El anciano y viajero recorría el camino que se extendía hasta la colina. Agotado, se detuvo a descansar en la sombra de un árbol a las orillas del camino.
Después de haber pasado un rato recargado baja l a sombra de las hojas, le pareció haber escuchado un sollozo que provenía del otro lado del árbol. Intrigado, dio la vuelta alrededor del tronco.
Recargado sobre el árbol se encontraba un joven, de unos quince años, con lagrimas en los ojos tratando de reprimir el llanto.
El anciano de acercó a él y le preguntó:
-¿Por qué lloras? ¿Qué es lo que te ha pasado, chico?
-No es nada, anciano –respondió el joven-. Sólo pensaba en lo rápido que pasa el tiempo y las pocas oportunidades que he tenido de vivir mi vida al máximo.
-¿Por qué dices eso? –quiso saber el anciano.
-Me parece que fue ayer que cumplí mis cinco años y ahora míreme. Acabo de cumplir los quince y me he dado cuenta, con temor, que han sido muy pocas las veces que he vivido al máximo –contestó con tristeza-. Quisiera tener una vida donde conozca lugares, personas, donde pueda divertirme hasta hacerme adulto.
-Y dime, muchacho ¿por qué no lo haces? –preguntó el anciano.
-Porque ya tengo un hogar aquí –dijo señalando una pequeña casa a lo lejos que el viajero no había notado que se encontraba ahí-. Si me voy y los ladrones ven mi casa abandonada se apropiaran de ella y después no podré recuperarla.
-Pero ¿qué es lo que quieres más, una casa o viajar por todo el mundo?
El chico analizó un poco la pregunta y luego contestó:
-Viajar, por supuesto, conocer otros lugares, otras personas. Pero ¿qué pasará con mi hogar y mis pertenencias?
-Tu haga será el mundo. Tu pertenencias las recuperarás cuando seas adulto y hallas terminado tu viaje –le respondió el anciano.
-Pero aun me faltan muchas cosas para comenzar esa vida emocionante y llena de aventuras –repuso el joven.
-¿Qué es lo que falta? –preguntó el viejo.
-¡Todo!
-Yo no lo creo. Ya tienes la vida, cuando comiences a viajar llegaran las aventura y junto con ellas vendrán las emociones. Lo único que te hace falta es el valor para abandonar esta casa y perseguir tus sueños.
»Piensa bien lo que te he dicho que de ello dependerá tu felicidad. Yo tengo que partir, espero que nos volvamos a ver.
Pasó un año desde aquel encuentro y a veces el anciano recordaba a aquel joven y se preguntaba si éste habría tomado la decisión correcta.
Un día, mientras compraba provisiones en una pequeña ciudad, al dar la vuelta en una esquina chocó contra un hombre y ambos cayeron.
-Perdone, usted –se disculpó el viajero.
Al alzar la mirada vio aquel rostro del muchacho que había encontrado recargado en un árbol hace un año.
-¡Pero si es usted! –exclamó alegre el muchacho-. He estado esperando encontrarme en el camino o en alguna ciudad desde que comencé a viajar.
-Me alegro de ver que se decidió por viajar.
-Así es y desde aquella conversación he querido agradecerle pues gracias a usted soy feliz y cada día es una nueva aventura para mi. Usted me abrió los ojos y ahora estoy gozando de una vida que jamás imaginé poseer –dijo el chico.
-La vida siempre la tuviste –repuso el anciano-, sólo te faltaba gozarla.
FIN. |