Una neblina fría envuelve el cielo,
una neblina fría que alimenta mis sentidos.

Lloran lágrimas de otoño los árboles,
que con la sombra de sus ramas temblorosas
cubren mi piel del olvido.

Espectros vagan a mi alrededor
seduciendo y engañando a la eternidad.

Mírenme bien gotas del rocío.
Bañen mi ser y laven mi sangre.

Un río carmesí hace canales
entre las flores ya marchitas y las hojas
que sombriamente las acompañan en la muerte.

Mi gusto prueba la sal de mi cuerpo
ya fundida en mi piel.

Danzante entre mis brazos y mi pecho
que celosamente la han tomado,
la sangre expira,
esa misma sangre
que ahora el rocío quiere arrancar y prohibir.

Abro mis manos
y aquel fluido vital mana sobre la piel pálida y cansada.

Luna de otoño,
que te escondes bajo la niebla,
sal que quiero ver
cuanto de mí queda.