Lugar de sueños
Hay veces que nos preguntamos: ¿Qué son los sueños?¿, ¿De dónde vienen? ; sólo la imaginación, el inconsciente, un reflejo de la forma de vivir o quizá un refugio de alguien que ya murió…
U
na gélida y lúgubre mitad de la noche, en donde permanecía en mi cuarto lleno de recuerdos, los cuales me hacían recordar los rayos y el halo de luna que se filtraban por mi cortina, y la simple luz de las velas sobre el candelabro que tengo en la mesa que se encuentra a un lado de mi cama—es pequeña, es donde pongo mis libros y siempre sobre ella pongo el candelabro—, yo despierto por mi gran esfuerzo de hacer un muñeco de cera sin entender por qué. Luego seguía enterrado en mi cuerpo inerte, mientras grandes aves blancas querían entrar a mi cuarto tocando las paredes con su grande pico. De pronto un fuerte viento abrió la ventana—es arqueada y se encuentra frente de mi cama—, así apagando la luz de las velas. Por dicha ventana también entró una mujer, que gracias a la grande luna la pude mirar perfectamente. Ella delgada, con una ropa muy formal: un vestido blanco tan largo que no me permitía verle los pies, tez blanca, labios delgados carmesíes, ojos negros y grandes con sombras como de una moribunda, cejas delgadas y arqueadas, nariz fina, sus manos se miraban tan suaves como el terciopelo, y con un cabello tan largo y rizado de color negro que se divide en el centro de su cabeza. Parecía un ángel mandado de lo profundo de los muertos.
Al aproximarse a mí, sentí su mirada que me dio escalofrío.
—¡Yo habito en la penumbra olvidada…cruzo los sueños sin una dirección para salvarte de tu olvido, para poder descansar en paz!—me dijo solemnemente.
Pasó un momento de silencio. Se me quedaba mirando como esperando algo, quizá…unas palabras mías, pero yo quedé amedrentado y estupefacto, así que no pude decir nada. Solamente el ruido del viento, del reloj y de algunos árboles provocado por dicho viento. Fue cuando desperté de mi gran sueño refulgente para entrar a otro nefasto.
En la mañana al llegar la hora de ir a mis clases de piano (8,00), salí de mi casa, faltaban veinte minutos para entrar.
En el camino me encontré a Dolores, mi amiga y compañera de clases. Ella es delgada, algo pálida, cabello largo y negro, viste muy formal. Siempre anda como en otro mundo, impregnada de silencio: hay veces que le hablo y es como si no me escuchara.
—¡Hola Lugosi!, ¿Preparado para aprender más sobre el piano…?!—dijo alegremente al pasar a mi lado.
—¡Hola, claro que si, tengo muchas ganas de aprender!—repliqué rápidamente.
Al llegar al “centro cultural de piano”—es una antiquísima casa, tiene dos pisos, en el primer piso van niños menores de 12 años y en el segundo jóvenes—se escuchaban voces de unos estudiantes, mientras subíamos los peldaños también sonaba la música provocada por el piano, y cada vez que nos acercábamos al salón se escuchaba más fuerte. Al entrar miramos allí a la mayoría de los compañeros dispuestos a trabajar un día más. Algunos platicaban y uno practicaba gustosamente, Dolores y yo nos pusimos a platicar mientras esperábamos nuestro turno para tocar. Entonces fue la oportunidad de comentarle de mi extraño sueño y ella de inmediato con artificio cambiaba de tema con cualquier otra cosa o simplemente escuchaba y miraba atentamente como practicaba nuestro compañero y fingía no escucharme.
Ya en clase—después de un rato—Dolores me gritó.
—Lugosi, toca algo, una nota de alguien que te guste…no sé lo que tú quieras.
En realidad no se me ocurría nada, pero luego toqué unas teclas y todo empezó: la primera era una nota triste, la segunda y la última, como queriendo darle música a mi sueño. Al acabar me aplaudieron y el profesor cuestionándome “¿Por qué tanta tristeza?”, yo sin ninguna palabra le respondí, solamente con mis hombros diciendo no saber.
Así terminó el día en mis clases, y luego acompañe a Dolores a su casa. En el camino nos pusimos a imaginarnos cosas.
—En algún futuro seré una gran pianista. Tú siempre estarás a mi lado, eres mi amigo y té quiero—dijo Dolores alegremente.
—Oh, mi amiga Dolores, yo también te quiero, eres una muy buena persona, si, yo siempre estaré a tu lado—le dije, mientras la abrazaba.
De rato llegamos a su casa, me despedí dándole un beso y le dije una vez más que la quiero, ella me dijo lo mismo, y luego me retiré a mi casa.
Ya en mi hogar me puse a contemplar un rato con mis padres: platicamos de mis clases de piano, de mis ideas sobre mi futuro, de mi “amiga” Dolores. Bueno en realidad mis padres no la mencionaron, pero yo quise hacerlo.
En la noche al entrar a mi aposento miré hacia el reloj y marcaban las 9,30. La luz apagada y encendidas las velas, frente de mí la radio, la encendí y me encontré casualmente un programa “la humanidad”, nunca lo había escuchado—quizá me encontraba en otro sueño y yo ni en cuenta—, fue un golpe para mí, al escuchar la voz femenina y masculina que decían las palabras que describen al hombre: el racismo, la discriminación, la guerra, la tecnología, entre otras cosas que me hicieron derramar unas cuantas gotas de mis ojos. Al terminar el programa me acosté y empecé a divagar, pensando en Dolores, en unas letras para darle música con el piano, entre otras cosas.
Dejé entrar a la luna menguante en su apogeo por la ventana; ella me invitaba a intercambiar unas palabras, yo enseguida le platiqué y las estrellas me arrullaban para poder dormir en un mundo de imaginación.
Ya faltaban dos semanas para el comienzo de diciembre. Pasaba la noche fría pensando y preguntándome por qué Dolores no iba al “centro cultural de piano”.
La luna en su cuarto menguante y el firmamento empezaba a volver a nublarse provocando unas cuantas gotas de lluvia, que parecía como si quisieran entrar por la ventana, se oía el golpeteo con gran fuerza sobre el cristal.
Cuando eran las 10,30 decidí hablarle por teléfono a Dolores, me contestó su mamá doña Lila. Una mujer muy agradable y muy buena gente.
—¡ Hola!, ¿Y Dolores…?—le pregunté.
—¡ Lugosi!, Oh, Dolores está enferma, al parecer tiene fiebre, y ya tiene así tres días, es por eso que no ha podido ir a clases—replicó preocupadamente.
—De verdad lo siento, todo es tan extraño, hace cuatro días la miraba tocando el piano y ahora…deseo que mejore, en las clases no ha sido lo mismo sin ella—dije tristemente.
—Lugosi, Dolores solamente te menciona, habla de un sueño y pregunta por qué no vienes a verla—dijo estupefacta.
Me quedé sin palabras al saber lo que le sucedía a Dolores.
Al día siguiente al terminar de escribir unas palabras:
“Sí pudiera dejar de pensar, aunque me quede, aunque me acurruque en silencio en un rincón, no me olvidaré, estaré allí, pesaré sobre el piso, soy, soy, existo, pienso luego existo; Soy porque pienso, ¿Por qué pienso?, No quiero pensar, soy porque pienso, no quiero ser, pienso que… ¿Por qué?”. 1
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1. frase de Jean Paul Sartre, filósofo francés existencialista.
Fui a visitar a Dolores en la tarde, me fui caminando, pasaron unas cuantas callejas y llegué a su casa. Es grande, la adorna un color blanco y parece de una época pasada y como si el tiempo no hubiese pasado por allí: en los atrios hay una gran variedad de árboles donde posan pájaros policromos, frente de la puerta una gran fuente con silueta de una hada—donde para llegar allí tuve que subir un sin fin de peldaños que yacen en los atrios—y tiene unos ventanales que los protege unas cortinas azules de ceda,
Ya en la puerta empecé a tocar y me abrió doña Lila.
—Lugosi, ¿Cómo estas?, pasa, pasa—dijo amablemente.
—bien, pero algo triste por Dolores—repliqué, mientras pasaba a su casa.
Al entrar a la casa se alcanzaba a oír una música triste, no alcanzaba a escuchar con nitidez, pero conforme me aproximaba se escuchaba mejor: solamente violines y el sonido de un piano con un canto alabado de una voz femenina. Al entrar a su aposento pude observar la tranquilidad: la cortina estaba cerrada lo cual hacia que se mirara umbroso, en las paredes unos cuadros con imágenes de ángeles, sobre el armario muñecos de porcelana, aun lado de la ventana un piano, y de la cama el toca discos que proyectaba esa música melancólica en mis sentidos. Allí en la cama yacía Dolores cubierta con unas sabanas: su rostro permanecía tan blanco como el papel, su cabellera suelta sobre el almohadón, sus ojos de sombras negras con una mirada trémula.
—Dolores, mi amiga, no llores, me haces sufrir, pues sólo sigo lo que me atañe, y no dejaré que esa mirada apagada me engañe—le dije, mientras me acercaba a su lado, la tomaba de la mano y la besaba—, te recuperaras, volverás a reír, a tocar el piano—dije tristemente.
—Lugosi, gracias por venir…pero mi vista se ha empañado y ahora mis lagrimas me han bañado, ¿Sabes?, Cada momento que pasa me siento más fatigada, Lugosi…siento que voy a morir, y no quisiera recibir la ayuda de los doctores. Ahora puedo decirte… amor, la muerte viene por mí…la vida es algo que no es para siempre, es el poema que haces, te equivocas lo puedes corregir, escribes, sigues escribiendo; pero llega el momento en que la hoja en que escribes deja de servir, sigues teniendo la idea, pero la hoja ya no sirve, puedes cambiar de hoja, pero será una nueva, en mi caso viene una nueva vida que la llaman muerte. El tiempo pasa sin importar que estés enfermo, sin importar el estado de ánimo—decía convencida que moriría mientras sus lágrimas mojaban su bello rostro.
—No morirás, ¿Recuerdas cuando decías que yo siempre estaría a tu lado?, Lo haré—decía ya sin razonamiento y con el lagrimeo en mis ojos.
Pasó un momento de silencio, el firmamento ya se convertía en una ave negra que nos cubría con sus grandes alas. Empezaba hacer demasiado frío y también empezaba a llover: se escuchaba caer las gotas en el techo y golpear las ventanas.
Después de un momento decidí retirarme. Me fui corriendo a casa, las calles lucían mojadas con enormes charcos, y sobre el firmamento se miraban las luces y se escuchaban los extraños ruidos de los relámpagos. Por fin llegué a casa, pero todo mojado, así que me metí a mi cuarto a cambiarme.
Ya era muy tarde cuando me fui acostar. Por cierto no podía dormir, con tantas palabras en mi mente ¿Cómo podría hacerlo?, A mi derecha se delataban los sonidos de mi reloj, también se escuchaba la lluvia que cada vez aumenta. Ya de tanto pensar no sé ni a que hora quedé dormido.
Al amanecer, y salí rápidamente para llegar “al centro cultural de piano”. Al llegar, todos presentes, menos Dolores. Ése día fue cuando nos dieron un pequeño certificado: que nos decía que terminábamos el semestre, y nos invitaban a seguir en las clases. Si, ése fue el último día, nos despedimos y nos preguntábamos si seguiríamos. El día fue nefasto para mí, me retiré a mi casa.
Al día siguiente le hablé por teléfono a Dolores.
—¿ Y Dolores…?—cuestioné a doña Lila.
—¡Lugosi!, Mi hija Dolores…ha muerto…se fue…murió ayer por la noche, no me di cuenta hasta en la mañana, su rostro delataba que ya tenia rato de muerta, ella en su cama cubierta con la sabana, con los ojos cerrados como si permaneciera dormida, en sus manos una hoja en donde decía: “Somos sueños, estamos en el lugar de sueños, el sueño de la vida es ser feliz, me voy con la esperanza de…”, eso escribió antes de morir—dijo tristemente doña Lila.
Doña Lila ya no podía hablar y solamente se escuchaba su llanto, y yo ya no supe que decirle y me despedí.
Me ti a mi cuarto y me encerré por horas, mis padres tocaban la puerta y preguntaban “¿Qué sucede? ¡Lugosi, sal de allí!”, Yo grité desesperado Dolores ha muerto. Ellos me dejaron tranquilo para soltar mi dolor, yo llorando en mi cuarto, tirado sobre mi cama mirando hacia fuera por la ventana. Llegó la noche, el firmamento empezaba a derramar más agua sobre nosotros y el frío me acariciaba.
Me puse a escribir algo para mi amiga Dolores:
“Desde el día y la noche, la agonía me da vida de nuevo, la luna abraza mi cuerpo inerte, y recibe mi alma “viva”, me enseña lo que vale la vida, me despierta de mi sueño, y mañana voy a fenecer donde me vaya como un vapor tenue sin poder erguir…”
Pasó un momento de silencio, y miré a Dolores en su Ataúd, cubierta con un vestido blanco y un velo sobre el rostro, con sus manos cruzadas sobre ella. De momento cerraban el ataúd, y lo dejaban caer lentamente bajo la tierra—donde Dolores estará minando para subir como ese vapor tenue—. Volteaba hacia alrededor y las personas vestidas de negro y llorando porque se iba Dolores.
Y me desperté en otro gran sueño refulgente: escuché música angelical en mi aposento: las velas encendidas, yo terminando un muñeco de cera sin saber por qué, en el piso cera seca, mientras las grandes aves blancas entraban a mi cuarto por la incisión de las paredes—por su gran trabajo picoteándolas—con sus alas me abrazan, me cubrían del frío. Luego entraba un fuerte viento por la ventana apagando la luz de las velas, también la mujer—la luna sin cuerdo me deja verla—, ella con su vestido blanco tan largo que me impedía verle los pies, su bello rostro como de una muerta, la apariencia de sus manos suaves, su cabellera larga que se divide en su cabeza.
—Lugosi, ¿Te acuerdas cuando decíamos que siempre estaríamos juntos…?—añadiendo—soy Dolores, tú vives en el mundo y no el mundo en ti, ves a tu muñeco de cera como se derrite, no dejes que eso pase.
Me dio la mano—sentí su gran suavidad y frialdad en la mía—, y nos pusimos a bailar la música de ángeles. Yo con un vestuario formal de color negro y ella con su gran vestido blanco que se prolongaba al dar vueltas, y nuestra risa que se compartía con la música—el cuarto se miraba tan iluminado, parecía como si la luna estuviera con nosotros—. Nos reflejábamos en los espejos de la nada, nadando subíamos los peldaños para permanecer en el lugar de sueños, llegando a los mares de los pesares de lo ignoto, encontrando en lo oscuro nuestro amor puro, y llegamos en el lugar donde fue olvidada por la muerte, donde fue condenada mi amada, en donde permanece sola, en el lugar de sueños.
Cada vez que despierto y me levanto, Dolores llora, llora porque no hay nadie con ella en ese lugar, y sólo puedo entrar yo cuando sueño.
Me preguntáis, si he despertado, si, pero aún sigo soñando, si, mi cuerpo yace en mi cama despierto, me hablan, los escucho, les hablo, pero no quiero abrir los ojos para que no se vaya Dolores…para sentirla, para escuchar y verla cuando toque el piano con sus bellas manos suaves y frías. —Eliseo Guillén—
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