Despertó en una maraña de sábanas, mientras trataba de entender lo que había sucedido. Sus manos aún se mantenían húmedas, con los brazos entumecidos y los ojos estancados en un punto fijo de la habitación. La misma música seguía sonando en sus oídos, como un remolino de memorias marcando ese pasado. Se levantó lentamente con la mirada perdida, mientras el cuerpo caía bajo su propia gravedad. Encendió la hornalla para tomar café, a la vez que el tiempo se detenía en sus movimientos. Luego las tazas, el humo del hervor, ese cansancio, los flashes nocturnos atravesando su esqueleto en innumerables fantasmas permanentes. Volvió hacia al cuarto bajo el peso de sus pies en las pantuflas, exhausto, agobiado de temores. El frío se había apoderado de su sangre recordando esos instantes, viéndose correr por infinitos callejones, mojado de pánico. Detrás el filo plateado de un cuchillo iluminaba el cansancio de su rostro, mientras continuaba huyendo en la oscuridad de las aceras. Un destello de luz volvió a enceguecerlo desde la ventana. Se levantó para cerrar las persianas, justo cuando un punzante dolor lo desgarró sobre el piso. Después, el silencio se apoderó de todo, a la vez que la radio cesaba su música para difundir la noticia de un nuevo asesinato a puñaladas.

Ana Cecilia.