USURERÍA MURCIELAGUERA
Hasta cuándo?
En esta Argentina de ladrones, entre tantos grupos especializados en el hurto, a nadie le molesta, al parecer, según se ve en la casi completa pasividad de los perjudicados, que pequeños seres vivan “de arriba” desde sus orígenes, y por costumbre nomás no vaya una corriendo despavoridamente y derrochando histeriquismo hacia la comisaría. ¿Qué es eso de andar metiéndose uno, secretamente, en la pieza, ponganle, de otra persona que no sea uno mismo?. ¡¡Por favor!!. Acaso no recibí contundentes golpes de un novio patovica que me halló dentro de una pieza que no era la mia, ni la suya, aunque si de su inescrupulosa novia. Pero claro!... son animalitos de Dios!!!. Eso le dije que yo era al susodicho novio, y no tuvo eco en su parte humana. Indiganción absoluta habrían de mostrar los dueños de las casas, que se ven obligados a compartir su hogar con, y disculpen la expresión, murcielagos. Se que suena asqueroso, pero la realidad es así, por lo que le repito, murciélagos, murciéagos.
Que quizá tengan título de propiedad, dirán algunos. Pues dejare esa posibilidad abierta a la defensa, pero los casos en que murciélagos los hayan presentado, sinceramente y sin intención de ocultar nada, no son muy numerosos. Si he de reconocer que abundan testimonios acerca de miradas o chillidos de murciélagos que manifestarían la intención de refregar sus títulos de propiedad en la cara de los humanos. Mas no lo han hecho.
¡¡Racismo!!, ¡¡Discrimina la negrura!!, ¡¡Son animalitos de Dios!!, ¡¡Ni ocupan espacio!!, ¡¡Etc!!. Son estos otros defensivos testimonios, de dudosa procedencia, posiblemente de los mismos murciélagos, que intentan callar esta profundosa investigación que, sin dudas, determinará el fin de una de las injusticias más grandes que azota a los habitantes de nuestro país, o de otro país. Que en ningún país es esta una de las preocupaciones principales, dice la gilada, pues entonces es esta una lucha grandiosamente honorable por ser una lucha de unos pocos, de marginados, de una minoria muy menor, que la mayoría, movida por oscuros intereses, pretende apagar, sin éxito hasta el momento, quizá por algunos turbios negocios que mantienen con los murciélagos. No quería decirlo pero, considerando la calentura que me agarre, les confieso que no solo luchamos contra los “murcies”, tambien contra la mayoría. Ya que es tiempo de confiesos, diré que temo que al escribir “luchamos” cometa un error, pues tras treinta y un anos de lucha contra la usurería murcielaguera no he encontrado otro científico interesado en esta problemática universal, ni siquiera algun jubilado vecino que quiera acompañarme en mis aventuras nocturnas. Allá ellos. Se pierden de la magia del conocimiento, que aun no poseo, pero que espero con paciencia eterna. Imprescindiblemente eterna. Pero tengo la certeza que por las noches somos millones de personas, sino todas, las que andamos en esto, solo que, por lo que parece, somos de carácter reservado y no pretendemos alardear con nuestra profesión, como para evitar secuestros extorsivos, club de fans, atentados vampirescos. Que no crean que lo hacemos para levantarnos minas. Mis ansias de encontrar colegas para compartir experiencias y asentar mi saber se acrecienta dia a dia, segundo a segundo. Imaginense, treinta y un anos solo, cientificamente hablando. Sin más referencias teoricas que las migo mismas, sin mas maestros que yo, sin mas alumnos que mí solo. Jamás recibí una crítica, ni bien ni mal intencionada. Pense que era por mi correctísima labor, pero me percaté, hace unos dias, que no las recibia tal vez debido a la ausencia total de personas para ejecutarla. Cada cruce que tengo con otras personas es para mi una ilusión de que ambos confesemos nuestras ganas de confesar sobre la rama científica a la que nos dedicamos. Pero las ilusiones se apagan cada vez que me cruzo con alguien. Miradas sutiles partian de mi y se clavaban en la otra persona como diciendo -“¿colega?”-, sin recibir respuesta alguna. Solo una persona he descubierto de modo innegable como colega. Fue inolvidable la emoción que sentí en ese momento, más que nada por la indirección del relato. Lástima que jamás lo volví a ver a ese científico, de nombre desconocido por mi, si es que poseia algún nombre. Fue en un pueblito de paso desconocido por mi, en el que bajé de un colectivo por dos minutos para ir al kiosco. Alli atendia él, con su cara de “¡¡que injusticia los murcies!!”. Me acerqué y le dije -“Dame un alfajor... y decí sin miedo que soy de los tuyos”-, entonces con voz amistosa llegó su respuesta delatadora y precisa -“ ¿Como decis “negrito?” -. Sin esperar el alfajor, subí corriendo nuevamente al colectivo y, de puro sensible, exploté en llanto. En ese “negrito” noté, como lo habrán hecho ustedes también, la directa referencia al murciélago.
FIN
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