Me senté en una hoja a contemplar una hormiga construyendo su hogar. No paso mucho tiempo hasta que advirtió mi curiosidad, me tomo de la mano y me invito a pasar.
Enseguida supe que no me gustaba ese lugar, estaba todo tan oscuro, no había ventanas por donde el sol pudiera entrar. Me despedí de la hormiguita y empecé a volar. Pensaba en los duendes del otro lado del lago, que infelices debían estar...ellos no tienen alas para volar, no saben de árboles que pueden hablar, no saben de soles que salen a caminar, no saben de gotas que no lloverán...
Camino a casa advertí aquel rostro con una gota de mar. Era un duendecito, venia de aquella isla, de aquel mundo donde nadie sabe volar. Como pude bajé entre los árboles y lo interrogué:
_ ¿Qué te ocurre duendecito?, ¿porqué lloras?.
_Vengo del otro lado del lago y no tengo donde ir, no conozco a nadie por aquí.
_Pero este no es tu lugar, en este bosque no esta tu hogar.
_De donde vengo todo me hace llorar.
_ ¿Què cosas te hacen llorar?
_ Los duendes allá no son buenos, solo saben de maldad.
_ Entonces piensas vivir acá...
Luego de un tiempo advertí que el duendecito no era feliz. En el bosque donde yo vivía, todo el mundo sabia volar y no hacían otra cosa que reír y jugar. Solía decirle que todo iba a cambiar, que pronto sabría volar. Pero por primera vez mis ojos ocultaban la verdad.
Era terrible oírlo llorar, por las noches ya no podía soñar.
Un buen día me propuse alejarlo de todo mal...entonces construí una cajita de cristal. Un cajita, dentro de ella una pequeña ciudad, con parques y plazoletas, y un sol que no dormía jamás...
Entonces todo era perfecto para aquel duendecito que nunca nadie supo escuchar.
Una noche cerro los ojos y nunca mas volvió a despertar, la cajita quedo vacía...el duendecito pudo volar...
|