Hoy amanecí con la cabeza dando vueltas y un poco adolorida. Por un segundo pensé que aquello se trató nada más que de un sueño, talvez deseaba que así hubiera sido.

Me quede acostada, inmóvil, con los ojos cerrados por temor a lo que encontraría cuando los abriera.

Los acontecimientos del día anterior aparecieron en mi mente apenas desperté. ¿Cómo evitarlo? si aquello fue lo mas ¿como decirlo para que no suene crudo? ¿impactante? ¿asqueroso? ¿traumante? Una cosa era segura, aquello había cambiado mi vida sin posibilidad de volver atrás.

Las imágenes me llegaban en forma entrecortada, un fuerte escozor en mis brazos, el profundo dolor de mi piel rasgándose, manos sangrantes ahogando mis gritos histéricos y luego... diminutas plumas asomando con torturante suavidad por las heridas. Su lustre azabache estaba teñido de escarlata.
Eran hermosas pero en mi desesperación solo quería deshacerme de ellas y de lo que representaban, como si arrancándolas con mis manos pudiera impedir que la maldición siguiera su curso, pero estas volvían a crecer más fuertes y brillantes.

Cuando me di por vencida cesaron de crecer, la habitación quedó en silencio salvo por las voces en mi mente y la sensación que queda cuando solo el cansancio y la falta de lagrimas te impide seguir llorando. El cuarto estaba en desorden y había plumas por todas partes.

Al verme en el espejo tenia el pelo revuelto y los brazos arañados y manchados de sangre seca, era un símil perfecto del ángel caído.

Ya no puedo posponerlo mas, tarde o temprano debería enfrentarlo.

Y lentamente comencé a abrir los ojos...