Sobre el suelo de mi habitación
se dibuja el débil reflejo de la luna.

Una fría e inquietante brisa nocturna
se interna a través de la vieja ventana se roble,
que con sus postigos abiertos,
invita a los majestuosos cuervos
a posarse sobre el borde ornamental de mi mecedora.

Un suspiro se escapa de mis labios
mientras mis ojos rehúsan sacar de su vista
a la estampa bellísima de aquel astro en el cielo,
tan pálido, tan perfecto, tan encantadoramente misterioso.

Mis ojos se nublan, y es que están navegando en un profundo mar de lágrimas.
Seco mis mejillas y mis ojos, pero las lágrimas se niegan a desaparecer.

…y las noches siguen, aforrándose al pasado…
…y aquella luna sigue en lo alto, tan eternamente pura…
…y aquellos cuervos persisten posándose en el mecedora, como esperando una respuesta…
…y las lágrimas parecen no cesar, alimentadas por heridas aun sangrantes…