El se fue con todo a vivir la vida maravillosa por esos mundos de Dios. Ella se quedó desviviendo la vida que soñó vivir con él, en la espera del amor que nunca volvería a ser. O por lo menos no en la forma que ella hubiera querido...
(ella, un dia de la vida...)
Habíate bordado con hilos de oro en mi memoria mucho antes de que la sapiencia cosaca irrumpiera en la médula de tus sentidos, y ahora mis viejas tijeras se tornan débiles ante la doble costura de horas y horas de abrasivo insomnio ¿me prestas tus herramientas? Quien quita y logre desbaratar más fácilmente con tu ayuda aquella labor de hormiguita que otrora motivara mis desvelos.
(De cuando no hay remedio en la botica)
(él, unos dias después)
Buscando, hurgando en el mundo te conviertes en un usual desaparecido, y los desaparecidos no olvidan, su amor es mudo, invisible incluso, pero existe. Es además tan fuerte que alimenta a sus amados por la sencilla razón de que ellos a su vez son el mejor alimento, alimento acopiado hace años para sobrevivir al solitario destierro. Come conmigo mi amor.
Un caminante
Abril 1999
(ella de nuevo)
Jamás desaparecido cuando el motivo ha sido noble. Mucho menos cuando el que se queda va de la mano del causado errante descubriendo con él lejanos e inimaginables parajes. Así sea en ensueños.
Imposible llamarlo entonces imagen perecedera. Nunca brisa fugaz cuando cada paso de su trayecto va quedando grabado cual tatuaje en todo aquel que conserva cálida la esencia del que se fue en la búsqueda de sus sueños ¿y cómo serlo?, si quienes alelados observan la partida del alma indómita, ven en ella realizados sus anhelos. Tan presente está el caminante, que sólo es perceptible su ausencia cuando en ningún rincón de la casa conseguimos encontrar de él un zapato. De resto, basta con evocar el brillo de sus ojos para saber que ni aún muriendo, podrá borrarse tamaña presencia de este ínfimo planeta.
Andariego si, pero nunca solitario.
(Nota: estas cartas son reales. La carta de él, la escribió él. Es de su total autoría)
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