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Inicio / Cuenteros Locales / Agatha / …Y de tu mano comí el pan

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…papá será fucilado ahora, pero yo lo seguiré abrazando como si fuera la última vez que pudiera sentirlo.

Era de tarde, me encaminaba a la casa de Matías, la brisa no ayudaba de mucho.
Estaba cansada, me dolían mucho los pies, ni mi cabeza, que hoy día estaba más liviana, podía sostener.
Los pasos eran grandes, pero lentos…hacía mucho frío, el vapor salía solo por respirar. ¡Ja ja! Ya me parecía extraño que no me perdiera.
Camine tres, cuatro…quizás cinco horas (¡que se yo!) buscando la puerta de la casa inclinada, esa donde las vibraciones rompen los espacios, violentando en armonía.
“Si 2+2 dieran 3, este mundo no sería como hoy lo es...” estaba segura que lejos no estaba “…si en vez de 2x4, sería 4x3 o 3x3 o 2x3… ¿2x3? ¡LLUEVE!” gritan voces reconocibles ¡era otra noche de juego!
Mis compañeros de borracheras, presente como siempre, bueno, casi siempre, me abren la puerta.
-Aquí estamos de nuevo, washa - dice Ernesto
Entro. La casa no es más que una especie de galpón, que al medio se deslumbra una sencilla mesa de madera, en ella, un mantel de plástico con diseños de elefantes y en el centro, pan en el florero. También un sillón, que según Casimiro tenia que estar al lado de la puerta, porque así se podría agarrar más rápido al ladrón…o a la “ladroncita”, Siempre con tono coqueto, obvio.
Tenía esparcidos diversos instrumentos colgados en las paredes, decía Juan que el arte más complejo es el que se utiliza todos los sentidos y se largaba con su discurso, que cada vez que lo recitaba, le agregaba una palabra, claro que para nosotros tenia mucho sentido, pues la ultima nombrada se estiraba por el día, esta fue amor…
Bueno, se me había olvidado una cocina loca por un rincón perdido y por supuesto, afuera estaba el famosos arbolito, Miguelito le llamábamos. Como no habían baños, era uno de los lugares más frecuentados, eso sí, teníamos mangueras, tampoco tan cochinos.
Éramos hermanos, no creíamos en la sangre ni en el límite de habilitación de nuestros sueños.
Nos sentamos en el sillón, no era muy grande, pero cabíamos ni tan apretados. Simón hablaba, todos sabíamos por que estábamos en la casa, la de la puerta chueca.
-El pan es de todos, es nuestro deber repartirlo equitativamente, pero somos cinco y solo queda un pedazo de pan.
-¿Cómo? ¿No le cambiaste de agua? ¿Cómo crees que se hace el pan? ¿Qué nace solito?- pregunta Matías.
-Pucha…como no hemos pagado la cuenta de la harina y ayer cortaron el agua por lo mismo, no sé, no pensé que nos iba a perjudicar tanto…
Al parecer, todos se sentían con unos pesos encima, pero Casimiro fue el que tenía los pesos que necesitábamos, ¿o no?
-…y con gamba ¿Podemos echarle aun que sean unas gotitas? Por ahora.
-demás, pero es la hora y de noche, a mi no me atienden. Tendríamos que no comer y esperar al otro día- propuso Casimiro.
Yo, en realidad, todos estábamos hambrientos, o eso parecía, pero nada abierto y si ni una en los pantalones, no quedaba más que reírse de cada uno.
Ernesto siempre era el que encontraba más rígido, el que tenia los ojos rojos de tanto que se mantenía despierto, claro que luego dormía como plomo, ¡salio vampiro este!
Como en el sillón estábamos tan incómodos, decidimos dormir en el suelo, hacía tanto frío que busque alguna frazada que ocultaban debajo del sillón. Dormimos dispersos en la frazada, el cansancio deslumbraba.
No sé porque lo besé, tenia olor a harina, sabor a levadura, tal vez tenia hambre. En realidad yo no lo soltaba, lo atrapaba, Ernesto se encontraba tenso, él a diferencia de mi, tenia gula, a lo mejor, demasiada.
El sueño invade hasta las palabras, me vuelvo a dormir…
“… ¿Por qué creo que si regué el pan?” Nunca supe bien quien dijo eso, estaba tan cansada, tan…
Fui la primera en despertar, aun estaba oscuro, pero estaba segura que era de mañana. Ernesto no estaba en la sábana de la sabana. Tenía que encontrarlo, me levanto a buscarlo, caen migas de mi cuerpo, no me había dado cuenta, tenia la boca llena de pedazos de pan.
Miro la mesa y observo que el pan que se hallaba en el centro, ya no se encuentra.
Antes que todos despertaran, alcance a ver en la ventana, una bola de acero, gigantesca, que venia hacia la puerta, esa puerta que nunca supe porque estaba rota.

…papá ha muerto fucilado ahora, pero yo lo sigo abrazando como si fuera la última vez que pudiera sentirlo.

Texto agregado el 18-06-2005, y leído por 168 visitantes. (0 votos)


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