Caminaba cuál perro realengo, por una de las calles de mi ciudad, pensando con vaguedad, como terminaría mi día y comenzaría mi noche.
Sin darme cuenta, tropecé con un joven, de 25 años, quien me saludó con una señal de complacencia y como un autómata, le correspondí de la misma manera, pero solo por cortesía, sin poder recordar la identidad del mancebo.
.-Veo que no se acuerda de mí.-me dijo emocionado.-Pero no lo culpo, porque ¡Ya han pasado 15 años!.Recuerdo que cuando lo conocí, mi primera impresión delató mi deseo de juzgarlo y condenarlo, pero...no pude. Yo fui aquel niño inocente, que como premio a su imprudencia recibió un........
.-Mis recuerdos se agitaron bruscamente, mientras miraba fijamente al muchacho, como pidiendo ayuda a mi cerebro para refrescarlos, porque la situación que viví con ese niño, no fué nada agradable, pero el desenlace sí fué confortante y alentador,...¡Como en las novelas!
Aquel episodio con el niño de 10 años, se convirtió, en el peor momento que había experimentado en mi vida y el más difícil de olvidar, luego de haberlo atropellado accidentalmente con mi destartalado vehículo.
Allí, tirado sobre la carretera, había quedado no solo su cuerpecito maltratado, sino mi corazón también destrozado, pues se había salido de mi pecho, despedido por el miedo y la impotencia.
Solo cuando logré recuperarme del impacto inicial, me animé a visitarlo luego de haberlo ingresado diligentemente a la clínica y le llevé un obsequio, que se me ocurrió oportuno y no sé porqué, me ayudó a confrontarlo...¡Unos lentes oscuros para protegerse del sol!
La sonrisa que me ofrendó, no solo recortó el camino que nos separaba, sino que me ayudó a comprender porque aquel niño, hoy convertido en un hombre,....¡Jamás me guardó rencor!
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