De algo estoy segura. Nada vuelve a ser igual que aquello que ya ha sido.

Volvió a casa, con la esperanza de encontrarla, pero sólo su aroma delataba la reciente partida. La atmósfera se tornaba cada vez más densa, mientras imaginaba lo que podría estar pasando. Anochecía.
Corrió desesperado, buscando por cada rincón que sus ojos visitaban. Un agitado palpitar anunciaba con estrépito el mal augurio que su mente articulaba.
Descansó en la acera de la avenida principal y cuando casi perdía el valor de seguir su camino, oyó un sollozo como jamás lo había oído. Amargos tragos que se expresaban en un único grito difundido en el aire. Calando sus huesos. Haciéndolo temblar.
Inmovilizado y casi por inercia, pronunció su nombre. No hubo respuesta.
Se abalanzó de súbito hacia la esquina emisora del alarido. Perdiéndose entre las sombras, sumergiéndose en el aterrador silencio.

Las horas se hicieron eternas hasta el retorno del nuevo día.
Cada rayo descubría una pieza de la lúgubre imagen. Embebida, en la misma esquina, pálida, cubierta de lágrimas, sin dejar de estrangular sus piernas y meciéndose sobre sí dejó partir su último hálito, mientras la sangre corría presurosa por sus muñecas sobre el cuerpo, aún tibio, de su padre.