Hace ya una semana que llovió. El sol ha hecho su labor diaria de salir y calentarlo todo, ha secado charcos, ropa tendida, cabellos recién lavados...pero la pared aquella parece no enterarse, sigue mojada. La observo detenidamente. Miro las caprichosas figuras que parecen esperar que la música comience para reanudar su danza, una danza de gotitas de nube, de sonoros tamborileos en el tejado. La humedad seduce a la pared, descaradamente dibuja línea por línea sus ladrillos, dejándola ahí, abierta para que alguien de imaginación fecunda la descubra, la vuelva su lienzo y busque, encuentre, entre las rugosidades del muro, un universo salpicado de lunas, exóticos bailarines en pleno ritual pagano, cemento y agua volviéndose uno presas de un celo mojado, huyendo de un sol envidioso que intenta apagar su deseo, su efímero amor. Me pregunto si la lluvia se ha apoderado de mi patio como en un cuento wildeano, pero no, yo no soy un gigante egoísta, soy una simple mujer escapando un poco de la rutinaria tarea de lavar la ropa. |