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En una caja, apiñado junto a sus hermanos gemelos, vivía Cerillo. Él al igual que los otros, en esa circunstancia, no tenía más destino que el de su infernal deceso. Ese breve instante de tiempo, en el cual su cabeza sería incendiada, lo aterraba. No podía concebir como sus compañeros esperaban aquel momento con ansias, rogaban para que la enorme mano los eligiera y los librara de su prisión ¿qué les pasa?, se preguntaba, ¿a caso no sabían el destino cruento que les esperaba?

Es cumplir con nuestro objetivo, con nuestra razón de ser, es el propósito de nuestra existencia- le explicaba uno de sus hermanos.

¿Por qué no lo asumes?- agregó con severidad. Justo cuando, nuevamente, como en muchas oportunidades, el temblor se apoderó del ambiente, abriéndose la caja y dejando pasar la enceguecedora luz del día. Los murmullos de “escógeme a mí”; “escógeme a mí”, se escuchaban en el aire; y por fin, la suave mano tomó al que estaba junto a Cerillo, decepcionando a los otros que tristes regresaban a su penumbrosa espera.

Esta cercanía con el mayor de sus miedos impulsó a actuar al delgado y cabezón personaje, planeó convencer a sus congéneres de escapar; lo cual resultaría sumamente difícil, ya que las creencias sobre la finalidad de su existencia eran muy arraigadas en sus compañeros. Lo primero sería plantearles que otro destino diferente del de las cenizas era posible (asunto del cual ni él estaba totalmente convencido). Felizmente, Cerillo había desarrollado un ágil, hábil y encantador lenguaje, en su largo encierro en donde el único entretenimiento eran las largas conversaciones con sus pares. Le fue prolongado y tedioso hablar personalmente con cada uno de sus hermanos (que por cierto cada día eran menos), pero al fin les pudo transmitir sus fundados miedos y sus esperanzas, convenciéndolos completamente de sus anhelos de fuga.

En un debate digno del más expedito de los parlamentos, los cerillos llegaron a la conclusión de que sólo constituyéndose en una sola fuerza podrían liberarse de su prisión y escapar de su espantoso destino. Así que todos a la vez empujaron la abertura de la caja, pero fue tan fuerte el trancazo, que hizo a ésta caerse, regando a los cerillos en el suelo. Desconcertados por el tremendo golpe los cerillos se quedaron inmóviles por un largo rato. Mareados por la intensidad de la luz; alborotados y entreverados unos con otros fueron recogidos por la mano y fueron depositados en un trozo de papel. En un tiempo indeterminado fueron objeto de un extraño proceso, los bañaron en un viscoso líquido que los unía, incluso, con mayor fuerza que cuando estaban en su prisión, luego una cosa peluda los embadurnaba con una materia pegajosa de color rojo. Finalmente, se les colocó en un estante alumbrado por la luz de una pequeña lámpara.

Quedaron, pues, así unidos, como en una masa sólida y compacta, una sensación de bienestar recorrió a todos ellos, era la satisfacción de haber cumplido su objetivo, aunque ahora las emociones individuales se diluían y se mezclaban con las del resto como en un solo sentir. Alargaron, tal vez, su existencia que en esos momentos les dio la impresión de ser eterna.

Texto agregado el 16-06-2005, y leído por 423 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-08-2005 Una buena reflexión. La libertad. La unión hace la fuerza. Lo colectivo destruye al individuo, pero sin colectivo no hay posibilidad. Me ha gustado este cuento. ***** Salud y libertad buhomatrix
20-06-2005 A veces la lucha por la libertad nos lleva a caminos nunca imaginados. Muy buen cuento. Saludos blasleon
 
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