Cuando llegue, tal vez, ese esperado tiempo
en que los niños nunca manejen más fusiles.
Cuando llegue esa luz, esa tiniebla sorda entre la luz,
la larga migración desde el miedo a la sombra.
Cuando llegue la voz a ser la voz, el trino,
el juego en los jardines, el amor en los cuerpos
sellados al dolor.
Cuando exista un poema que redima,
un silencio que ampare, o una puerta que se abra
y ya no queden muros.
Ni llantos de judíos tras el muro,
ni gritos de mujeres en las duchas
que llevan a la muerte.
Cuando hayamos vencido, no hará falta
gritar en estos versos, sanar con estas manos,
limpiar con estos ojos la miseria.
Cuando llegue ese tiempo, hijo mío, Judá,
tu madre estará muerta, pero lee
los sueños que este día pude soñar por ti.
Lee apenas palabras, palabras como fuegos,
fuegos como el deseo,
deseo tan pequeño que ya nunca
cabrá ni en mi recuerdo.
Cuando llegue esa fecha, mi pequeño,
sepas que habré vivido para alzarte
un nuevo testamento y un futuro.
Yo me habré ido con las manos
desnudas a esa luz
que quedará cantando en mi silencio
y este campo de Auschwitz
se llenará de risa y de amapolas.
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