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La vampira Sarah




—Abra, abra por favor Mandeville, soy Nicolás—gritó amedrentado.
—¡Abriré en un momento!.
Al abrir la puerta me quedé estupefacto al mirar el rostro de Nicolás, parecía como si hubiese visto el más grande horror.
—Gracias por abrir, gracias Mandeville—dijo exaltado.
—¿Qué tienes?, Nicolás, ¿por qué vienes así…?—dije confundido
—Fue un demonio lo que me ha asustado—dijo.
—pasa, pasa por favor—dije, mientras me fijaba alrededor para ver sí había algo.
—Lo siento, ahora te platicaré todo…el bosque es…alguien me iba siguiendo, no pude mirar bien que era. Iba caminando, pues buscaba tu casa, al cruzar el bosque una bella joven me hablo, me preguntó por el rey Durkheim II y por su hija, yo le contesté dirigiendo mi brazo hacia donde está el castillo, ella volteó y lo miró, dio gracias y se perdió entre la bruma. Entonces yo seguí mi camino y de nuevo apareció la joven, se puso frente de mí. ¡Sí!, ¿Cómo poder olvidar su rostro?, blanco como el papel, cuando le tocaba un poco de luz se miraba blanca y azul, ¿y, qué hay de sus ojos?, tan hermosos, con las pupilas verdes y con un enorme fulgor como si fuesen de un gato, y sus hermosos labios carmesíes que al hablar parecían como si tuviesen sangre, ¿y qué hay de su cabello?, lacio que se divide en el centro de su cabeza y de un color rubio, tan largo que acompañaba a su vestido azul—Tan bella, tan misteriosa—. Me presenté con ella y me dijo su nombre: …Sarah, cuando intenté tomar su mano no había nada, se borró su bella imagen, al voltear a los lados; en la gran montaña pude observar una gran luz que entraba al castillo de Durkheim II. De allí me vine corriendo al pueblo… y finalmente llegué a tu casa—dijo con énfasis y miedo.
—Tranquilízate Nicolás, no había escuchado hablar nada de eso, pero ahora lo importante es que estés tranquilo—dije con estupor.
Después de un momento de silencio Nicolás se paró de la silla—después de haberse mitigado—y me dijo “me voy, después regresaré para empezar con el teatro, para ayudarte. Llegaré con el herrador para recoger mi carreta, y llegar a Inglaterra, allí tomaré todo lo necesario para regresar y empezar con el teatro”.
Al amanecer me fui al bosque para tratar de escribir una historia para presentarla en el teatro. Empezaba a escribir cuando miré entre los árboles unas cuantas hojas en la que se alcanzaban ver unas cuantas letras—me acerqué para ver que decía—, sólo una escritura con mucha ceniza sobre ella. Era una historia de alguien, al leerla me quedé atónito, pues en ella se decía la vida de la joven Sarah—hija de Durkheim y hermana del rey Durkheim II—, y también se decía de la muerte de mi padre.
—Buenos días, Mandeville—dijo Nicolás.
—Buenos días, Nicolás—dije.
—Que gusto me da volverlo a ver, no pense que lo encontraría aquí, bueno pero he traído todo lo necesario para quedarme, y claro empezar a hora sí con el teatro—dijo Nicolás amablemente.
—joven Nicolás, lo he estado esperando, ya que tengo la historia perfecta, la encontré en el bosque, como si la hubiesen hecho para nosotros—dije.
—Mandeville, ahora que ya la tenemos, sólo faltan las personas que actúen para la función, y claro lo de más es lo de menos—dijo emocionado.
—si, ya había pensado en eso, la joven Leonor hija de Durkheim II nos ayudará, y gente del pueblo que le gusta el teatro.
—¿entonces, cuando empezáremos…?—cuestiono Nicolás.
—mañana, si, ya les avise a todos que mañana será—repliqué.
Ya empezaba a atardecer, el cielo ya lucia rojo opaco, azul, blanco o gris.
Entonces fuimos al castillo de Durkheim II para hablar con la joven Leonor.
Ya enfrente del grande castillo, nos abrieron la puerta unos señores decrépitos, con gran barba y cabellera gris.
—pasen jóvenes, Leonor los espera—dijeron los viejos amablemente.
Entonces pasamos al enorme castillo. Allá en una silla yacía Durkheim II contemplando el paisaje por el gran ventanal, y a su izquierda Leonor plasmando dicho paisaje en el lienzo con el pincel.
—disculpen nuestra interrupción, sólo les traemos la invitación para mañana, para que usted Durkheim II asista para vernos, en especial a su hija que hará el papel más fundamental—dije.
—así será, allí estaremos—dijo la joven Leonor
—¡Suena interesante!, espero que mi hija Leonor actúe bien. Ahora que la encuentro un poco débil—añadiendo—, dice que se ha sentido débil desde hace tiempo—decía preocupadamente Durkheim II.
— Pero, no es nada padre, me siento débil, pero si puedo actuar—dijo Leonor.
—Bueno señorita Leonor, usted será Sarah, algunos tendremos que hacer de dos personajes, y conforme vaya pasando la historia les diré como se llamarán los demás.
—¿Y, cómo empieza la historia Mandeville?—cuestionó Leonor intrigada mirándome a los ojos.

Manuscrito de la joven Sarah, encontrado en el bosque por Mandeville…


—No, por favor… no me encierres, ¿acaso ya no ríes?, con la crueldad que me tratas me matas—le decía. Mientras él me agarraba de la mano y me llevaba a hacia mi cuarto. Ya en la puerta me aventó en la cama.
—¡Sarah! …no quiero que salgas de las cuatro paredes que yacen a nuestro alrededor. Afuera andan carretas en busca de sangre, para seguir su camino, son carretas que desconozco, que salen en la noche, pues la luz las lastima—me decía mi padre, mientras cerraba con llave la gran puerta de mi cuarto.
Mi padre enloqueció, ese fue el día de mi condenación. Vivir cautiva seria ya mi vida.
Pasaron lunas y soles, y seguía cautiva en mi aposento. En donde sentía que cada vez se hacia más pequeño.
Tirada en la cama mirando el reflejo del bosque en el gran espejo que cuelga en la pared.
Me paraba de mi cama y miraba por la ventana, me regresaba y de nuevo me tiraba sobre las sabanas. Así todo el día permanecía encerrada en este cuarto.
En la noche brumosa se escuchaban alaridos en el bosque—parecían de un animal—como si quisiera algo o quizá le dañaba algo. Me paraba para ver que era pero no podía ver nada por la bruma, regresaba y me tiraba en la cama.
Después de todo creía que yo también empezaba a enloquecer.
Sólo podía hablarle a la señora Christine—quien era quien me traía que comer—, a mi hermano Durkheim, a mi padre y a personas que viven en mi mente y nada más.
Cuando murió mi madre por perdida de sangre—en ese entonces fue de una manera extraña—, mi padre enloqueció, y me encerró, a mi hermano sólo le permitía andar en la casa, pero sin salir fuera de ella, con el propósito de que no nos pasara nada.
—Buenos días, señorita Sarah aquí tiene su desayuno, disculpe que sólo haya traído uno, disculpe que no la acompañe, pero tengo que hacer lo que me atañe—añadiendo—su padre el señor Durkheim, dijo que si necesitaba algo, pues ahora salgo al pueblo.
—Oh Christine, con la ausencia de la celda será mi presencia, quisiera salir de este apartado, ya que mi corazón esta muy lastimado.
—¡Oh, señorita Sarah!, Trataré de hablar con el señor Durkheim, pero soy tan ajena como las rosas que crecen en la arena—dijo.
—No se preocupe, es un gesto honesto de su parte, algún día mi padre reflexionará, y me desencadenará separando un eslabón tras otro—le dije tristemente.
La señora Christine sonrío y como un río que lleva su corriente salió del cuarto.
Me puse a desayunar, y una vez más en soledad, pensando en que mi padre no entiende que si sigo así moriré.
En un momento de tanta desesperación de querer salir, le empecé a gritar a mi padre “déjame salir, déjame ir, quiero caminar por donde yacen los árboles, quiero respirar el aroma de ese bello horizonte, donde se miran las olas de espumas, las plumas de las aves que tú ves, déjame ver claro y déjame tu amparo…”. Golpeaba la gran puerta, pero nada, ninguna respuesta de nadie. Me tiré al piso, y me quedé allí hasta que el sol me decía adiós con su luz trémula.
Me senté en mi cama mirando hacia fuera: pensaba en la locura de mi padre, cuando de pronto agarré tinta y me puse a escribir mi idea de lanzarme al vacío.
Al estar escribiendo, el sol ya se ocultaba, ya llegaban enormes cuervos, que nos cubrían con sus grandes alas oscuras, y entre las plumas se filtraban rayos de luna creciente y algunos puntos de luz entre ellas.
Al terminar de escribir me acerqué a la ventana, allí estaba todo. Al ver para abajo sentí algo de miedo—no me atrevía a entregarme a las manos de la muerte—, entonces cerré mis ojos y así estuve por un tiempo, abría los ojos y de nuevo miraba para abajo y por fin sin pensarlo más me lancé—cuando iba cayendo sentí una gran melancolía al hacer esto por mi padre, y al saber que él me tenía cautiva para protegerme—, al caer sentí como si hubiese caído en las manos de alguien. Me desmayé y no supe más.
Al despertar miré a una joven que estaba arrodillada frente de mí, traía un vestido negro, su cabello rubio y ondulado que llagaba hasta sus hombros, su tez blanca, y su mirada azul con un gran fulgor, sus labios rojos de los cuales goteaba sangre. Cuando ella percibió que había despertado se asustó y se fue.
No sé que pasaba, no sé si había muerto o no.
Después de un rato seguía tirada sobre el verde pasto del bosque. Al pararme me di cuenta que goteaba sangre del cuello. Entonces me fui caminando sin darle importancia.
Por el horizonte ya se empezaba a asomar la esfera luminosa con su luz roja, amarilla o blanca; ya empezaba el alba, la dilucidación del cielo y no sabía porque me molesta tanta luz—mi piel me empezaba arder—así que tuve que buscar un lugar oscuro donde permanecí, y sin esperarlo me quedé dormida. De pronto un fuerte fragor en la puerta me despertó, era el señor Justin, el juglar que solía ir al castillo para hacer reír a mi padre. Él abrió la puerta y al mirarme dio un gran grito.
—¿Quién eres?, ¡Acaso es la hija de Durkheim!—dijo el señor Justin.
—¡Oh!, Humilde viejo, no me tema, que no ve que soy como una gema, pero por dentro soy cuya oveja vive cautivada, tenga piedad y olvide la crueldad, déjeme estar aquí un momento, donde para mi el tiempo es lento—dije.
El pobre hombre se acercó a mí, tenía la intención de ayudarme, o quizá lastimarme, me agarró la mano y quiso llevarme a una banca, o quizá alejarme de ese lugar.
Yo volteaba para ver su cuello, miraba fijamente sus venas. En un instante lo abracé fuertemente y le mordí el cuello, él gritaba “suéltame, déjame ir, tú demonio”, ya no pudo decir más, y al haber terminado de beber lo solté. Él cayó al piso ya sin vida.
Al anochecer me dirigí al bosque. La noche era para mí, las estrellas y la luna brillaban para mí.
El viento me llevaba como una hoja, iba volando sobre los enormes árboles. Al bajar me encontré a la mujer que me atrapó en sus manos para que la muerte no lo hiciera.
—¿Por qué me hiciste así?, estoy atrapada en éste cuerpo sin vida, es frío, y necesita beber sangre para calmar la sed, para alimentarse, ¡oh, dime que soy!—le dije.
—¡Oh, joven Sarah!, tus suplicas de querer dormir arrullada y sosegada por el viento del mar, ¿Qué podía hacer por ti?—dijo.
—Pero…—interrumpí.
—No te preocupes, ¿Qué somos?, no lo sé, no sé si sea un eterno castigo, o algo hermoso, he vivido en una eternidad condenada viviendo trasladándome de un lado a otro para calmar mi sed, y tener que buscar personas para beber su sangre. Pero los mortales nos buscan apasionados para matarnos—dijo.
Anne quedó arrodillada sobre el piso, mirando fijamente el horizonte, después se levanto y me tomó de las manos y empezamos a deslizarnos como hojas que lleva en viento, como frágiles plumas. Al bajar le dije “iré con mi padre, pues esta a punto de morir, y quisiera verlo por ultima vez”, ella solamente sonrió y se fue.
Me fui al castillo, y al entrar al cuarto de mi padre—él estaba recostado en la cama—inmediatamente me volteo a mirar con gran odio, se levanto con gran esfuerzo y me dijo insultos y a la fuerza me llevó a mi cuarto, me decía “jamás te dejaré salir, permanecerás allí hasta que yo muera”.
Después de una semana mi padre murió, y mi hermano se preparaba para heredar la corona. Ese día tuve que escabullir de ese lugar porque al ver que no envejecía me acusaron de herejía. Entraron a mi cuarto por mí, tenían ordenes de mi hermano para alejarme de allí y quemarme. Yo permanecía dormida cubierta con una sabana, y desperté al escuchar el fragor cuando abrieron la puerta con frenesí. Me agarraron a la fuerza y a plena luz del día me querían sacar. Yo tan débil en mi somnolencia, no podía defenderme, sino hubiese sido por Christine que los interrumpió.
—Déjenla tranquila, déjenla, que no ven que permanecía dormida por su estado tísico, que no se dan cuenta que toman lo escéptico. Mírenla está tan enferma, por eso hasta puede morir, y ni aun así tienen piedad de ella—gritó con desesperación y elocuencia.
—Pero…su hermano el rey Durkheim II nos dio la orden de llevárnosla, de llevarla donde la olvidemos. Él la acusó de herejía, mírela aun sigue joven, no envejece, y su padre envejeció y murió y ahora en la fisonomía de su hermano ya se expresa el tiempo dibujando líneas de un lado para otro, y ella…—dijo uno de ellos asustado y con una voz trémula.
—Déjenme tranquila, déjenme, si mi hermano ya no me quiere me iré ahora en la noche—dije.
—Pero no se puede ir así, señorita Sarah—dijo Christine mientras me abrazaba.
—Esta bien, hablaremos con el rey Durkheim II, para ver que nos dice—dijeron con odio y mirándome como si fuese un demonio, como un ser del averno.
Christine me miró fijamente a los ojos:
—¿sabes…?, yo conocí a tu madre, platicaba con ella como si ella fuera la flor y yo la tierra, era mi mejor amiga, pero llegó el día en que ella murió. Antes que eso pasara me contó que por las noches no podía contemplar el sueño, me decía que el sueño es una de las buenas cosas que tiene el hombre, ya que en ese momento puede escapar de la realidad. Decía que no dormía porque sentía que alguien le observaba por la ventana, como si alguien o algo la visitara por las noches y en el momento en que ella cerraba los ojos por el cansancio una voz le hablaba suavemente, y luego no sabia mas, pero al amanecer se sentía tan débil. También me contó que un día miro por la ventana un rostro de una mujer, de una joven que era amiga de tu padre se llamaba Anne, pero un día ella murió. Ella no entendía nada, sólo pensaba que enloquecía—continuo diciendo—, pero llegó el día en que murió tu madre, cuando tu padre la miró enloqueció, y allí cuando fue por ti a Francia, de allí fuiste presa en este cuarto.
—No se preocupe, necesito descansar, dormir, es todo, gracias por su generosidad, espero que cuando me vaya mi hermano opulento la trate bien—dije con tristeza.
—Señorita Sarah…no me olvide—dijo tristemente, mientras salía del cuarto. Una vez afuera los señores de barba larga empezaron a cerrar la puerta con llave.
Quedé dormida. Al despertar miré que ya era de noche, me levanté y en un instante salté por la ventana. Pasé por el bosque y me dirigí al pueblo, entre a una pequeña casa, y succioné el elixir de una joven. Al salir me fui a dar vueltas por el bosque por el bosque, de allí se miraba mi cuarto solitario, solamente recordaba, y me miraba allí parada viendo por esa enorme ventana. Al paso del tiempo el firmamento se aclaraba, así que me fui al viejo teatro, entré furtiva por una ventana, allí permanecí dormida.
En una noche lluviosa tuve que viajar hacia Francia, ya que me sentía insegura, en donde permanecí en la casa de mi padre—en el lugar donde estaba antes que mi madre muriera—. Allí permanecí durante un tiempo.
Después de un tiempo decidí regresar, venia caminando por el bello bosque, miraba todo alrededor, y una vez más miré hacia el castillo de mi hermano Durkheim II, allí mi cuarto, todo oscuro y solo, seguí caminado y me encontré a un joven, me dijo su nombre, aun lo recuerdo: “Nicolás”, con él me pude dar cuenta que ya había cambiado el pueblo, ya mucha gente diferente, los que me conocieron de jóvenes lucían viejos, cuando me miraban parecía como si enloquecieran, aun creían que era un demonio. En esa misma noche visité a mi hermano—lucia viejo—, con una mujer que no sé quien sea, tal vez su hija, es joven y escucho que la llaman Leonor.
Después de tanto he decidido encerrarme en ese cuarto abandonado. Abandonado por mí, y yo abandonada. Esa misma noche entré al cuarto, y esperaba en esa ventana a que los rayos del sol me consumieran, si, para que mi padre me perdonara y morir aquí, ¡para liberar a mi espíritu!.
“Si, aun espero los rayos del sol para fenecer, ¡Oh…el alba empieza!, Si, ¡miro como el firmamento empieza a aclararse!. Que hermoso horizonte, es suntuoso. A lo lejos se mira la niebla que viene desde el bosque, empiezo a ver unos débiles rayos del sol, y me empiezan a doler mis ojos… mi piel empieza a quemarse, lo siento, siento el dolor, gotean unas cuantas gotas que salen de mis ojos. Cada vez la oscuridad se va desvaneciendo, oigo cantos de pájaros que brincan gustosos en los árboles. ¡Que alegría me da al saber que después de tanto tiempo de no recibir al sol ahora lo hago!. Ya…, no puedo escribir más, los rayos del sol empiezan a salir y a dar más calor y yo empie…”





Eliseo Guillén—2 de agosto del 2004


























































Texto agregado el 17-06-2005, y leído por 214 visitantes. (0 votos)


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