El sol abrió su vientre dentro de mi soledad, alborotando el enjambre de sus mieles. Limpia, bajo los duendes de tu sombra; condenada al estallido de mis pechos, en un gemir convaleciente de las flores; trasmutando el cielo de tus manos, en un arrebato de felicidad. Saltaste ileso el límite de la cordura, caducando las alas de tu vuelo; agitando las llamas, que derruían el sabor de mi semblante. Y las aguas descendieron por el torrente de mi sangre, para eyacular tanta amargura; para liberar lo viril de ti, que había en mí. Así, emergiendo de la fantasía que tu piel instiga; libre; entera; soltando mi deseo, en un soplo elevado de los hombres. Soy mía; erecta; fugaz; navegando un hemisferio de temblores; quebrando la huella de sentidos, que derrama el fuego de mis vísceras; infinita; solitaria; abierta de amor. Como una cascada sin retorno, latiendo el celo que me habita; recorriendo las paredes de mi sombra, en una fuga de pájaros. Me siento; atravieso el confín de mis orgasmos, bajo el quejido de las lunas; en una plegaria de suspiros, que ejecuta el paradero de mis labios.

Ana.