por qué no podía entrar ahí. Lulú era mi tía, la hermana de mamá. Ella no estaba ahí. Se había ido al cielo y se había olvidado el camino o algo así, porque no había vuelto desde el año pasado. No sé porqué no volvió. Mamá nunca quiso decírmelo, porque las nenas con nueve años no entienden “esas cosas”. Pero no quiso decirme cuáles cosas. Yo quería mucho a la tía Lulú. Era hermosa, alta, de ojos grandes, oscuros y llenitos de pestañas largas y enruladas. No se parecía a mi mamá, que también es muy linda, como todas las mamás, porque no hay mamá fea. Pero no eran parecidas, porque mi mamá es bajita y gorda y tiene los ojos pequeños pero con las pestañas largas. Creo que ese era el único parecido que tenían.
Hace una semana mamá salió muy apurada a la casa de la vecina y no llevó la llave de la pieza de la tía Lulú. La tomé y entré. Estaba limpia, la cama arreglada, como si la tía Lulú estuviera por venir de un momento a otro a maquillarse. Hasta se veía algún perfume y lápiz labial sobre la cómoda. Pero lo que más me gustaba era ponerme sus vestidos. Eran tan bonitos. Con escotes profundos, cintura estrecha, telas vaporosas y estampados brillantes. Mi preferido era el que usó el último día que la vi. Era blanco, con mangas abullonadas, un canesú en el busto y botones de nácar en la delantera. La falda era acampanada.
Pero no podía encontrarlo. Sé que llevaba ese vestido cuando salió de casa, porque era de siesta y yo había vuelto de la escuela. Ella estaba con Fabián. Fabián era el amigo de mamá. Salieron juntos y desde esa vez no la volví a ver. Al día siguiente, Fabián y mamá lloraban, les pregunté por qué lloraban y sólo dijeron eso: que la tía Lulú se había ido.
-¿Pero va a volver, verdad?
-No, Rita, ella no volverá
-¿Pero dónde fue?
-Fue al cielo. Ahora haz tus deberes, no abras la puerta a nadie hasta que vuelva- Y salió con Fabián.
Desde esa vez no volví a ver a Fabián. Me pregunté si él habría seguido a la tía Lulú, porque ellos se divertían mucho cuando mamá no estaba en casa, ponían la radio y bailaban, contaban chistes, se reían mucho. Fabián siempre me daba dinero para comprar helado cuando venía. Yo iba a tomarlo en la heladería que queda en la esquina, no tardaba mucho, en menos de quince minutos estaba de vuelta.
No querían que se lo dijera a mamá, porque ella se enojaría, no sabía la razón, pero era el secreto que teníamos, y nunca lo revelé. Bueno, hasta un día antes que la tía Lulú se fuera.
Mamá había venido muy enojada del trabajo y me había llevado a mi habitación y mirándome a los ojos como ella suele hacer cuando está enojada me hizo preguntas que tuve que contestar.
-¿Quién viene por las tardes cuando haces tus deberes en la casa?
-Fabián –respondí.
¿Por qué no me lo contaste?
-No me lo preguntaste nunca, mami.
-¿Y qué hacía?
-Nada, hablaba con tía, decía chistes.
No conté lo de los helados. Mantuve mi secreto. Pero ella seguía enojada.
Porque fue a la pieza de la tía Lulú y se encerró ahí con ella y no salió en mucho tiempo. A veces oía gritos y me asustaba. A la hora de la merienda, mamá me sirvió el té y me dijo que la tía Lulú se sentía mal. No dije nada pero una hora más tarde la vi cuando fue hacia la cocina. Tenía los ojos muy hinchados, supongo que de tanto llorar.
Meto la llave en la cerradura y el clik que produce cuando se abre la puerta me hace saltar el corazón. Ojalá no venga mamá. Si viene me va a castigar. Pero ya estoy mirando las cosas de la tía Lulú. Una botella de perfume, casi vacía, la pongo en mi mochila, unos sobres con corazones rosas, también los guardo. Busco entre sus ropas y encuentro el vestido blanco. Es suave y vaporoso. Pero no huele bien. Quizás porque hace más de un año que está guardado. Pero el olor es más fuerte en la mancha oscura que tiene en la parte de atrás..
Abrazo el vestido y siento que extraño mucho a la tía Lulú. Me hubiera gustado llevarlo a mi dormitorio pero tengo miedo que mamá lo descubra. Sobre la cómoda hay una foto de mamá y la tía Lulú. Las dos sonríen. Una luz brilla fuera de la ventana y el ruido me hace saltar el estómago. La lluvia suena como piedras tiradas desde el cielo.
Me pongo el vestido y me miro en el espejo. Me queda algo largo, grande en el pecho y justo en la cintura. No oigo a mamá detrás de mí, sólo veo su cara en el espejo y su enojo en los ojos. Dice que me saque ese vestido que atrae desgracias, casi me lo arranca del cuerpo, llora, me da una bofetada en la cara y se me saltan las lágrimas. Tomo mi mochila y voy a mi dormitorio seguida de sus gritos.
Cuando quedo sola miro los sobres y los abro. Hay cartas de Fabián y una de tía Lulú. Su letra es pequeña, parecida a la mía..
Fabián dice que la quiere, pero también quiere a mi mamá.
Lulú dice “ya que no quieres afrontar las cosas, tampoco tendré al bebé, mañana solucionaré eso”.
Supongo que esas son las “cosas que las nenas de nueve año no comprenden” como me dijo mamá el año pasado, y sí, tiene razón, porque no entiendo nada de nada, pero no soy tan boba. Porque sé que si mi tía Lulú no hubiera ido al cielo el año pasado, ahora tendría un primito y no estaría tan sola.
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