Las agujas continuaban sin palabras, mientras él jugaba con sus manos en esa antesala de la espera. Primero sonrió en desenfundadas actuaciones, luego se mantuvo bajo el apremio de la duda. El reloj seguía allí, atravesando esas retinas de la incertidumbre, pendiendo en la oscuridad de su silencio. Detrás, las horas se acumulaban en el umbral del miedo como un manojo de ilusiones ascendiendo intactas. Todo estaba inscripto entre sus ojos y la vida, dentro de esas paredes que alojaban un destino. El tiempo seguía insistiendo su curso rutinario, lento de mensajes, agazapado tras la ironía de una puerta ciega. Sólo la brisa diminuta lo estremeció casi sin darse cuenta, en ese vaivén de esperanzas que provenía de los otros, mientras una voz nombraba su apellido, antes de mencionar el “Aprobado”...

Ana Cecilia.