Llega la noche y una imagen atraviesa la mente de un anciano. Es un rostro conocido que arranca lágrimas, encoge el corazón y enturbia el alma. ¡Cuánto duele respirar cuando el anciano que vive piensa en el joven que murió! Qué difícil es saber quién es el vivo y quién el muerto. Uno vive en el recuerdo, el otro nunca vivió.
Llega el alba y el anciano sigue pensando, sigue añorando y sigue muriendo. ¡Qué doloroso es vivir, cuando no se sabe hacerlo!
Mi amigo, tú lo sabes. Me siento viejo. Yo soy el anciano.
Y otro día más los mismos pensamientos atormentan mi alma. Qué injusta fue la muerte, se tuvo que equivocar. Y me invade la rabia, la impotencia y, finalmente, el dolor de saber que ya no tiene remedio, que se te llevó.
A quién le quitó la vida, a tí que siempre viviste, o a los que te queremos que ya no podemos hacerlo sin verte.
Por fín se acabó. Muchos días viéndote sin verte, muchas noches hablándote sin respuesta. Por fin terminó el dolor. No quiero seguir muriendo. Quiero ser como tú, estar vivo siempre.


A la memoria de Miguel,
fue para mí un orgullo
poder llamarte AMIGO.
Sólo espero no fallarte
y que mis miedos no me impidan
seguir tu enseñanza:
que la vida está para vivirla
y el no hacerlo es un insulto
para las personas como tú.