A veces me acuerdo del padre Roberto...
Me parece verle aparecer con esa sonrisa que daba en cada paso.
Nunca estaba apurado...la palabra cariñosa, el gesto afectivo, la mirada amistosa y ese aroma a mañana de domingo que emanaba de él cuando me saludaba.
Se iba por la nave mayor saludando a los fieles,que comenzaban tempranito a santificar el día del Señor,
y de vez en vez, se volvía a mirar hacia la entarda, atento a lo que sucedía en todo lugar... Pronto se perdía en la sacristía para luego aparecer lejano, sobrenatural, majestuoso, vestido de blanco y con esa estola bordada por manos santas...me parecía que una aureola resplandeciente enmarcaba su cuerpo...y su voz iba llenando cada rincón del templo...el tono de sus palabras se quedaba con un eco infinito en mí.

-¿Puedo ir a buscar paltas a tu casa?...preguntó aquel domingo, como cada domingo,después de misa en que íbamos a casa, se subía al árbol y comenzaba a dejar caer las paltas en el cesto que sostenían mis manos.

Y nos fuímos calle arriba, con el sol en la mirada, intercambiando frases comunes hasta llegar a casa.


Era mayo.
Los paltos ya habían entregado todos sus frutos.
El y yo lo sabíamos.

No volví a ir a misa los domingos por la mañana.