Agua

Agua había crecido en medio del polvo y silencio. Viviendo en la casa del olvido, manteniendo los ojos cerrados. Su ignorancia sólo era superada por su inocencia ya en el otoño de su vida.
Su claustro voluntario la había alejado de todo contacto social y a las alturas de su vida estaba pagando caro su egoísmo con soledad.

Nadie sabía de su existencia, habiendo muerto hace muchos años los que alguna vez la conocieron, liberándola de cualquier posible reconocimiento pero, aunque su excusa ya no era válida, ella temía ahora de otras cosas. Talvez sólo buscando nuevas excusas para no aceptar la realidad.

No es que no haya tratado. ¡Lo ha hecho tantas veces! Pero cada vez, al momento de dar el paso que la alejaría de su pequeña hacienda el temor la invadía corriendo por sus venas, acelerando su corazón, presionando en sus memorias. Cerraba los ojos de nuevo y corría a esconderse bajo las sabanas, apenada por su infantil actitud.

El pavor que el sólo pensar en escapar de su prisión mental le inspiraba era insoportable. Las lágrimas le saltaban viéndose incapaz de acabar con su irracional condición.

Si tan sólo hubiera podido terminar todo al fin antes de que fuese demasiado tarde…

Sus manos arrugadas recorren su rostro desgastado frente al espejo. Los años han marcado su paso en lo que fue alguna vez uno de los rostros más bellos. Ahí, enfrentando su reflejo, estaba el recordatorio mayor de lo que ya temía debía confesar a sí misma.
Por orgullo había perdido lo único que la mantenía orgullosa: su belleza.
Por orgullo, Agua, se perdió de vivir.