¿Dónde estás que ya no te veo más? ¿Es que acaso lograste olvidarme? ¿El desencanto inundó tus fantasías y el cristal que construiste de mí se quebró ante la dureza de mi mirada y lo inflexible de mis movimientos?
¡Por Dios!, soy un ser de carne y hueso.
No existe en mí plumaje celestial que ilumine mis pasos. Tampoco un haz de luz que emane de mi ser cada vez que una sonrisa inocente –la cual tampoco poseo- se anuncie en mi rostro.
Por el contrario, la malicia de este mundo ha hecho de mí un ser desconfiado, frío en exceso, sin plumaje hechicero ni luminosidad angelical.
Mi piel es cansina y más bien oscuridad es lo que reina en mi alma. Sufrimientos, dudas, engaños y tamañas mentiras han copado la atención de mi vida.
Ahora me muestro suspicaz, atenta a la mirada del que no debe mirar, alerta a las caricias que no tienen cuándo aparecer, inerte a una felicidad quimérica, asegurada sólo para el ser sencillo y puro que nunca podré ser.
No sé de dónde sacaste tantas conclusiones sobre mí. No sé si en efecto tu presencia embustera logró hacer de mí, aunque sea por unos segundos, ese ser angelical y perfecto que tanto añorabas.
O es que la fuerza de tus anhelos fue tal que llegó a engañarme, y me hizo creer que podía convertirme -aunque sea por unos segundos- en aquel ser hermoso del que alguna vez juraste enamorarte.
Hoy ya no estás más. Y yo sigo aquí podrida como siempre, y quizás más porque tu amor se enmoheció en mí y llenó de bichos mi alma, bichos carnívoros y destructores que hicieron de mi empequeñecido corazón el más grande de los banquetes.
Ahora no tengo más que decir. Sólo añorar tus fantasías y, aunque la desconfianza no se aparta de mí, soñar… –mira lo que hiciste en mí, hoy por ti soy capaz de soñar-, soñar que algún día, quizás en el último de los días, seré el ser perfecto que tu alma construyó y, en el mejor momento de mi vida, también desechó.
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