La imagen reflejada en el espejo era la de una mujer, entusiasta de los días de luna llena y de los inclementes rayos del sol tan sólo porque iluminaban las profundidades de su piel. Su mente comenzaba a elaborar demenciales retóricas dedicadas a su YO.
Conozco ese sentimiento de culpa, la ansiedad mórbida que deviene en dolor y placer, sé lo bien que se siente la incontenible vertiente de sangre fluyendo desde las heridas hasta el mundo hiriente que te mira a los ojos con el talante seco de una reprimenda infinita.
La soledad que transmite esa pálida figura es abrumadora. No hay lágrimas en esos ojos secos que estudian a la triste figura del espejo, un tenue brillo en los ojos de la espectadora y la espectada significa que a pesar de las vejaciones están complacidas con lo que son.
No te detentas, no te detengas
Ella suspira entre agitadas inhalaciones de oxígeno, un afilado cuchillo exacto rasga su piel, como una hoja de oxígeno. El dolor es tenue al inicio... Y cede el paso a un ardor, un par de gotas de sangre.... Ese es apenas el comienzo del frecuente ritual de la auto mutilación.
Arranca trozos de piel, con exactitud médica. Rocía la carne con limón, luego lame sus heridas con sal. A veces rompe sus manos con piedras filosas que encuentra en los jardines después de exhaustivas búsquedas. Esto de las piedras, es incómodo y poco práctico, pues después de ese acto le es difícil herirse con objetos manuales, en estos casos recurre al delicado e infalible fuego de velas y cigarrillos.
La vida transcurre en paz para ella. El sufrimiento es su paz. El dolor es placer y la sangre que brota de sus heridas la purifica, no desea morir. Sencillamente tiene la necesidad de cortarse, en privado, ensimismada en su aislamiento, jamás llora. Quizás en otra vida fue una mártir, incluso una santa. En esta, tan sólo es un trozo de carne que sangra y sangra. Al menos así es como ella ve a su estropeado semblante en los pocos espejos del sanatorio.
Quien tenga dinero, adquiere lo que necesita.
Ella saca de su bata blanca su exacto, se lo acerca al rostro, lo lame con deseo y sonríe. Un filo de sangre roja sale de entre las comisuras de sus hermosos labios. Es tal el placer que la desdichada se desangra sin siquiera notarlo.
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