Ya nadie se acuerda, la dejaron en su cama, calentita, según ellos, cómoda, creían, con el gato, reían.
Y partieron, cada uno más lejos que el otro, cada una más libre que la otra, a la capital, al extranjero, más allá de la Cordillera, al otro lado del mar, al otro extremo del mundo.
Y quedó ella en su cama fría, vacía, solo el gato la abrigaba.
Se enfermó, no supo dónde avisarle a los hijos, a las hijas, tantos ellos y ninguno aquí.
Teniendo la cabeza buena es fácil, se marca el número de un radio taxi y el chofer te ayuda con la silla de ruedas, a veces tienen paciencia. En el consultorio los practicantes ayudan a bajar y luego el enfermero llama un radio taxi para la vuelta.
Las canas bien teñidas, las cejas perfectamente delineadas, los labios rojos, que no se piense que es descuidada.
Qué lindo tu hijo, me dice.
Es niña, le digo.
Qué bueno, porque con esos "bucles"...
"Bucles", pienso... No sé ni cómo se escribe, así será, creo yo. Debe andar cerca de los ochenta y cinco, o noventa. Qué palabra tan vieja. Ella es toda antigua.
No sale por si la llaman los hijos, las hijas, los nietos, treinta y cuatro nietos, quince bisnietos y si Dios le da más de siete meses, podrá ver al tataranieto que viene en camino, eso, si se acuerdan...
Ya nadie se acuerda, ninguno se acuerda de los desvelos que pasó, de la prematura viudez, de las reuniones de colegio, de los queques el domingo, de los cuentos inventados, no leídos, cada noche, cama por cama, del consuelo entre sus rodillas, del hombro reconfortante, de la manito en la cabeza, del no importa mijito, yo lo arreglo...
Ya nadie se acuerda de las pesadillas, lo rico qué era llegar a su cama, tan grande que cabían todos...
Se olvidaron del número tal vez, están muy ocupados, pobrecitos, trabajan taaaaaaaanto...
Mañana a las nueve, le dice el médico, no se olvide.
"Ay, doctor, no, yo no me olvido."
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