Calma. Quietud.
Desde mi sala de estar, veo acercarse una ola. Y detrás de ella, una hermosa sirena. Mi sirena, mi alegría, mi princesa, mi hija. Un beso, un “te quiero” y una palabra más, que me hace estremecer: “papá”. Los niños abrazan distinto, besan distinto y miran distinto. Un niño no abraza tu cuerpo, abraza tu espíritu; no besa tus labios, besa tu corazón; no te mira a ti, mira al niño que hay dentro. Gracias, hija mía, por vivir en mi vida. Gracias a tí mi espíritu ríe, mi corazón late y vive mi niño.
Detrás de ella, llega mi tesoro, mi ángel, mi otra hija. Andando sin pasos, hablando sin palabras. Todo risas y miradas. Todo mensajes que van directos a mi alma. Cómo, con tan pocos meses, has llenado tanto mi vida.
Llaman a la puerta. Llega mi amigo. Una media sonrisa y se sienta. Abre su pecho y me enseña su alma. Tímido y curioso, me asomo. ¡Cuánta belleza! Hay dolor allí dentro, sí. Pero qué hermoso es.
Desde la distancia, llama mi amiga. Ella es un duende, es la magia misma. Risas y sueños vuelan por el aire. Ella no ríe, es la risa; ella no llora, es el llanto. Y con ella río y lloro, con un duende yo aprendo a ser humano.
En el sofá de mi casa, está sentado mi cuerpo. Cuando aparece mi alma, vuelvo a cobrar vida. Aquí está mi alma, mi razón, mi mujer, mi todo. ¿Mía? El sol ilumina mi vida y nunca será mío. El viento acaricia mi cuerpo y nunca será mío. La tierra me acuna a diario y nunca será mía. Ella es sol, es viento y es tierra. Cómo la voy a llamar mía.
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