Vayáse de aquí...-escupo mientras los ojos se me llenan de lágrimas y se ponen más y más calientes.
La cabeza del niño ha comenzado a pesar sobre mi regazo y cuelga ahora doblada sobre su pechito, como una ramita quebrada.
La rodilla derecha se me está moliendo contra el pavimento, y noto despacio un escosor de vidrios enterrados en la frente.
Más allá el motor del auto echa humo y una de las ruedas me distrae mientras aún gira sobre sí misma, en silencio.
Vayáse de aquí !- exclamo y mi voz se quiebra en un sollozo seco.
Vayase, fuera, VAYASE!!!- termino por gritar desesperada con los ojos ardiendo y el odio saliendo echo sangre por las comisuras de mis labios.
Él me mira. Solo está ahí, en frente de nosotros, observandome con las cuencas casi vacías de sus insondables ojos.
Y luego parece que sonríe, me hace una reverencia entre irónica y caballeresca, gira sobre sus talones y se va caminando despacio hasta que se pierde en la noche. Lo último que veo de él es una sacudida de su faldón negro y el reflejo de la luz del foco, limpio y naranjo, sobre la hoja de la guadaña.