Cuentan que aquel hombre se paró en la mitad de la plaza y desde allí, con la mano empuñada hacia arriba, comenzó a gritar: “ ¡Aquí! En mi mano derecha traigo el mundo, ¡Aquí! En mi mano derecha yo traigo el mundo” Así sucesivamente comenzó a gritar cada vez mas fuerte. Mientras su mano derecha seguía empuñada hacia los cielos, una señora de edad como lo dicen los que estaban allí presentes, se le acercó a aquel joven y, al estar al lado de quien despertaba gran curiosidad con sus gritos y su frase que cada vez se volvía mas popular entre las multitudes que allí se comenzaron a congregar, le pregunto: “¿Dime por qué dices que en tu mano derecha traes el mundo?” Aquel hombre, como si no le hubieran dirigido la palabra, gritó nuevamente: “¡Aquí! En mi mano derecha yo traigo el mundo”, a lo que la anciana le volvió a preguntar: “Dime, mírame a los ojos y dime, ¿por qué dices que en tu mano traes el mundo?” Aquel joven dejó caer su cuerpo quedando allí postrado de rodillas y volteando su mirada observó a aquella anciana que aún seguía ahí mirándolo. Aquel joven dejó deslizar las lagrimas que en ese momento caían por su rostro y dirigiendo su voz hacia ella le respondió: “Ayer, ella murió, y hoy vi cómo su cuerpo se consumía entre llamas y desaparecía por completo. Lo único que me dio su madre antes de decirme que no me quería volver a ver, fue un puñado de sus cenizas que hoy traigo aquí en mi mano derecha…”